Deuda que tenemos con el Padre de la Patria que dejó la enseñanza de más de diez oficios
Tercera generación de una familia de artesanos, el maestro Miguel Castillo afirma que el oficio se trae en la sangre. Nieto de un obrajero por la rama paternal y de un carpintero y alfarero por herencia materna, creció entre el trabajo arduo y la tradición. Nutriéndose de la química, la magia y la pasión de los hacedores.
El maestro Castillo nos dice que la alfarería es vocación mezclada con pastas e ingredientes aderezados con las atmósferas que se crean en los hornos cuyas lenguas de fuego entregan en forma de piezas magníficas. Su quehacer lo absorbe de tal manera que los relojes también se derriten con el calor producido haciendo que las horas resbalen y se pierdan sin que se sienta el tiempo.
Pasado
Su infancia transcurrió en una calle de Dolores cerca del Río Balcar en la que prácticamente cada casa era un taller de hacer huaraches. Despertaba con el olor del pan que estaba siendo horneado en las madrugadas para ser vendido en cuanto amaneciera. Era parte de su cotidianeidad ver a los vecinos curtir las pieles en las piletas de sus casas. Pero lo que más recuerda es la armonía y la comunión que había entre las personas. Todos se conocían y todos eran uno mismo.
Siendo todavía un niño ayudaba a descargar las piezas de los hornos circulares que en aquel tiempo funcionaban con leña. Miguel dice que para él era maravilloso ver los cuerpos cerámicos ya quemados y transformados. Le fascinaba particularmente la loza verde, nombre que se le daba a la técnica de los colores “chorreados” en la artesanía. “Ver esa policromía —nos cuenta— era algo mágico que ahora ya no se elabora pero sí se extraña”.
“En noviembre —recuerda— en el Templo de la Tercera Orden era tradición para el festejo de la Virgen dedicar un día por oficio. Cuando le tocaba a los alfareros regalaban entre los asistentes ollitas y cazuelitas; los obrajeros hacían cobijas pequeñas, otros daban charamuscas y era así como se hacían las ofrendas para agradecer los favores recibidos”.
Dice con tristeza que ahora es muy distinto, que eso es algo que hoy también se ha perdido porque los talleres están desapareciendo. Las vocaciones están dormidas. Miguel Castillo explica que en el tiempo en el que los oficios florecían, Dolores era un lugar próspero, las familias estaban unidas, no existía la delincuencia ni era algo frecuente la migración.
Presente
De esta preocupación nació la necesidad de hacer algo para evitar que desaparecieran especialmente aquellos oficios que el Padre Hidalgo dejó cimentados en Dolores, entre los que él recuerda haber crecido con bonanza y en medio de un núcleo familiar sólido en el que los conocimientos eran transmitidos naturalmente y recibidos con alegría y orgullo.
Así fue como nació el Instituto de Artes, Oficios y Fortalecimiento Económico Miguel Hidalgo que él ha fundado y en donde también enseña su oficio: la alfarería cerámica. Nos explica que esto además obedece a un mandato general de los años sesenta cuando se decretó que debía haber una escuela de Artes y Oficios en Dolores.
Al percibir que aunque los años pasaran las demandas de los artesanos siguen siendo las mismas, que sus necesidades no han cambiado pues continúan teniendo carencias técnicas, no hay lugares en los que puedan vender directamente sus productos, son víctimas de los revendedores, no tienen material o herramientas suficientes para ejercer su oficio, y tampoco hay un lugar en el que perfeccionen su formación. Así fue que comenzó su lucha para erigir su escuela.
A pesar de los años, aún no ha conseguido instituirse como una A.C. para recibir fondos por lo que trabaja con mobiliario prestado, sin herramientas y con la única propiedad del conocimiento de cada maestro involucrado. Son varios los talleres que se imparten por tan solo treinta pesos en su Instituto aunque faltan algunos como la carpintería porque no hay herramientas y la obrajería porque no cuentan con un telar. A pesar de todo hay alumnos, algunos que incluso vienen de fuera a aprender. Hay niños que practican la alfarería, madres que van con sus hijos y los inspiran, siembran en ellos la semilla de la creación… “Vamos bien. Lo estamos haciendo bien. Los oficios son una herramienta de vida”.
Esta falta de recursos y la situación hostil actual recrudecida por la delincuencia, la desintegración familiar, la falta de apoyos institucionales y la migración lo ha obligado a formar una coraza para persistir y no dejarse vencer.
“Para algo hemos venido a este mundo. Todos tenemos un propósito para mejorar la sociedad y rescatar lo que se pueda —nos explica— porque por ejemplo Don Jesús Gómez que era nuestro último talabartero falleció sin que nadie haya heredado su taller ni su oficio. En la obrajería nos queda solo un maestro, que es un señor ya mayor. En forja y herrería hay solo dos o tres talleres actualmente. Estamos dejando de existir gracias al desinterés”.
“La falta de recursos, la apatía, el hartazgo a las promesas huecas han cansado a la gente. La vocación de servicio no es fácil, es sacrificada pero también es necesario rescatar los oficios —concluye— es una deuda que tenemos con el Padre de la Patria que dejó la enseñanza de más de diez oficios y que dio el ejemplo de internarse en la sierra para buscar la tierra precisa, esquilar con sus propias manos a los borregos para tener lana y experimentar hasta que surgiera la luz y se perfeccionaran las técnicas”.
Futuro
“En nuestro porvenir —nos dice el maestro Castillo— la esperanza está en ayudarnos y no perder la fe en nosotros mismos. Los artesanos debemos hacer un núcleo y ser fuerza. Sí se pueden hacer las cosas. Solo se requiere voluntad, pasión y paciencia”.
Imagino al maestro Miguel en su taller con sus manos llenas de barro dándole forma a esa masa que da vueltas y vueltas y que al contacto de sus dedos se rinde y se deja moldear mientras él la siente y la entiende transmitiéndole la esencia de su alma. Logrando activar así esa magia alquímica que en cada pieza transformada nos dice: Sí, es posible rescatarnos.