Allá por la década de los sesenta del siglo pasado existió una ciudad de ficción literaria, llamada Cuévano, capital del estado de Plan de Abajo, descrita y escrita por un escritor que nació en una ciudad llamada Guanajuato, capital de un estado homónimo, que en ese tiempo era transformado por un proyecto político-económico llamado “Plan Guanajuato”, impulsado por el gobernador Juan José Torres Landa, que en Estas ruinas que ves se llamó el Gordo Villapando y en Las muertas su apellido era Cabañas.
En ese momento, el tal Jorge Ibargüengoitia era un dramaturgo de cierto reconocimiento y se convertiría en la siguiente década en un novelista de mucha fama, pero que padecía del pecado de no ser solemne ni del formal comportamiento público, así que fue rechazado por la casta intelectual y la clase política guanajuatense. Él les pagó con la creación de esa ciudad literaria llamada Cuévano, que apareció primero en la novela Relámpagos de agosto y que es protagónica territorial en sus últimas cuatro novelas: Estas ruinas que ves, Las muertas, Dos crímenes y Los pasos de López.
Ha habido en la Atenas de por acá, una gran preocupación durante décadas por identificar personajes de ficción del Cuévano de la obra ibargüeingoitiana con los que habitaron la ciudad de Guanajuato.
Con los personajes de ficción que aparecen en las obras de ese terrible satírico (que negaba ser satírico y que me reviraría por el adjetivo de “terrible”) prefiero no meterme, pues sus descendientes viven y muchos de ellos son parte de la nueva casta intelectual y la clase política. Si me destierran, no tengo a donde ir, por eso prefiero escribir sobre los lugares ficcionales. Las calles y plazas no me reclamarán.
En el Cuévano de Ibar (como le decían en corto sus amigos que departían con él en la cantina “El Cañón Rojo” ―hoy “Los Barrilitos”―), las calles descritas están inspiradas en características de calles de Guanajuato.
Para empezar, comencemos con Cuévano. Dice la Academia de la Lengua Española que “cuévano” es un sustantivo masculino que significa “cesto grande y hondo, poco más ancho de arriba que de abajo, tejido de mimbres, usado especialmente para llevar la uva en el tiempo de la vendimia”. También lo define como “cesto más pequeño, con dos asas con que se afianza en los hombros, que llevan las pasiegas a la espalda, a manera de mochila, para transportar géneros o para llevar a sus hijos pequeños”.
La ciudad de Guanajuato es un cuévano: ancha de arriba, honda abajo. La parte alta son sus cerros, la parte baja es la zona donde se concentra la vida intelectual y política. Canasto de mimbre donde las casas son un tejido de callejones hechos de escalones y peñascos, con su trazo irregular y sinuoso al ser forjados y diseñados con las caídas de agua de los cerros hacia la cañada.
Cuévano fue recreada por Ibar en sus espacios más íntimos: sus barrios, plazas, calles y espacios representativos. El escritor visualizó dos ciudades: la de su niñez, inserta en la crisis postrevolucionaria resultante de la lucha contra el que echara del poder a su bisabuelo, y la de su momento de adulto, cuando acude a ella a vincularse con la universidad y ésta no lo acepta.
Las guanajuatenses calles de Cuévano (o cuevanenses calles de Guanajuato)
Si la descripción física y el relato sobre la historia de Cuévano corresponden a la descripción física y la historia de Guanajuato, es mera casualidad e inesperada coincidencia:
El Paseo de los Tepozanes es el antiguo camino a la presa homónima, donde las otrora señoriales casas se caen de viejas. Paseo de Tepozanes era la melancolía que Jorge (Ing. Jorge Ibargüengoitia, igualado) tenía de su niñez. En Guanajuato se llama Paseo de la Presa.
La vida intelectual que el escritor habría de tener en el retorno a su ciudad natal se desarrolló en una de las calles más citadas en Estas ruinas que ves: Triunfo de Bustos, llamada así por la ficcional Batalla de Bustos ganada por Miramón al general Tarragona (alter ego de Florencio Antillón, abuelo de Ibar). En esa calle está la casa de Las Forjas y, según el escritor, su nombre oficial es Felipe Carrillo Puerto.
Al revisar referencias a lugares y personajes, resulta que en el Guanajuato real esa calle se llama Ponciano Aguilar, que atraviesa el norte de la Plaza de la Paz y en Alonso cambia su nombre a Benito Juárez.
Ibargüengoitia señala en su novela al Callejón de Las Tres Cruces, donde confluyen Calle del Sol, Triunfo de Bustos y Campomanes, como llama a la calle por donde bajaban los estudiantes de la Universidad de Cuévano.
La revisión de la obra señala que Campomanes coincide con Carcamanes y la Calle del Sol mantiene su nombre; por tanto, las Tres Cruces coincide con Lascuraín de Retana. El misterio se devela cuando Ibar describe una casa con balcones ―donde Paco Aldebarán se bate en duelo sexual con Sarita― que dan a Triunfo de Bustos y Tres Cruces, algo que pasa en la zona de la antigua Tenaza, coincidente con la descripción de la zona.
Uno de los espacios consignados en Estas ruinas que ves es el callejón de la Potranca. Se trata del callejón del Potrero, ubicado atrás del Templo de San Francisco. Esta calleja desemboca en la calle Manuel Doblado.
El callejón del Turco, fácilmente reconocible con el del Truco, aparece en Dos crímenes, muy bien identificado gracias a que lo ubica frente al palacio de gobierno (hoy sólo es del gobierno municipal).
Otro alias bien puesto es el de Zacateros, como renombra a los conocidos popularmente como Los Pastitos. El listado de calles es largo, aquí le paramos.
Los lugares cuevanenses de Guanajuato (o lugares guanajuatenses de Cuévano)
Las plazas y edificios de la ficción ibargüengoitiana también tienen sus identidades: Plaza de la Paz se convierte en Plaza de Libertad y ahí desemboca el Callejón de la Torcaza (Callejón de la Condesa).
La Troje de la Requinta (Alhóndiga de Granaditas), el Teatro de la República (Teatro Juárez), el Jardín de la Constitución (de la Unión), la cantina “El Ventarrón” ―que ubica en la entrada del mercado Hidalgo― es “El Cañón del Colorado”, inspirada en la ya citada “El Cañón Rojo” (ahora “Los Barrilitos”), que en la película dirigida por Julián Pastor fue escenificada en la ya desaparecida Los Barrotes de Santander, en la Plaza del Baratillo.
En Estas ruinas que ves, Ibar enuncia al café de Don Leandro, ficción del mítico café Carmelo.
También menciona al Parque de las Tres Garantías, que puede ser Embajadoras o Las Acacias (tiene características de ambos), así como La Casa de los Copetes (que en la ficción es el local de la Flor de Cuévano) construida por don Francisco Canaleja (Francisco Eduardo Tresguerras, pero inspirado en Pedro Ibargüengoitia, antepasado del escritor). Se trata de la casa del Conde Rul.
El Jardín del Tresillo tiene las características del Jardín de las Acacias. El Puente de Tepetates es el de Tepetapa. Los cerros que colindan con Cuévano también son enumerados: el del Cimarrón nada más y nada menos que la Bufa guanajuatense.
El listado es extenso, pero aquí me detengo. Voy por unos tragos a Los Barrilitos en honor a Ibar.