Fanática del teatro desde niña, trabaja por hacer
llegar la cultura a la población que más lo necesita.
Sus palabras son vehementes: “La cultura es la herramienta más importante que tiene la paz contra la guerra”. Mientras habla, Rocío concentra la mirada en un punto indefinible, como si su mente buscara entre el cúmulo de recuerdos y vivencias el lugar exacto donde las ha guardado.
Guanajuatense de nacimiento, quinta de seis hijos y espíritu errante dentro del mundo artístico —el real, el que se hace desde abajo, con pocos recursos y sin muchos reflectores—, Rocío Rangel se empeña en sacar adelante las actividades del Centro Cultural Mariel, localizado en la populosa colonia capitalina Las Teresas.
Sentada ante la computadora, ordena datos, diseña la agenda, planea, lleva la contabilidad y se da tiempo para contestar la llamada de alguno de sus tres hijos. Ríe poco, pero una leve sonrisa asoma a su rostro cuando percibe el flashazo de la primera fotografía. “Es que no me gustan mucho las fotos”, se excusa. Y sí: para ella, lo importante es lo que se hace allí, en ese lugar en el que transcurre gran parte de su día a día.
Mientras se convierte en ágil guía de las instalaciones, desgrana episodios de su existencia y los combina con explicaciones puntuales sobre la función de cada rincón. En sus palabras, el Centro tiene como fin “acercar la cultura a la población vulnerable”, pese a que, como demuestra, la tarea sea muchas veces cuesta arriba, pues este tipo de actividades —todos lo sabemos— no suelen ocupar un lugar prioritario en los proyectos gubernamentales.
Recuerda apenas su paso por el jardín de niños, antes de sorprender al entrevistador: “Pasé por cinco primarias”. La causa: “No lo sé, pero mi mamá nos cambiaba cada año por cualquier motivo”. Desde entonces, el teatro —recalca— me llamó la atención. Tras cursar la secundaria, en la EST Núm. 34, recaló en la “Prepa” Oficial, donde tuvo por fin la oportunidad de ser parte de algunas obras.
Se interrumpe para mostrar los salones donde los alumnos aprenden piano. Varios de estos instrumentos, de distintos tipos, se alinean al interior de cubículos de cristal, y alguno muestra todavía la partitura. Ni allí descansa; se inclina para levantar una botella de agua, ordenar un fólder, tapa un teclado, mientras cuenta que, muy joven, formó parte de un Laboratorio de Pantomima de la Universidad de Guanajuato (UG).
A los 17 años incursionó en el grupo de Teatro Batracio, donde obtuvo sus primeros, informales ingresos. Poco después pasó a formar parte de Capa y espada, en el que la actividad se volvió decisivamente más profesional, con un sueldo asimismo regular. Mientras cursaba la carrera, integró asimismo el Grupo La Compañía y el Teatro Universitario, ambos de la misma UG. “Durante esos años, conocí casi todo el país”, recuerda, mientras muestra en un pasillo las huellas del vandalismo: un gran agujero en el cristal hecho con una piedra y un orificio ¡de bala! en otra ventana, llegado de quién sabe dónde, lo que obligó a colocar refuerzos en los ventanales.
Observa con cariño una serie de violines en sus estuches, a la vez que cuenta que, en 1990, estuvo en el Grupo Tonas, al que solo abandonaría porque las circunstancias de la vida la llevaron a Dolores Hidalgo, para dirigir talleres teatrales dentro de la Casa de la Cultura. Años más tarde, tuvo la oportunidad de viajar a Coahuila. Se radicó en el municipio de Arteaga, donde dirigió talleres infantiles de danza, teatro y títeres.
Abre la galería del inmueble, en cuya entrada se exhibe una placa colocada en honor a Carmen Averi. En el interior, colgadas de los muros, se muestran diversas pinturas de artistas locales, que exhiben sus obras y además las venden, a consignación. También hay unos hermosos cojines bordados y piezas de cerámica. Pero lo que domina la amplia sala es una hermosa y grande arpa de madera dorada, pues recién se había montado una interesante exposición sobre la historia de este instrumento.
A un lado, se localiza el auditorio, que lleva el nombre del recordado Enrique Ruelas, fundador del Teatro Universitario y pionero del Festival Internacional Cervantino (FIC). Ese escenario cuenta con luces, equipo de sonido y todo lo necesario para cualquier presentación. Las butacas, incluso, están colocadas en desnivel, de forma que la visibilidad es excelente.
De vuelta a los pasillos superiores, narra su regreso a Guanajuato, la vuelta a Teatro Tonas, donde continúa hasta la fecha. Rememora especialmente la puesta en escena de Diálogos con Elena Garro, representaciones que giraban alrededor de las obras de la escritora. De pronto corre por una llave, regresa y abre otra puerta: el salón de artes plásticas. Allí están ocho guitarras. “Eran 16 —dice—, pero hace poco entraron a robar y se llevaron la mitad, así que tuvimos que cambiarlas del salón de Música para acá, que está más protegido”.
Sus pasos rápidos reflejan su infatigable actividad. No paró ni durante la pandemia. “Como parte de Alter Teatro, montamos una pastorela en 2020, con todas las precauciones… y sí hubo gente”, expresa, sonriendo para sus adentros, como si hubiera hecho alguna travesura. Ella había entrado al Centro Cultural Mariel un año atrás, invitada por la directora, Guadalupe García Chávez, quien la conoce desde niña, en sus primeras andanzas teatrales. Además de ellas dos, únicamente hay tres asistentes, quienes se multiplican para encargarse de todo, desde la limpieza hasta manejar los equipos de sonido y luces.
Son nueve los maestros que acuden a impartir clases de Artes Plásticas y Muralismo; Música (Piano, Guitarra y Violín); Canto, Teatro, Jazz; Ballet clásico, Danza y Baile de Salón, aunque lamenta que los alumnos sean pocos, para los que ella deseara. Deja escapar cierto dejo de orgullo cuando muestra el salón de Danza, “el más grande de la ciudad”.
—¿Más que el de la Normal Primaria? —pregunto.
—¡Claro! más que el de la Normal —responde convencida.
Regresa a la oficina, mientras explica, con su voz clara y directa, que el horario de su centro de trabajo es de 16:00 a 19:30 todos los días y de 10:00 a 13:30 los sábados. Se explaya a hablar de su trabajo. “Hemos hecho un Festival de las Artes, un Festival de Danza; cada año organizamos una subasta llamada ‘El arte de regalar arte’, que va por su séptima edición y también hemos tenido conciertos”.
“Lo que pretendemos es que los niños tengan una gran experiencia artística. Sus presentaciones, exposiciones, etc., están montadas con total profesionalismo, con programas de mano, público… no son un mero pasatiempo”.
Entonces, Rocío se ensimisma y refiere su gran sueño de, algún día, tener su propio centro cultural. Y en lo personal, su búsqueda es por “fortalecerme sola para, si bien no ser feliz, seguir creciendo y lograr una estabilidad, encontrar la paz”, por lo que manifiesta que se enfoca siempre en su trabajo y sus hijos.
Sus anhelos no quedan en meras palabras: ha estudiado danza árabe y actualmente cursa una Ingeniería en Gestión de Proyectos que espera la ayuden a lograr, algún día, su meta de levantar un espacio propio dedicado a la cultura.
Es tarde. Hay que cerrar las instalaciones y su familia la reclama, pues además de artista y promotora de la cultura es madre de familia y ama de casa. Se despide, me dedica una de sus ocasionales sonrisas, y se va, con la mente orientada en hacer —siempre— lo que le gusta.