viernes, septiembre 20, 2024
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AÑORANZAS DEL ARROYO DE DURÁN

El camino que, en Guanajuato, lleva al templo de Cata y su Cristo milagroso, inicia en el entronque denominado Dos Ríos y discurre entre dos barrios tradicionalmente alfareros: San Clemente y San Luisito. Exactamente en donde termina uno y comienza el otro, parte la antigua ruta que asciende trabajosamente al Mineral de Mellado —donde dicen que vivió el Pípila—, a través del llamado “Barrio Nuevo”.

El barrio de Durán.

Justo a la entrada de esa senda, una bifurcación conduce a la derecha a un afluente, a espaldas del Instituto Ignacio Montes de Oca (el famoso IMO). Esa vía fluvial se une metros más abajo al río de Cata —actualmente embovedado en esa parte— para formar una sola corriente que, antaño, en temporada de lluvias, al crecer el caudal, dejaba ver durante varios metros, sin mezclarse, aguas de diferente color: gris la de Cata, debido a los residuos de la actividad minera, y ocre la del otro arroyo, el de Durán, a causa de la arcilla de los cerros, materia prima del barro con que se elaboran todo tipo de artesanías.

Cuando el agua sedimentaba, a lo largo del lecho de Durán, el agua, proveniente de las pequeñas corrientes que nacen en las vertientes del cerro de Sirena, formaba pequeños estanques transparentes que atraían a los niños inquietos del rumbo. Un viejo puente atraviesa desde siempre ese cauce y comunica las laderas del Cerro del Cuarto con el área urbanizada, aunque en nuestros días incluso los jales mineros han sido colonizados.

Justamente bajo ese paso elevado para recuas y peatones —que requería de cierta valentía para cruzarlo, pues carecía de la valla protectora que luce actualmente—, una verdadera piscina natural hacía las delicias de los más osados, debido a su profundidad. Chapuzones, clavados y alardes natatorios eran comunes por las tardes o los fines de semana en ese balneario de agua fría, gratuito y al aire libre.

La represa que contenía la creciente.

Sin embargo, el tiempo, que todo cambia, ha transformado el entorno. Aunque las ex haciendas que rodean el área han sido remozadas, sus espacios, antes amplios patios de recreo, son ahora cotos privados, fuera del alcance de la gente común. El crecimiento urbano es tal que llega al mismísimo lecho del río, y las construcciones son tantas que, si todavía existiera el estanque referido líneas arriba, se encontraría fatalmente contaminado con todo tipo de desechos.

Un añejo puente de acceso a la ex hacienda.

El arroyo aún es disfrutable en su nacimiento, más allá de la Carretera Panorámica. A la vista del Mineral de Rayas, muestra rincones harto interesantes (socavones de desagüe, ruinas mineras) pero una vez en contacto con la zona habitada, pierde gran parte de su encanto, aunque salvan algo de su esplendor los añejos arcos de enmohecida piedra que sostienen vetustos puentes.

Por lo demás, la zona se ha integrado de lleno al ritmo cotidiano de la ciudad. Si antaño fue un aletargado y somnoliento espacio casi silvestre, ya no es así. Todo tipo de comercios bordean las calles. Las “peseras” suben a plena marcha, atestadas de abrumados pasajeros que van a Mellado, Rayas, Cata o al Cerro del Cuarto. Nuevas generaciones cruzan de un lado a otro por el puente bajo el cual, hace no tantas décadas, corría el agua cristalina y se escuchaba la risa de sus padres y sus abuelos en plena algarabía.

Par de arcos entre muros ancestrales.

Benjamin Segoviano
Benjamin Segoviano
Maestro de profesión, periodista de afición y vagabundo irredento. Lector compulsivo, que hace de la música popular un motivo de vida y tema de análisis, gusto del futbol, la cerveza, una buena plática y la noche, con nubes, luna o estrellas. Me atraen las ciudades, pueblos y paisajes de este complejo país, y considero que viajar por sus caminos es una experiencia formidable.
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