viernes, noviembre 22, 2024
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LA EMPINADA CALLE DE LA ALAMEDA

Los y las jóvenes estudiantes de bachillerato

recorren día con día la estrecha y larga cuesta.

Pese a su estrechez, es una calle, aunque parece callejón. Subir o bajar por allí es desafiar, cual torero en singular ruedo, a los autos que descienden, manejados por impacientes conductores que mantienen el pie en el pedal del freno, para evitar que el vehículo se desboque, con eventuales consecuencias trágicas.

En varios lugares, en alusión a una frase de origen futbolero, “o pasa el auto o pasa el peatón, pero no los dos”, ya que simple y sencillamente ambos no caben. Pero como la inmensa mayoría de los caminantes que circulan por la Alameda son jóvenes, ágiles estudiantes, afortunadamente no han tenido que lamentarse —que yo recuerde— accidentes graves, aunque el riesgo siempre sea latente.

O pasa el auto o pasa el peatón.

Subir requiere excelente condición física, misma de la que hacen alarde las señoras que, cargadas con su mandado y acompañadas de sus hijos o nietos, habitan en alguno de los muchos callejones que ascienden a ambos lados de la ruta, antaño el camino a los llamados Baños Rusos, antes de que éstos fueran transformados, en la década de 1960, en la Preparatoria Oficial de la Universidad de Guanajuato, nombre reconvertido ahora en Escuela de Nivel Medio Superior de la misma UG.

La “prepa” oficial de la UG.

La caminata, obviamente, es más fácil desde la Carretera Panorámica hacia abajo que partiendo del centro de la ciudad para subir la pendiente. Hace algunos años, el acceso desde la ruta escénica interconectó con un ramal del túnel noreste, que surge a unos pocos metros de la “prepa”, como se le conoce popularmente. Un hervidero de adolescentes impregna de energía juvenil los alrededores.

La salida del túnel.

En tiempos recientes, nuevas construcciones han ocupado el lugar donde en el pasado reinaban matorrales y enormes árboles, aunque sobrevivan unas pocas manchas de verdor. Los autos estacionados angostan aún más la calle. Surge entonces dominante un templo bicentenario: la capilla del Señor del Buen Viaje, construida entre 1756 y 1798 por un español de nombre Domingo Somoza, en agradecimiento por un milagro de alta mar.

El templo del Señor del Buen Viaje.

Se dice que el personaje, cuando se dirigía a la Nueva España desde territorio ibérico, se vio en peligro, junto con la tripulación y otros viajeros, debido a una tormenta que estuvo a punto de volcar el bergantín en que viajaban, así que pidió la intercesión divina a través de una imagen de Cristo que llevaba consigo. Milagrosamente, llegó la calma y la embarcación pudo llegar a salvo al puerto de Veracruz.

El interior de la iglesia.

El Cristo fue colocado en el templo y pronto cobró fama de milagroso, fama que perdura hasta la fecha. Cada año, en el mes de agosto, se efectúa una concurrida fiesta en su honor, en la que no pueden faltar los danzantes, el torito ni los fuegos artificiales. La pequeña iglesia fue reconstruida entre 1871 y 1873 y tiene una hermosa cruz atrial a la que dan sombra frondosos árboles. El interior es agradable y austero.

El puente del túnel Ponciano Aguilar.

Más abajo, la Alameda conecta con el ancho callejón de Masaguas, que sube a la vieja plaza que recuerda que la zona fue, en tiempos coloniales, el barrio donde habitaban los indígenas de la etnia Mazahua. Desde allí, lo que era continuación del arroyo Piletas, que nace en las faldas del cerro de Sirena, fue cubierto por un andador escalonado. Enseguida, se pasa bajo el puente del túnel Ponciano Aguilar. El conjunto forma un hermoso marco urbano.

La ruta que lleva al Baratillo.

La calle, remodelada, sigue vía abajo. Casi al final, se bifurca: por la derecha, la ruta vial desemboca en la legendaria Plazuela de Carcamanes, y por la izquierda un tramo exclusivamente peatonal lleva, entre comercios de toda índole y puestos de comida, a la Plaza del Baratillo, donde los turistas se dan vuelo con las fotos, mientras los estudiantes suben y bajan, en un andar incesante que suma ya decenas de generaciones que han marcado sus pisadas en el adoquín de la Alameda.

Por la derecha, se llega a Carcamanes.
Benjamin Segoviano
Benjamin Segoviano
Maestro de profesión, periodista de afición y vagabundo irredento. Lector compulsivo, que hace de la música popular un motivo de vida y tema de análisis, gusto del futbol, la cerveza, una buena plática y la noche, con nubes, luna o estrellas. Me atraen las ciudades, pueblos y paisajes de este complejo país, y considero que viajar por sus caminos es una experiencia formidable.
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