El bullicio de la función hace tiempo que
dejó su lugar a una ominosa destrucción
Fue escenario de las grandes “metidas” estudiantiles. Cuando una película prometía, decenas de alumnos de la Universidad de Guanajuato (UG) y otras personas aprovechaban el caos que ocasionaba la multitud, rompían filas, se aglomeraban frente a las acristaladas puertas y comenzaban a empujar, una y otra vez, hasta hacer imposible cualquier resistencia e irrumpir sin boleto al vestíbulo y a la entonces única gran sala.
Esa imagen del Cine Guanajuato dejó de verse a principios de los años 1990, cuando el gobierno salinista remató gran parte de los bienes nacionales, entre ellos la Compañía Operadora de Teatros, S. A. (COTSA). Más las anécdotas vienen de mucho antes, de una época en la que internet, celulares y redes sociales no existían, cuando las citas para ir al cine se hacían de palabra o por teléfono de disco y había que encontrarse en la Plaza de la Paz, en las escalinatas de la UG o en la Subida de los Hospitales.
Una vez en el interior, el público se disponía a disfrutar de una función de casi cuatro horas, pues pasaban dos películas ¡con permanencia voluntaria! (Ojo, millenials: esto significaba que la gente podía quedarse a disfrutar nuevamente ambos filmes, sin costo extra). Yo, por ejemplo, recuerdo que vi la inolvidable Melody tres veces en un solo día, aunque en el Cine-Teatro Cervantes.
El cine, parte de la “canasta básica”
Aquí una digresión. Durante la larga hegemonía priísta (1929-2000), se intentó cumplir, al menos de forma cosmética, con los mandatos constitucionales que teóricamente beneficiaban al pueblo. Entre ellos, el salario mínimo, que debía ser suficiente para satisfacer “todas las necesidades” de un trabajador y su familia. Como parte de este sueño guajiro, nunca cumplido, se estableció la famosa “canasta básica” que contenía los bienes y servicios a que mínimamente tenían derecho los mexicanos.
Dentro de esas necesidades, estaba el esparcimiento familiar. Así, el cine pasó a formar parte de la mencionada canasta básica, con lo que se convirtió en el pasatiempo por excelencia, fijándose un precio muy accesible para la población. Esta política facilitó el surgimiento de los grandes mitos de nuestra cinematografía: Dolores del Río, María Félix, Pedro Armendáriz, Jorge Negrete, Pedro Infante y, posteriormente, de los valientes luchadores y las malhabladas pero bellas “ficheras”.
También devino la aparición de empresas del sector y la construcción de salas de cine en muchas ciudades. En la capital del estado, la Compañía Operadora de Teatros levantó en 1946 el Cine Guanajuato. La otra gran sala cuevanense, el Cine Reforma (hoy tienda “Del Sol”), existía desde 1920, pero fue reconstruida con su actual fachada de estilo art déco en 1951. Tanto uno como otro fueron vendidos a inicios de los años 1960: el primero lo adquirió el Circuito Montes y el segundo el gobierno federal.
A Guanajuato, entonces una ciudad pequeña, los estrenos llegaban varias semanas e incluso varios meses después que en el resto del mundo; pero como no había de otra, ambos se abarrotaban, pese al mal estado general de las salas, donde hasta ratas había. Eso sí: las dulcerías ofrecían bolsas de palomitas y refrescos en tamaño compacto y no existían los enormes, carísimos y poco saludables combos de la actualidad.
Para toda la familia
Además, cada domingo, el Cine Guanajuato y su competencia presentaban una matinee, programación matutina dedicada especialmente a los niños, generalmente con filmes de indios y vaqueros, de los cómicos Viruta y Capulina o de luchadores, donde El Santo, Blue Demon, Mil Máscaras y otros ídolos del pancracio daban en su máuser a los enemigos de la humanidad: marcianos, monstruos, mafiosos, etc. Era momento de echar “luchitas” a oscuras en los pasillos y del alarido general cuando el héroe se disponía a poner en su lugar a los malvados.
En la adolescencia, ir con una eventual pareja al cine significaba la posibilidad de pasar un largo rato muy cerca de la persona amada y, en el caso del varón, tener tiempo suficiente para animarse a colocar el brazo en la parte posterior de la silla de la dama, antes de sudar frío en el momento de decidirse a abrazarla, aunque bien podían pasar las cuatro horas de función sin que tal cosa ocurriera.
Así vivió el Cine Guanajuato su mejor época. Pero llegó el momento, a principios de los años 1990, en que el neoliberalismo y, especialmente, el auge de los reproductores caseros de películas (en formato Beta primero, luego en VHS) provocaron su primer cierre. El gobierno federal vendió en un solo paquete a Ricardo Salinas Pliego, dueño de Elektra, varios medios de comunicación, entre ellos Imevisión (hoy TV Azteca) y COTSA.
En realidad, toda la industria cinematográfica fue zarandeada. El Cine Reforma acabó convertido en tienda y cerraron cientos de salas en todo el país. Sin embargo, con la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC), nuevas empresas (Cinemark, Cinépolis, Cinemex) y una agresiva campaña de promoción, bajo el lema “el cine se ve mejor en el cine”, revivieron al sector.
El cine salió de la canasta básica, con lo que se liberaron los precios, se modernizaron los establecimientos y las dulcerías se volvieron importante fuente de ingresos. Los nuevos dueños del Guanajuato hicieron un notable esfuerzo: dividieron la gran sala en tres más pequeñas y se dispusieron a competir. Su oferta de promociones y precios bajos lo mantuvieron vivo durante dos décadas más, pero a la larga la preferencia del público por las grandes cadenas lo sacó nuevamente del mercado, hace casi un lustro.
Hoy se extrañan las inmensas “colas” en los escalones de acceso. El bullicio ha dejado su lugar a un nostálgico y triste silencio y las sombras reinan en el vestíbulo, tras las puertas de cristal que aún quedan, pues varias están rotas. Los carteles de las últimas cintas anunciadas tapizan el suelo y por la noches se ha convertido en refugio de vagabundos (y malvivientes, según algunos vecinos).
El lastimoso aspecto actual del que fue el mayor cine cuevanense provoca tristeza entre quienes vivieron momentos importantes dentro de esos muros, se emocionaron con alguna película de aventuras o iniciaron un romance al amparo de la penumbra. La taquilla está fuertemente clausurada; las gruesas columnas se levantan como mudos testigos de lo que fue, alguna vez, un luminoso vestíbulo; el enorme techo de metal se oxida paulatinamente y un desagradable vaho se desprende del interior.
Las hazañas de los héroes, las risas de la comedia, la tristeza del drama, la emoción de la aventura y los románticos o apasionados besos que alguna vez proyectaron sus pantallas han emigrado a los multicinemas del presente, aunque todavía haya quien sueñe con que, igual que el ave fénix, el Cine Guanajuato recupere el esplendor de los grandes estrenos.