Roberto Junco Sánchez es ahora el hombre adulto que soñó ser en sus años de infancia, cuando su ilusión más grande era hallar joyas y tesoros en las profundidades del mar. Hoy, entre sus hazañas realizadas cuenta con una muy singular: Ya encontró esmeraldas y oro bajo el agua, cristalizando así una fantasía recurrente.
Es arqueólogo por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), tiene Maestría y doctorado en Arqueología y recibió el diploma de Arqueología Histórica de la Universidad de Leicester, Reino Unido. Miembro también de la Society for Historical Archaeology, Junco Sánchez se apasiona al hablar de su trabajo.
El anhelo anidado en su mente y en su corazón pasó al terreno de la realidad en forma de piezas de oro y piedras preciosas, entre ellas esmeraldas, hace nueve años al explorar un arrecife del estado de Yucatán. “Son vestigios de un cargamento de la segunda mitad del siglo XVIII”, mencionó en entrevista exclusiva.
Roberto nació en el Estado de México en 1975, y para alcanzar su sueño se matriculó en la ENAH, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), y buscó su admisión a la Subdirección de Arqueología Subacuática. Ya estaba ahí, donde sus sueños pronto se comenzarían a hacer realidad… aunque su labor era barrer todo el campamento.
A base de estudio constante, Junco Sánchez es actualmente subdirector de Arqueología Subacuática del INAH, y con sincera pasión en sus palabras, dice que ha vivido muchos momentos verdaderamente sublimes. “Trabajar dentro y fuera del agua, buscar, hallar, estudiar, defender y difundir nuestro patrimonio subacuático es hermoso”.
Su hallazgo de oro y gemas preciosas se exhibe en el Museo de Arqueología Subacuática de Campeche. “En ese caso se conjugaron nuestros objetivos: localizar, investigar, conservar y difundir nuestro patrimonio”, reiteró quien conoce la importancia que tiene conocer nuestro pasado para actuar en el presente con miras al futuro.
Explicó que el país cuenta con un patrimonio subacuático que viene desde los primeros pobladores del territorio, hace 13 mil años. “Tenemos desde un esqueleto en el Cenote Nayah en Yucatán, vestigios de la II Guerra Mundial, barcos hundidos por submarinos alemanes, y embarcaciones de la Revolución mexicana bajo el agua”, aseguró.
Dichos tesoros que descansan sumergidos en las aguas están desde Quintana Roo hasta Baja California, de Tamaulipas a Chiapas, y en entidades del interior como el Estado de México con sus lagunas del Valle de Toluca y San Luis Potosí con su manantial de La Media Luna. “Ahí, bajo el agua, hay historia”, sentencia Junco Sánchez.
Junco hace arqueología subacuática desde hace alrededor de 15 años. Le apasiona lo que es la investigación, la protección, la conservación y la difusión del patrimonio. “Siendo éste un país rico en aguas que resguardan vestigios, el INAH impulsa la arqueología subacuática desde hace casi medio siglo en todo México”, recordó.
Su concepto de equipo es elogiable. “No es una materia de individuos, sino de grupos de trabajo. Contamos con un grupo joven, capacitado y listo para desarrollar ese trabajo, por eso México se encuentra a la vanguardia latinoamericana en esta actividad. En el resto del mundo, somos de los países que más han hecho por ese patrimonio”.
En el contexto mundial, subrayó, México es líder con un lugar preponderante, a la cabeza de las naciones que tienen programas serios al respecto desde hace muchos años. “Somos líderes y hemos impartido, junto con la UNESCO, importantes cursos de Introducción a la Arqueología Subacuática dirigido a personas de varios países de Latinoamérica”.
Con esos cursos, subrayó el entrevistado, el INAH y la subdirección que él dirige tienen la oportunidad de cumplir con su vocación, más allá de las fronteras nacionales, en el sentido de capacitar y apoyar a naciones hermanas que lo solicitan, porque también tienen actividades de esta naturaleza y desean profesionalizar y mejorar su trabajo.
Dejó ver su ABC del buen arqueólogo subacuático. A, tener pasión por lo que se hace, ya que eso es el motor de su actividad; B, contar con conocimientos amplios no solamente de la materia, sino de cultura general; C, estar dispuesto a pasar horas, días o semanas en campo o en gabinete, publicar sus investigaciones y compartir sus experiencias.
La Arqueología Subacuática es, antes que nada, arqueología. “A veces nos toca estar bajo el agua, en ocasiones nos apoyamos con máquinas y robots y otras más nos auxilian buzos profesionales”. Por eso, antes que cualquier cosa hay que ser un buen arqueólogo, dijo el entrevistado, quien por su enorme pasión, le echa todas las ganas a su trabajo.
Junco Sánchez aconseja a los aspirantes a arqueólogos submarinos, y a los jóvenes que ya lo son, que se entusiasmen por el tema, que se preparen en varios ámbitos del ancho saber humano, como el aprendizaje de los idiomas más empleados en el mundo, condición que les abre puertas internacionales y da acceso a otros universos igualmente fascinantes.
Desde 2017, el entrevistado está a cargo de la Subdirección de Arqueología Subacuática del INAH, instituto al que ingresó en 2004. Ha dirigido los proyectos Galeón de Manila, en Baja California; de Arqueología Marítima del Puerto de Acapulco, en Guerrero; de Arqueología Subacuática en la Villa Rica, y en el Nevado de Toluca, Estado de México.
¿Qué le falta?, ¿A qué aspira?. Responde: “Mi compromiso es formar un equipo sólido de arqueólogos subacuáticos, crear las condiciones y las oportunidades adecuadas para que los jóvenes que forman la Subdirección lleguen a ser grandes profesionales y puedan aportar y capacitar a nuevas generaciones en el mediano plazo”.
El subdirector de Arqueológica Subacuática del INAH vive y trabaja para fortalecer al grupo y mejorar la capacidad que tiene México al llevar cabo investigaciones de Arqueología Subacuática con los más altos estándares, lo que a la fecha le ha granjeado el respeto de diversas instituciones alrededor del mundo.
Mencionó que la carrera de Arqueología se imparte de manera gratuita en la ENAH, institución de educación pública. “En ese sentido, no es caro convertirse en arqueólogo o arqueólogo subacuático. Lo innegable es que no se trata de una profesión remunerada como sería deseable, como otras que tratan económicamente mejor a quien las ejerce”.
Sin embargo, eso no es problema ante la vocación. “A cambio, ofrece satisfacciones que superan por mucho a gran cantidad de profesiones. Ir a lugares remotos y hermosos, estar en contacto con vestigios históricos, con fauna y flora desconocida para la mayoría de las personas, son vivencias que compensan la mala retribución económica: buceamos en nuestra historia y la sacamos del agua para compartirla”, finiquitó.