Espacio que resume leyenda, cultura e historia en pleno centro de la ciudad
A este sitio ―histórico, emblemático― se llega desde múltiples accesos. Lo más común es subir por un lado del Teatro Principal, mediante una serie de anchos escalones; pero también desembocan allí los callejones de Tamboras, Cerbatana y la Cerrada de Mexiamora. Además, existe la opción de arribar por el Hinojo, asomándose de pasada al Callejón del Infierno, donde según la leyenda existe un portal que conduce al mismísimo averno, sobre todo si uno se encuentra bajo los efectos de alguna sustancia etílica.
Más no importa por cuál rumbo encaminemos nuestros pasos: la plaza se abre como amplio anfiteatro, recibe al visitante y sirve de paso al caminante. A la sombra de los árboles de diversos tamaños, dan ganas de sentarse a la sombra para echar a volar la imaginación, traer a la memoria los recuerdos o simplemente ver pasar la vida. No puede faltar la fuente, que ofrece un adecuado contrapunto al rectángulo de viejos inmuebles que rodean el lugar.
Ubicada en pleno centro histórico de Guanajuato, Mexiamora concentra una gran dosis de tradición. No es difícil imaginar, en el sitio donde hoy está la fuente, al cadalso que se instaló allí en 1811 para “castigar”, mediante el cruel método del ahorcamiento, la osadía de algunos ciudadanos que se unieron a la rebelión contra el reino español, al comenzar la lucha independiente, ante la presencia del pueblo que, compungido, apretaba los dientes mientras veía morir a parientes o vecinos.
Sin embargo, los anales también consignan un lado amable: en una de las casas del entorno nació, el 12 de abril de 1819, Benito León Acosta, quien se haría famoso al convertirse en el primer aeronauta mexicano, elevándose en un globo aerostático, en la Ciudad de México, el 3 de abril de 1842, hazaña que repetiría posteriormente en su ciudad natal y en otros lugares del país, hasta que un accidente lo retiró del cielo, aunque no de la aeronáutica, pues continuó inspirando a otros soñadores de la misma estirpe, entre ellos a Joaquín de la Cantolla, el creador de los famosos globos de feria, hechos con papel de china, que fueron bautizados con su apellido: “globos de Cantolla”.
Los callejones cercanos son encantadores. Afortunadamente bien cuidados, forman una madeja de pasajes estrechos, peculiares, que pueden recorrerse, con calma, en pocos minutos. Los nombres, como suele ser en Guanajuato, no dejan de ser originalísimos: Cabecita, Gallitos, Tamboras, Perros Muertos, Tanganitos, Infierno, Cerbatana… una verdadera colección de inusitados vocablos.
En otro costado, se encuentra la casa de nacimiento de Manuel Leal, escritor, periodista y pintor del siglo pasado. Nacido en 1898, dejó obras que relatan hechos importantes, como la tremenda inundación de 1905, cuyas aguas alcanzaron un nivel que asombra aun en nuestros días, como indican las marcas colocadas en diversos sitios de la ciudad, y cuyos desastrosos efectos llevaron a construir el túnel de desagüe del Coajín, que corre de Embajadoras a la cañada de Pozuelos. El artista también dejó cuadros que pueden admirarse actualmente en los hoteles Santa Fe y San Diego, entre ellos el que ilustra la llegada de la escultura de la Virgen de Guanajuato, cuyos portadores, perdidos entre los llanos del sur, encontraron el camino gracias a un milagro simbolizado por dos palomas.
Y si de personajes ilustres hablamos, no podía faltar Jesús Chucho Elizarrarás. Llegado al mundo en 1908 en una casa situada en uno de los extremos de la plaza de Mexiamora y fallecido hace apenas 15 años, este compositor, productor radiofónico y difusor de la cultura, creó el famoso programa televisivo Noches tapatías y dedicó a su mamá una melodía que terminó convertida en himno popular de la ciudad, en la que canta a las montañas y al cielo azul de este rincón provinciano: Tierra de mis amores.
Una escuela primaria funciona en otro de los inmuebles, cuyos alumnos disfrutan del mejor patio de recreo que se pueda tener: la misma plaza. Allí, vigilados por sus maestros y rodeados de antiguas fincas, devoran su refrigerio, juegan y reciben clases de canto. Las infantiles voces proyectan melodías que se esparcen por el ambiente. Las caritas de los pequeños alumnos muestran una concentración imbuida del afán aventurero del aeronauta, del espíritu creativo del pintor y del ritmo de la melodiosa canción que honra al terruño… “donde tuvo su cuna mi idilio breve”.