Dos estilos arquitectónicos, en su momento símbolos
de progreso, dejaron sus huellas en la ciudad minera.
Guanajuato es una ciudad barroca. La gran mayoría de sus templos se levantaron, durante el dominio español, en ese estilo arquitectónico colonial, ya fuera sobrio y austero como el de la Basílica, o bien exuberante como en la modalidad del churrigueresco que aturde con su cacofonía de flores, querubines, medallones, enredaderas, nichos y estatuas elaborados en cantera en Valenciana, Cata, San Diego, San Francisco y tantos otros edificios religiosos.
También es un poco neoclásica. Destruidos muchos de sus inmuebles virreinales por los efectos del tiempo o debido a catastróficas inundaciones, se reconstruyeron en el estilo armónico que imitaba las creaciones grecolatinas, con sus altas columnas, amplios pórticos y frontones. El antiguo Palacio Legislativo, la fachada del Teatro Juárez o la sede del sindicato de mineros son solo unas muestras de esa tendencia.
Adormilada luego de las luchas intestinas que padeció el país durante el siglo XIX, la otrora rica ciudad minera perdió, paulatinamente, su esplendor. Al iniciar el siglo XX, y aún más después de la Revolución Mexicana, tenía el aspecto de un pueblo fantasma, con decenas de haciendas semi derruidas, viviendas descascaradas de una sola planta, calles con apenas huellas del antiguo empedrado y un somnoliento estilo de vida.
Pese a todo, el movimiento artístico llamado Modernismo pasó, aunque fugazmente, por la capital guanajuatense, y plasmó unas pocas huellas arquitectónicas. Del art nouveau, vocablo tomado del francés, quedó solo un ejemplo: el soberbio y hermoso inmueble de color claro localizado en el Paseo de la Presa, justo a la entrada del callejón del Infierno (segundo con ese nombre, pues existe otro en el centro de la ciudad). Sus ventanales y puertas, claramente visibles desde el exterior, lucen los adornos florales y estilizados marcos de ese estilo.
Posteriormente, en el periodo de tensa paz que se vivió entre las dos guerras mundiales, por un breve tiempo se impuso en el mundo el art déco, estilo puramente decorativo que combinaba formas geométricas (líneas verticales, diagonales, semicírculos) con materiales como el latón, la madera, el acero o el concreto. Obras tan famosas como el Edificio Chrysler de Nueva York y el Cristo del Corcovado de Brasil fueron creadas con esas características.
En Guanajuato, ese movimiento puso su marca, apenas visible, pero inconfundible, en al menos dos inmuebles: el Teatro Principal y lo que fue el Cine Reforma, aunque solo el segundo es totalmente representativo, ya que el primero se levantó con un peculiar eclecticismo. Combina, por ejemplo, los ventanales angostos y en diagonal de la fachada, las cornisas curvas y los chapetones de sus puertas, netamente art déco, con las columnas evidentemente neoclásicas de la entrada.
Por su lado, el edificio donde funcionó el Cine Reforma muestra la forma trapezoidal inconfundible del art déco, con las molduras que bajan en vertical por la fachada, en un tono rosado característico. Poco apreciado, es no obstante el símbolo más representativo de ese estilo, lo que ha obligado incluso a que se repita el diseño en la ampliación de la tienda de conveniencia que actualmente ocupa ese espacio, si bien falta aún por ver el acabado que se le dará.
Por ello, en la capital del estado de “Plan de Abajo” —Ibargüengoitia dixit— el observador cuidadoso puede encontrar no solo las trazas constructivas del virreinato, sino las fugaces creaciones modernistas de una sociedad que, a mediados del siglo XX, buscaba una imagen más contemporánea y acorde a un mundo en veloz cambio. El art nouveau y el art déco, aunque efímeros, también un día pasaron por aquí.