viernes, noviembre 22, 2024
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LOS PANZAS VERDES

Soy de la generación de leoneses que nos criamos entre pedazos de cuero, paseados de La Garita al Calvario pasando por el Barrio de Arriba, el pueblo que los españoles despojaron a los mulatos. A ese pueblo en el que en mi niñez iba en bicicleta con el portaviandas de peltre y tortillas calientes, bien envueltas en blanca servilleta, hasta la tenería de Alfredo, ubicada en la calle Hidalgo, casi llegando al malecón.

Rodolfo Herrera, prolífico autor sobre la historia leonesa, realizó una investigación historiográfica sobre la curtiduría en León. En su libro León en la piel. Estampas de nuestra curtiduría en el tiempo enfatiza los orígenes previos a la fundación formal de la Villa de León, su desarrollo en el Barrio de la Canal y en el Barrio de Arriba, además de su condición social, tecnológica, económica y territorial, con significativos retos en el presente y el futuro de la Ciudad.

Muestra nombres de los primeros maestros curtidores, técnicas ancestrales e ingredientes, datos de curtidurías que fueron trabajadas por generaciones en la época colonial, así como curtidores, que, ante los descubrimientos de los siglos posteriores, adoptaron nuevas técnicas, encontraron otros mercados y entraron en la dinámica global.

Trata de la integración de contextos históricos y sociales que dan lugar a la identidad peletera de esa ciudad: de las estancias a las haciendas para ilustrar los orígenes cuereros gracias a la ganadería; el Barrio de Arriba y el despojo sufrido por sus mulatos para convertirse en centro curtidor; las primeras familias que curtían la piel; el impetuoso siglo XIX, con su Julián de Obregón como gran promotor de la curtiduría; la industrialización que llegó en el siglo XX tras la revolución; y la industria curtidora en el nuevo milenio, con el retro ambiental por delante.

En la investigación encontró cómo surgió la curtiduría en las estancias ganaderas en el siglo XVI, donde se criaban reses, cabras, ovejas y caballos para atender las necesidades de los mineros de Zacatecas, Guanajuato y Comanja.

En este lugar se desarrolló la curtiduría que durante cuatro siglos dio impulso e identidad a sus vecinos, quienes resistieron embates naturales y sociales para sobreponerse y apuntalar el desarrollo industrial junto con los fabricantes de calzado, hasta que las nuevas normas provocaron la salida de las curtidurías a parques industriales y las técnicas se modernizaron. Dijo que, ante la modernidad, entraron nuevos métodos para la curtiduría y serán nuevas tendencias de la historia leonesa.

Panzas verdes debido a su dedicación a la curtiduría (Fotografías: Archivo Histórico de León y Cámara de la Industria de la Curtiduría, respectivamente).

Pero es el único que se refiere a la historia para explicar a la identidad leonesa que busca motivar a nuevas generaciones para que sepan por qué se nos llama “panzas verdes”: En un mundo de empresarios que corren tras el éxito, ejecutivos de película; hombres agresivos y enérgicos, con ambiciones políticas; que son prácticos, riegan flores de plástico y están al pendiente del celular (conste que la compuse y no la plagié a Serrat), existe un hombre amable y afable llamado Ramón Ascencio Villanueva.

Es el hombre culto de las industrias zapatera y cuerera, escritor de libros sobre personajes ilustres, relator del mundo del calzado esta vez no podía quedarse atrás con un excelente texto para comentar la obra de Rodolfo.

Ramón Ascencio hace referencias históricas acerca del por qué el Valle de Señora, tierra originalmente de chupícuaros y guachichiles, y su origen ganadero que permitiría hacer del curtido una de las primeras industrias de una ciudad que nació agrícola para surtir de alimentos a los centros mineros de la región a costa de la guerra contra chichimecas.

Enriqueció la relatoría histórica plasmada en la obra al ilustrar elementos de identidad cultural de una ciudad que ahora tiene múltiples rubros de industria. Y así lo explicó: León curtía, hace años, 30 mil cueros diarios; ahora curte 42 mil, pero ya no sólo para una industria del calzado que utiliza mucho material sintético, sino para accesorios de vehículos y aeronaves.

En León opera el 71 por ciento del total de las tenerías registradas en el país y esta industria es una importante proveedora de piel de las industrias automotriz y aeroespacial, pues aquí se hacen asientos para automóviles de alta gama y de aviones, por ejemplo.

Son los relatores de cómo los niños de La Garita y el mismo barrio trepaban al cerro del Calvario en busca de ardillas, de La Famosa y las cantinas de la zona.

“Tenería en 1940”. Óleo del pintor Jorge Barajas.

Mis tiempos

Pero basta de remitir recuerdos ajenos, que yo tengo los propios:

Entre dos y tres de la tarde debía llegar a la tenería de Alfredo, en la calle Hidalgo, misma que fuera una de las pavimentadas por mi padre en su adolescencia, cuando llegó de San Felipe a León.

El portaviandas llevaba la sopa de pasta, frijoles y arroz, algún guisado con nopales y algo de carne. Por las tortillas pasaba a la tortillería de mi abuelita Socorro ―la mamá Coco de por acá― y tras saludar de beso en la mano a mi abuelito Marcelino ―experto nixtamalero―, fuerte chaparrito güero de los Altos de Jalisco, recibía 50 centavos. 

Mientras mi padre se desocupaba para comer, junto con otros niños yo me divertía tirándome clavados en los restos de piel raspada, fresca y con olor a químicos.

Me embelesaba al ver el tambor de tablones de madera que giraba entre el ruido de un viejo motor eléctrico y cómo esos hombres con delantal y botas de plástico entraban y salían de él.

El trabajo de mi padre era emparejar las pieles, ya curtidas, con un bello tono azul bajo, antes de ser enviadas al entintado.

Tenían una máquina checoslovaca a la que había que habilitar con algún alambre ante la tardanza del mecánico reparador. Mi padre tenía sólo un piquito de uña en el dedo meñique de su mano izquierda, resultado de un alcance con las filosas cuchillas de la rebajadora.

Cuando don Aristeo ―mi padre, pues― terminaba de comer, yo recogía el portaviandas y me iba a leer “cuentos” (historietas), al puesto de mi tío-padrino Trino, que estaba en el jardín del Barrio Arriba.

A mi padre no le rendía el dinero porque los fines de semana eran de borrachera en un barrio infestado de cantinas, botana, birria y mucha música. No era su culpa: sus amigotes ―incluido el patrón Alfredo― lo sonsacaban y su espíritu, debilitado por la tentación, caía en esas garras incitadoras.

Cuando la familia creció, optó por irse de “mojado”. Sus aventuras en el cruce por el río Bravo y sus arribos a los pueblos del sur de Gringolandia, casi tan mexicanos como los de este lado del río, son historias aparte.

Yo soy de San Felipe, me decía: tú eres panza verde. Yo bajaba la mirada y veía esa panza prieta e inflamada, contrastante con las patas flacas. Esa panza era bonita. Luego se puso peluda y fea.

Federico Velio Ortega
Federico Velio Ortega
Periodista, maestro en Investigador Histórica, amante de la lectura, la escritura y el café. Literato por circunstancia y barista por pasión (y también al revés)
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