viernes, noviembre 22, 2024
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EL PARQUE MÉXICO Y LOS AMORES ZAPATEROS

Ah, San Lunes de los 60 y 70, cuando los zorritas (como llamaban a los niños aprendices de zapatero) de las picas (talleres familiares de fabricantes de calzado) de la Industrial, Bella Vista y Piletas nos juntábamos para ir al cine Coliseo.

Era el momento de entrar con la tarde y salir con la noche tras ver películas viejas con un Gastón Santos que nunca besaba a la galana porque el cacique Gonzalo N. Santos, su padre, se lo prohibía. Terminábamos antes de las tres para salir raudos a aplaudir al Santo cuando vencía al Dr. Muerte o las momias de Guanajuato.

Los maistros (los zapateros hechos y derechos), en cambio, tenían otras prioridades: iban a León Moderno y la Andrade a ligar a las trabajadoras domésticas.

Para ellos era cuestión de esperar a las sirvientas a que salieran a hacer compras a los negocios de la Jaime Nunó y la González Bocanegra, para acercarse a ellas y esperar a que terminaran su jornada y llevarlas a platicar al Parque México.

Los trabajadores debían quitarse el pantalón de trabajo, que era mezclilla hecha guante de piernas gracias a que en él se limpiaba el pegamento. Una muda de ropa y un “baño de vaquero”, consistente en lavar cara y axilas, para seguir con un desodorante hecho con jugo de limón y bicarbonato de sodio, un buen chorro de brillantina para aplacar el cabello y, acaso, alguna loción económica comprada en cómodos abonos para oler rico.

El Parque México se convirtió en el rincón de amor de cortadores, pespuntadores y zapateros con las jóvenes de barrio que habían llegado de niñas a León. 

Era tiempo de lanzar el piropo, de preguntar nombre y ocupación, de miradas mutuas y, si había aceptación, estar ambos debajo de un árbol y, llegado el momento del ansiado “sí”, dar besos furtivos, esconderse de los ojos de la patrona, que podría correr a la muchacha “por coscolina” y “por sabrá Dios quién es ese pelado y a qué se dedica”.

El Parque México se convirtió en el rincón de amor de cortadores, pespuntadores y zapateros con esas chicas de barrio que muchas veces habían llegado de niñas a León, procedentes de otras localidades de Guanajuato o de pueblos de Michoacán. Si eran güeritas de seguro eran alteñas.

Ahí nacían los romances que terminarían en echar reja en Chapalita, San Felipe de Jesús, San Agustín, Los Reyes, Michoacán, La Garita, Santa Clara, Santa Rosa de Lima, Los Olivos, Flores Magón, San Martín de Porres o San Marcos.

El decir que se trata de colonias que terminarían por ser sobrepobladas hace innecesario decir qué pasaba después.

La gente bien se quejaba de los “vagos” que deambulaban en el Parque. 

Pero antes del casorio y la retahíla de críos había que asignar parte del salario para ir de paseo con la conquista el domingo al Parque Hidalgo y juntar una lana mayor para el baile del año en el salón Renovación. El pantalón acampanado y la camisa floreada, abotonada a medio pecho, como dictaba la norma setentera. Los riquillos iban a las discotecas de moda.

Era el Parque México, que habría de terminar en basurero y refugio de banda brava, señalada en periodicazos en El Heraldo y El Sol, donde la gente bien de las calles Beethoven, Strauss, Verdi y demás, se quejaban de esos vagos que además de afear y dañar al parque, eran señalados como los responsables de robos a casas y autos.

Con el correr de los años y luego de las quejas por ser zona de paso de habitantes de Las Arboledas, una de los primeros fraccionamientos de Infonavit en León, el romántico Parque México quedó bardeado, alejado del bullicio y de la falsa sociedad.

Ahora que regreso a ti, parque de los amores que no tuve, porque era apenas un niño, recuerdo a aquellas trabajadoras domésticas morenas, de cuerpo firme y redondas carnes, fruto del trabajo duro, que hacían ojitos a los mayores. 

Federico Velio Ortega
Federico Velio Ortega
Periodista, maestro en Investigador Histórica, amante de la lectura, la escritura y el café. Literato por circunstancia y barista por pasión (y también al revés)
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