Cuando somos niños las cosas que nos rodean adquieren características propias y formas diversas. Pero al crecer, así como nos los dice enfáticamente el Principito, nos volvemos esos adultos aburridos que necesitan la paciencia de los niños. Más no en el caso de Laura Cuevas.
Estudió la carrera de música en la UNAM, guitarra clásica, la vida la condujo a la educación musical escolar con niños pequeños en Institutos que manejan los sistemas Waldorf y Montessori. La necesidad de hacerse de materiales que reforzaran las lecciones y las hicieran más divertidas fue lo que abrió ese cofre mágico del que han salido tantos y tantos muñecos de diversos materiales que hoy alegran la vida de niños y adultos.
Para comprender la mente y el ingenio de Laura hay que remontarse a una niñez siempre curiosa por los materiales y las texturas, los cuales manipulaba de acuerdo a su entendimiento y posibilidades: “Siempre he tenido un goce estético con lo textil, hay mucho amor de mi parte por esta labor”. Hasta que ingresó en la secundaria y aprendió formalmente corte y confección, a manejar una máquina de coser y a tejer fue que adquirió las bases primordiales para una labor que aún no imaginaba, pero que la llevaría a ser la madre de tantos seres tejidos y cosidos.
El primer muñeco que hizo —un prototipo, como lo nombró un pequeño de preescolar— lo estuvo trabajando en las horas de recreo de los niños sin saber a ciencia cierta qué saldría, guiándose por su instinto, y nació un chango que aún guarda y al que ahora lo siente desproporcionado.
Tuvieron que transcurrir quince años para que lo experimental diera paso a lo formal ayudando a que surgiera el proyecto Laura Ideas en el que con constancia comenzó a dar forma y presencia a los seres que habitaron la mente de Laura niña: “He podido vivir en varias regiones del país y esto me ha dado la oportunidad de ver el ingenio, las tradiciones de cada lugar arropadas con las características y objetos que le dan identidad…sé que una artesanía debe tener una parte utilitaria, y respeto eso en mis creaciones, además de trabajar solo con materiales naturales”.
Laura cuenta que al principio hacía cosas que a ella le gustaban, luego las hacía para regalar y finalmente le terminaban pidiendo para vender: “Vender me ponía muy feliz porque eso significaba que podría comprar más materiales”. Y es que aún cuando está muy en boga el tejido de animales y personajes, las creaciones de Laura son distintas a todo lo demás. Ella los imagina, dibuja los patrones, corta la tela, ingenia los detalles, los cose y les da vida. De la mente se deslizan a sus manos y finalmente los aloja en el corazón haciendo que cada uno tenga el estilo de Laura Ideas, algo muy difícil de conseguir en el mundo creativo: la identificación de las manos que hicieron nacer un objeto aunque no lleve etiqueta.
A veces le piden cosas concretas que también crea desde cero, a ella le gustan los desafíos, pero reconoce que cuando se trata de copiar un muñeco por encargo, aunque puede hacerlo, no es lo mismo, porque el personaje va adquiriendo sus características de forma personal y casi imperceptible: “Al final, aún si en apariencia son iguales, en realidad cada uno es distinto”.
Las tres técnicas que trabaja Laura Cuevas son tejido, costura y afieltrado en lana, esta última es quizá su favorita porque le da un sinfín de posibilidades, le permite crear incluso una escultura. Para dominar la técnica tomó clases de dibujo para aprender a trazar las proporciones correctas. El manejo de este material según su experiencia es muy libre, tanto, que a ella le costaría mucho trabajo dar clases de esta técnica porque no sabría cómo explicarle al alumno que solo se trata de hacer con libertad, ingenio y creatividad lo que imagina.
“Las telas —dice— son posibilidades que toman formas y estilos diversos de acuerdo a las manos que las están transformando”. Y es tan cierta esta afirmación, como que entre las suyas un retazo se convierte en uno de esos personajes de cuentos inventados por ella que la acompañan en sus clases de música.
Entre los proyectos que ha realizado y que recuerda de una manera más vívida es uno en el que el Instituto Estatal de la Cultura invitó a cuatro mujeres creadoras para transmitir cómo vivían el encierro por la pandemia. A ella le tocó la parte de la música pero fue más allá e hizo un pequeño libro de tela con símbolos en todas las páginas como los centros rojos en las hojas que representan el hogar. También hay registros del paso del tiempo en el encierro, los abrazos, las mujeres entrelazadas por el bordado, la representación del virus que nos aleja a unos de otros, la semilla de lo que se forjó en nosotros para volvernos seres nuevos, y al final el laberinto que nos habita. Todo con tela y hebras de colores bordadas en formas y trazos distintos. “La artesanía que realizo ha sido mi medio de expresión y ha sido muy sanadora siempre”.
Medir el tiempo de concepción de un personaje en manos de Laura es complicado, porque nunca está sentada haciendo solo un personaje, sino que según nos relata: “avanzo un poco y adelanto lo que hago en la cocina, regreso doy puntadas y luego las dejo para barrer el piso, y así sucesivamente”.
Imagino a Laura concentrada en sus puntadas mientras un nuevo ser realista pero lleno de fantasía, que existe en la naturaleza aunque no igual al que está viniendo a la vida en cada nueva lazada y que va adquiriendo poco a poco rasgos tiernos, desenfadados y únicos. Quizás afuera la lluvia cae, adentro, en la misma mesa llena de telas e hilos, junto a las tijeras, descanse una humeante taza de té. Y en la canasta de las nuevas creaciones, las gallinas, los peces, los ratones y los caracoles le den la bienvenida a un perro de brillantes ojos que se siente fatigado después de nacer.