viernes, septiembre 20, 2024
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HACIENDA DE ARRIBA: JOYA SERRANA

O cómo llegar sin apenas darse

cuenta a un paraje de ensueño

“Camino de Santa Rosa, la Sierra de Guanajuato…” dice José Alfredo en su famosa canción, en la que alude a la zona boscosa que inicia a pocos kilómetros de la capital del estado, y que constituye uno de los sitios de paseo favoritos de guanajuatenses y foráneos, a tal grado que se ha convertido en un verdadero emporio turístico, con todo y sus inconvenientes: multitudes, ruido, basura, autos por todas partes.

Sin embargo, basta alejarse un poco de las rutas conocidas para volver al silencio, recibir el viento en el rostro, refugiarse en la penumbra del bosque y dejarse guiar por el murmullo de algún arroyo. En una de esas, inesperadamente, cae uno en un pequeño paraíso oculto entre la hojarasca y la cañada, en el que den ganas de quedarse más tiempo. Así pasó con Hacienda de Arriba.

El camino entre Santa Rosa y el Monte de San Nicolás.

Entre Santa Rosa, poblado principal del macizo serrano, y el Monte de San Nicolás, pueblo minero encajado montaña abajo, en la ruta a Guanajuato, existe un camino, que ha sido recorrido seguramente desde que llegaron por allí las primeras tribus prehispánicas. Actualmente, es apto tanto para caminantes como para vehículos, y por él transitan a diario decenas de personas, entre arrieros, comerciantes, estudiantes, excursionistas.

Rocas, tierra y árboles jalonan la ruta.

Al descender al Monte, innumerables pisadas han marcado, a través del tiempo, varias veredas en ambos lados del camino. Una de ellas se aparta para internarse en la arboleda. Al seguirla, casi de inmediato, destaca una colorida ermita, dedicada a San Miguel Arcángel, que probablemente tiene a su encargo la protección de los caminantes. Un ramo de flores blancas, varias veladoras y coloridas guirnaldas revelan la fuerte devoción que se tiene al ángel que venció al demonio, cuya frase bíblica, “Quién como Dios”, destaca en la cornisa de la pequeña bóveda.

La ermita dedicada a San Miguel Arcángel.

Luego, el sendero toma una curva a la derecha que, más adelante, permite atisbar, entre las ramas de los arbustos, algunas casitas. Poco después, se llega a las primeras viviendas, en las que predominan el adobe y los patios color ocre, formados por la arcilla que, procesada, se convierte en el barro rojizo con que se da forma a utensilios y adornos de todos tipos.

Casa típica de la Hacienda de Arriba.

Un recodo después, arribamos a una especie de pequeña laguna (una presa, en realidad), que sirve de fondo a un paisaje encantador, digno de postal. No falta ni la lancha atada a un árbol de la ribera. Se da uno vuelo con las fotos, los vanidosos se toman selfies y algún travieso bromea con dar vuelta al eje de hierro que abre la compuerta, minúscula, la cual encauza la corriente por un arroyo de agua bastante fría, que discurre entre perales, tejocotes y uno que otro manzano.

A la pregunta sobre el nombre de ese encantador lugar, la respuesta es Hacienda de Arriba. Los pocos edificios, entre los que destaca un comedor comunitario, hacen juego con el entorno. Lo único que desentona es un auto abandonado. Hay una carretera de terracería que conecta con el Monte, pero es preferible seguir las vueltas y revueltas del riachuelo, bajo una especie de frondoso y fresco túnel formado por las ramas de encinos y árboles frutales.

Aproximadamente un kilómetro después, se anuncian las primeras construcciones del enclave minero que lleva el nombre de San Nicolás. Antiguo e interesante, merece su propio relato, que prometemos para una ocasión posterior.

Localización en la Sierra de Santa Rosa.
Benjamin Segoviano
Benjamin Segoviano
Maestro de profesión, periodista de afición y vagabundo irredento. Lector compulsivo, que hace de la música popular un motivo de vida y tema de análisis, gusto del futbol, la cerveza, una buena plática y la noche, con nubes, luna o estrellas. Me atraen las ciudades, pueblos y paisajes de este complejo país, y considero que viajar por sus caminos es una experiencia formidable.
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