viernes, septiembre 20, 2024
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MONUMENTO A LA REVOLUCIÓN O LA TRANSFORMACIÓN DE UN PALACIO LEGISLATIVO EN MAUSOLEO, MUSEO Y LUGAR DE ESPARCIMIENTO

El 23 de septiembre de 1910 —hace casi 113 años— el presidente Porfirio Díaz colocó la primera piedra de lo que sería el Palacio Legislativo Federal, uno de los más grandes y lujosos edificios de su tipo en el mundo, superior al Capitolio de Washington en tamaño y ricos decorados. Pero el destino de esa soberbia obra era ser Monumento a la Revolución.

La historia de tan imponente mole de acero y piedra se remonta al año 1897, cuando Díaz publicó la convocatoria internacional para la construcción del palacio que cobijaría a los diputados y senadores, así como a otros empleados de diversas dependencias de gobierno. De México y diversas naciones llegaron propuestas, pero ninguna impresionó a nadie.

Debido a que para el severo jurado ni un proyecto merecía ser ganador, el presidente de la República llamó al arquitecto francés Émile Bénard para que alzara el inmueble sobre un vasto terreno pantanoso de la colonia Tabacalera, muy cerca del Paseo de la Reforma. Esa gran obra sería una más para celebrar los 100 años del inicio de la Independencia.

Lo que sería el Palacio Legislativo Federal, a causa de varios hechos históricos, acabó siendo el formidable Monumento a la Revolución (Fotografías de Juan Carlos Castellanos).

Comenzó la construcción del gigante con acero traído de Estados Unidos sobre una base de 17 mil pilotes para soportar el hundimiento y el movimiento generado por el fango. Muy pronto la obra detendría su impetuoso avance, pues el estallido de la Revolución y el destierro de Porfirio Díaz dejaron sin presupuesto al famoso arquitecto nacido en Francia.

La construcción fue suspendida en 1912, cuando apenas se vislumbraba su estructura metálica, porque sin recursos para seguir adelante, con la lucha armada azotando al país, y sin el apoyo de Díaz, el constructor Bénard decidió salir corriendo de México. Regresó hasta 1922 para proponer dar un nuevo uso al malogrado y pomposo Palacio Legislativo.

Con sombrero de copa, levita y un español más o menos fluido, Émile Bénard se presentó ante el entonces presidente Álvaro Obregón con su idea: aprovechar esa infraestructura para crear un “Panteón a los Héroes de la Revolución Mexicana”; inició la revaloración de lo construido, papeleos y presupuestos, y otros aspectos técnicos para la nueva obra.

Obregón fue asesinado en 1928 y un año después falleció el arquitecto. Otra vez, la obra quedó atajada. Entre políticos, funcionarios públicos y gente del pueblo se hablaba ya de una “maldición” de ese proyecto. Corría la versión de que el lodo donde se levantaba esa obra era tumba de soldados desde la Conquista hasta la Independencia y la Revolución.

Sucedió que el arquitecto Carlos Obregón Santacilia, quien había nacido y habitado toda su vida por ese rumbo, en la hoy calle de Vallarta, estaba al tanto de cuanto había pasado con ese intento de Palacio Legislativo. Un caluroso lunes de 1933 pasaba por ahí y notó que la parte central de la estructura estaba en perfecto estado. Sintió en él una epifanía.

Planeó rescatar esa parte aún aprovechable de la construcción y crear un monumento para honrar a la recién terminada Revolución Mexicana con miras a convertirse, incluso, en moderno mausoleo donde descansaran los hombres más brillantes de ese capítulo de la historia de México. Así, el Monumento se constituyó como mausoleo en el año 1936.

La parte central aprovechable que sirvió para hacer el Monumento a la Revolución estaba originalmente destinada a ser la “Sala de los Pasos Perdidos”. Esa sala estaría rodeada de numerosas oficinas que ocuparían lo que finalmente fue convertida en una majestuosa y enorme explanada que da espacio abierto y fresco para admirar aún más el Monumento.

Entre 1933 y 1938 se cubrió la cúpula con enormes y gruesas láminas de cobre y el águila que la remataba se trasladó al actual Monumento a la Raza. Obregón Santacilia se aplicó para dar a la colosal obra un toque de estilo art déco, vigente desde la época de gobierno de don Porfirio, la cual combinó con durísima piedra volcánica y cantera color claro.

En cada pilar se dispusieron moradas mortuorias para Venustiano Carranza, Francisco I. Madero, Plutarco Elías Calles, Francisco Villa y Lázaro Cárdenas, los hombres más representativos de cada uno de los capítulos de la gesta revolucionaria, cada cual con méritos propios en su tiempo y en su espacio, y se colocaron otros elementos decorativos.

También mausoleo y museo, el Monumento a la Revolución reclama una visita inexcusable (Fotografías de Juan Carlos Castellanos).

Entre ellos, 18 potentes reflectores para iluminar al Monumento; las esculturas “La Independencia”, “Las Leyes de Reforma”, “Las Leyes Agrarias” y “Las Leyes Obreras”; varias águilas esculpidas por el artista plástico mexicano Oliverio Martínez de Hoyos, y una nutrida colección de lámparas para llevar luz mercurial hasta todos los rincones.

Se le añadió un mirador público, mismo que dio servicio durante más de 30 años, porque en 1970, se clausuró el elevador del Monumento a la Revolución y, consecuentemente, el mirador quedó en el abandono. El Monumento a la Revolución con su mausoleo y su mirador poco a poco sufrió el deterioro del abandono, la indiferencia y la apatía general.

Pero, con una inversión de poco más de 360 millones de pesos, el 20 de noviembre de 2010 ese conjunto de alto valor arquitectónico e histórico fue reinaugurado como parte de los festejos por el Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana; se sometió a un remozamiento integral que le granjeó gran lustre.

Se rehabilitó el mausoleo, se respetó la arquitectura original y se restauraron el bronce de la cúpula y las piedras de los pilares, se incorporó un elevador de cristal al centro, mismo que lleva al público al mirador también rehabilitado. Además, se echaron a andar fuentes danzarinas que con luces de colores dan un toque alegre a esa zona de afluencia turística.

Desde 1986, en el sótano del monumento está el Museo de la Revolución, donde tienen lugar exposiciones, conferencias y eventos alusivos al tema. Con sus 67 metros de altura, el Monumento a la Revolución es hoy un sitio de paz y esparcimiento donde a toda hora se pueden ver familias, parejas y personas solitarias paseando, descansando en sus áreas verdes, o simplemente disfrutando de la extraordinaria vista que ahí se puede apreciar.

Juan Carlos Castellanos
Juan Carlos Castellanos
Juan Carlos Castellanos C., es periodista con más de 40 años de experiencia en temas culturales. Entre otros muchos, ha merecido el Premio Internacional de Periodismo “Ludwig Von Mises” de las Naciones Unidas y su labor como reportero ha sido antologada en diversos libros y revistas.
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