El Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México posee, por dentro y por fuera, innumerables manifestaciones de cultura, obras de arte y misterios que llaman poderosamente la atención de quien lo visita en sus interiores o admira su amplio exterior.
El Palacio comenzó a construirse el 1 de octubre de 1904 con el objetivo de reemplazar al demolido Teatro Nacional de México. El proyecto estuvo a cargo del arquitecto Adamo Boari, quien diseñó un edificio ecléctico mezclando los estilos Art Nouveau y Art Decó.
En su construcción se emplearon grandes cantidades de mármol blanco de Carrara en la fachada y de muy diversos tonos en el interior. Luego se decoró con obras de muralistas mexicanos como David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, José Clemente Orozco y otros.
De acuerdo con las crónicas más confiables, que datan de los albores del siglo pasado, Boari tuvo, desde niño, una especial inclinación por los perros de compañía. Así desde 1904, cada mañana llegaba a la obra en construcción acompañado de su amiga “Aida”.
Fue una compañera invaluable, una singular acompañante que llamaba la atención por la increíble habilidad con que seguía las órdenes de su amo. “Aída” era una perrita Setter, antes de que se diera la subdivisión canina entre Inglés, Irlandés y Gordon.
La cabecita de “Aída” figura entre los medallones que ornamentan la fachada principal del Palacio de Bellas Artes. La escultura se debe al diestro cincel de Fiorenzo Gianetti, uno de los hombres más valiosos dentro del equipo de trabajo que encabezó Don Adamo.
Multifacético, el arquitecto Boari siempre llegaba caminando alegre llevando consigo a su mascota, la perra “Aída”, quien solícita solía acompañarlo y era, al mismo tiempo, una grata impresión para los transeúntes y trabajadores de la construcción. Estaba muy bonita.
De esa forma, Boari inmortalizó a su perrita en el Palacio de Bellas Artes, donde hasta la fecha luce callada y serena. Para muchos, la efigie pasa desapercibida, por su tamaño discreto, pero para el transeúnte curioso, ese ornamento puede parecer algo inverosímil.
Cabe recordar que Adamo Boari (Ferrara, Italia, 22 de octubre de 1863-Roma, Italia, 24 de febrero de 1928) se distinguió por ser un arquitecto cuya obra brilló en México. Creó grandes obras arquitectónicas aquí, pero entre todas destaca el Palacio de Bellas Artes.
Adamo Boari se había enamorado de México. Aquí vivió de 1899 a 1916, aquí se casó, tuvo una hija y tenía planeado naturalizarse, pero su relación con Porfirio Díaz y luego el estallido de la Revolución Mexicana hicieron pedazos su sueño de permanecer en el país.
Antes de llegar a México, y por motivos de trabajo, Boari viajó por América. Primero, se estableció un tiempo en Brasil, nación que muy rápido reconoció la calidad de su trabajo, y luego vivió temporadas en Montevideo, Buenos Aires y Chicago, dejando allí su huella.
También tomó parte en el proyecto de la cúpula de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen, y realizó importantes trabajos, por ejemplo su propia casa: en la esquina de las actuales calles Monterrey y Álvaro Obregón. Es el primer ejemplo mexicano de arquitectura moderna.
Igualmente participó en la construcción del Palacio de Correos en la esquina de Tacuba y Eje Central en la capital del país (1902-1907) y en los arreglos al Palacio Nacional; iba a realizar el monumento en honor a Porfirio Díaz, pero por obvias razones políticas le fue retirado el proyecto.
Porfirio Díaz mandó edificar el Palacio siendo presidente del país, dentro del programa conmemorativo del Centenario de la Independencia de México, así como el Hemiciclo a Juárez que se localiza a unos pasos de ahí, sobre la acera sur de la Alameda Central.
Un dato atractivo es que el antecedente del Palacio de Bellas Artes fue el Teatro Nacional o Teatro Santa Anna, donde se interpretó por primera vez el Himno Nacional con letra de Francisco González Bocanegra y música de Jaime Nunó. Ese foro fue demolido en 1901.
Díaz quería que el Palacio estuviera listo en cuatro años, pero por hundimiento del suelo y la Revolución, demoró su conclusión 30 años. Además, la cortina de cristal de la sala principal, que se encargó a la Casa Tiffany de Nueva York, a partir de una pintura de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl del Dr. Atl, tardó más de lo pensado.