Encanto cuasi colonial del camino antiguo de Marfil
Recorrerlo actualmente en su totalidad no se puede. La temporada de lluvias produjo desgajamientos y un tramo está cerrado para las necesarias obras de reparación. Sin embargo, eso no es más que una pequeña molestia en el camino, literalmente dicho, pues andarlo aun así es casi una “experiencia religiosa”, Enrique Iglesias dixit.
Porque desde que se emprende el trayecto, sea frente a la Unidad Deportiva Juan José Torres Landa o junto al arroyo San Ignacio, en Marfil, pareciera sumergirse uno en otro tiempo, en el que las diligencias y carretas arribaban a Guanajuato con el murmullo del río por un lado y el del viento al mecer las hojas de los árboles por el otro.
El camino antiguo de Marfil conserva gran parte de su encanto cuasi colonial, pese a que en uno de sus extremos los automóviles echan a perder esa esencia de tempo lento que se percibe paso a paso, y de que no pueden dejar de escucharse los motores de los vehículos que circulan por las llamadas “curvas peligrosas”, que transcurren casi paralelas.
Elijamos un punto de acceso. Sigamos el camino del río desde el distribuidor vial de Noria Alta hasta el entronque con la Calle Real de Marfil. Son tres kilómetros y medio de distancia total. El primer tramo, hasta la fastuosa ex hacienda de San Gabriel de Barrera —hoy un interesantísimo museo— está empedrado. Por un lado, robustos pirules dan sombra y descanso a peatones, corredores y ciclistas, por el otro, a una amplia edificación privada.
La ruta continúa por la terracería. En algún tiempo, se instalaron en un pequeño espacio sombreado asadores, comederos y juegos infantiles, de los que ya solo queda la resbaladilla de concreto, pues el subibaja y los columpios, hechos de metal, han desaparecido.
Al continuar, el follaje de los añosos árboles forma un túnel de verdor que permite admirar, al otro lado del río Guanajuato, restos de las antiguas casonas, torres y puentes de bella manufactura, iluminados por rústicas farolas. Una agrupación de vecinos marfileños, preocupados por preservar la herencia histórica, han peleado durante años por conservar la senda, y han detenido obras que dañarían irremisiblemente ese patrimonio.
Los amigos del camino, además, han instalado mamparas con valiosa información histórica, así que el paseo es como recorrer un museo al aire libre, en el que la joya de la corona es el viejo templo del Señor Santiago, que durante muchos años permaneció abandonado y ruinoso, según la leyenda porque allí habían sepultado a un vampiro que aterrorizó a la población durante las oscuras noches del pasado virreinal, antes de que la electricidad ahuyentara a espectros y fantasmas. El inmueble fue rescatado, restaurado y ahora luce su esplendor unos cuantos metros debajo de la otra iglesia, dedicada al Señor San José, que se enseñorea sobre una colina ya fuera del Camino Antiguo, sobre la Calle Real.
Vuelve el empedrado y entramos a la parte final del itinerario, zona de añejas y hermosas haciendas rehabilitadas, sobre las que no abundaremos, ya que ameritan su propio artículo, al igual que el casi oculto templecito del Señor del Agua y el antiguo puente de Jalapita.
Pero no todo es miel sobre hojuelas. El Camino Antiguo, aparte de los continuos atentados a su integridad, tiene en el río Guanajuato su talón de Aquiles. Las aguas están excesivamente contaminadas y los malos olores son constantes. Una ciudad como Guanajuato, tan orgullosa de su pasado y su esplendor minero, necesita conservarlo y sanear su curso fluvial. Esa sería la mejor herencia para sus futuros habitantes.