Historia y fe asoman en Cata
Al Señor de Villaseca se le agradece por haber recuperado la salud, encontrado empleo, regresar con bien de un viaje; por años de feliz matrimonio, por pasar un examen, por la prosperidad de un negocio. Su templo, además de ser una maravilla del barroco mexicano, es un sitio de profunda devoción para los cuevanenses, y su entorno, expresión urbana de la antigua bonanza minera.
Cuando yo era niño, el Mineral de Cata era un sitio aún fuera del casco urbano. El camino hacia ese lugar iniciaba en los Dos Ríos, no estaba adoquinado y corría paralelo a uno de los arroyos por los que drenaban los excedentes de las lluvias, que solían desbordarse e inundar la parte baja de la ciudad. En aquel entonces, los católicos más fervientes hacían penitencia caminando descalzos desde San Clemente hasta la iglesia.
Hasta que, un día, se le ocurrió a un gobernante establecer su domicilio en esa zona y, como por arte de magia, surgió una barda divisoria con el afluente, el adoquín cubrió la calle y postes de moderno alumbrado pusieron fin a las penumbras de la noche. Además, se remodeló la plazuela del mineral, se le nombró Don Quijote e incluso se utilizó como escenario para el primer Festival Internacional Cervantino (FIC) en 1972.
La imagen que se exhibe en el templo es la del llamado Cristo Negro. Al parecer, la trajo Alonso de Villaseca, quien procedía de Toledo (España). Hecha de cartón y engrudo, la veneración que se le tiene tuvo inicios modestos, pues en un principio, hacia 1618, fue colocada en una pequeña capilla, de donde se sacaba para llevarla de una mina a otra. Para 1725, gracias a la riqueza del subsuelo, Juan Martínez de Soria y los dueños de las minas de Cata y San Lorenzo terminaron el templo actual, con sus retablos de madera dorada.
Según la leyenda, la imagen adquirió fama luego de que una mujer que sufría maltrato por parte de su esposo se hizo amante de otro hombre. A punto de ser descubierta, y bajo amenaza de muerte, ofreció llevar flores cada semana a la tumba de Alonso, señor de Villaseca, si salía bien librada del trance. Ocurrió un milagro que la puso a salvo de la ira de su cónyuge, ella pudo ser feliz con su nueva pareja y cumplió religiosamente su promesa.
Desde entonces, al Cristo, renombrado “Señor de Villaseca”, se le hacen todo tipo de peticiones, que una vez cumplidas la gente agradece con un exvoto, o sea, un retablo hecho originalmente a colores sobre lámina, pero que después se plasmó en cartón, tela y hasta papel. El más famoso fue el que hicieron los trabajadores de una mina que quedaron atrapados durante varios días antes de ser rescatados, aunque esta pieza, por su valor artístico, pasó a ser parte del acervo del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).
Hasta hace muy poco, estos exvotos se exhibían en la hermosa capilla anexa a la nave principal, la dedicada a la virgen y decorada completamente con piedras minerales, pero el actual sacerdote, lamentablemente, ordenó retirarlos sin explicación alguna.
El templo posee una bella fachada rosa que rivaliza con otras de la ciudad por su elaborado trabajo de cantería. La plaza contigua es un remanso de paz, rodeada por la antigua bocamina de San Lorenzo, los inmuebles que albergan al Instituto para las Mujeres Guanajuatenses (Imug), al Instituto Estatal de Cultura (IEC) y, en un rincón, lo que fue Sancho’s, discoteque, un imán para la juventud guanajuatense de los años 80.
Actualmente Cata recibe pocos turistas. No obstante, constituye el punto nodal de la zona alfarera y minera de la ciudad, pues tiempo ha se integró a la mancha urbana. Desde allí se pueden hacer espectaculares recorridos hacia la zona de Rayas y el mineral de Mellado, aunque su atracción principal, para mucha gente de Guanajuato y de otros lugares del país, radica en la firme esperanza de que los milagros, todavía, son posibles.