Pensar en un niño solo, en la calle, con solamente un destino en su mente y la esperanza de un mejor mañana mezclada con el dolor de sus pies ajados por el camino; indefenso ante el mundo; expuesto a la explotación, el abuso, la tragedia… es mucho más que difícil.
Este escenario dantesco debería existir solo en la ficción. Pero no es así, es parte de una cruda realidad que nos rebasa. Al mirar hacia esa otra realidad pareciera que todo es tan profundamente oscuro… y sin embargo, como siempre sucede, aún en las tinieblas más profundas existe la luz.
Todo comenzó hace muchos años, cuando el dueño de un Hospital Mental ubicado en medio del bosque en Estados Unidos, encontró a cinco niños abandonados. Eran hermanos, fueron llevados ahí por sus padres porque no encontraban la forma de darles de comer y optaron por “solucionarlo” de esta forma. Y así fue como este hombre comenzó, en ese mismo bosque, la construcción del primero de cinco albergues destinados a esos niños que recorren solos los caminos en busca de su familia, sus padres, alguien de su misma sangre.
Olivia López, nuestra entrevistada, forma parte de esa esperanza que pocos conocen: “En mi trabajo yo estoy con los niños del albergue en donde viven mientras se resuelve su situación, y cuando su caso está aprobado viajo con el niño. Vuelo con él hasta reunirlo con su pariente en Estados Unidos. Como mis demás compañeros que también son acompañantes, debo quedarme en la ciudad en la que lo entregué hasta la hora del último vuelo, por si hay algún tipo de problema. Son esperas de ocho y hasta doce horas”.
Comenzó a trabajar en esta organización hace cinco años, aunque solo durante seis meses al año, los siguientes seis los pasa aquí, en Guanajuato, en donde están sus raíces y donde estudió arte. “Cuando comencé el trabajo fue muy emocional porque conectaba con los niños y podía sentir lo que ellos. Sentía su miedo pues aunque los dejo en manos de familiares, finalmente son personas que no conocen. A veces, los padres migran dejándolos aún bebés. Los parientes han viajado el tiempo suficiente como para no conocerlos. No es como entregar un paquete de FedEx, es un niño que te observa, que está lleno de dudas e incertidumbre”.
Reconoce que al ausentarse seis meses del trabajo, tiene la posibilidad de ocupar distintas posiciones en la organización. A veces se queda con los niños en la casa albergue, otras viaja con ellos, y en ocasiones se encarga de recibirlos después de que han sido retenidos y rescatados para llevarlos a una cita médica para checar que todo esté bien en su salud.
“Cuando estoy en Guanajuato, nunca veo niños migrantes solos, sin embargo, en la frontera hay muchos, y cruzaron por aquí. Una vez que son retenidos se tienen que quedar ahí, a veces por treinta minutos, otras ocasiones por tres días, en lo que se comprueba si hay camas libres en alguno de los albergues que existen para ellos en Estados Unidos. A veces llega un niño, o dos, o tres. Entonces se investiga su situación para saber si existe un lugar en el que puedan quedarse con un pariente, asegurándose de que va a vivir bien. El trabajador de casos comprueba que tendrá escuela y estará bien cuidado. Es entonces cuando el niño viaja y es entregado con su pariente”.
Los niños que están en estos lugares dan su consentimiento para ser ayudados, si un niño decide irse del albergue ya no puede ser recibido de nuevo por disposiciones del gobierno, que a fin de cuentas es quien otorga los donativos para que subsistan los albergues.
“En realidad”, aclara Olivia, “no es que los regresen a su país cuando los niños que viajan solos son retenidos. Se cuida mucho que tengan opciones, los parientes que van por ellos pasan por muchos filtros y deben ser aprobados, si no es así, se buscan otras opciones como amigos de la familia con los que puedan tener una vida saludable”.
Pero, además, Olivia López es una artista en pleno, por lo que estas experiencias son una especie de construcción interna emocional muy grande que termina reflejándose en su obra. “Yo he hecho muchos proyectos de arte con mis niños en el albergue, y aquí, en mi casa de Guanajuato tengo obras que hice con ellos. Y claro que me influyen. En este momento todas mis obras ahora tienen una conexión con mis parientes de Guanajuato. Hice un proyecto con los niños para motivarlos a estudiar. Creamos obras a partir de una llave que pintaron de un color que representara la emoción que sienten en ese momento, luego las decoraron con líneas y grecas y finalmente la usaron para producir una obra de arte. Fue muy divertido y emocionante. Finalmente hicieron una exposición en un café, fuimos en privado al café porque nadie debe ver a los niños antes de que se termine su proceso, y a puerta cerrada, celebramos con un café”.
A pesar de este arcoíris que surge en medio de la tormenta, no podemos perder de vista que si hay un niño desamparado y sufriendo es porque algo estamos haciendo muy mal los adultos.
“Hay muchas formas de mejorar esta situación. Desde el lugar donde vienen hay problemas, en su recorrido por México hay problemas, en la frontera hay problemas, en el albergue hay problemas y en la familia a la que serán entregados hay problemas… es la realidad. Me molestan mucho las personas que quieren frenar a quienes intentan hacer cosas buenas por los niños. Buscan detener la ayuda. Por ejemplo, es difícil hacer arte con los niños, no entienden el beneficio. Tal vez sea a consecuencia de sus propios traumas. Vi mucho de esto en el albergue. La verdad es que las creaciones disminuyen la ansiedad y aunque hay personas que en la organización pueden ver los beneficios, también hay otras que se sienten molestas por ello”.
Para nuestra entrevistada, el problema es cuando las personas se limitan a hacer aquello por lo que les están pagando, sin ir más allá: “Algo que yo hago en privado con los niños es que cuando vuelo con ellos para dejarlos con su familiar les reitero que a partir de ese momento ya son ciudadanos de Estados Unidos. Ellos normalmente tienen un primer idioma, que es su lengua originaria, un segundo idioma que es el español, y ahora un tercer idioma que debe ser el inglés. Les digo que estudien mucho, que aunque les digan lo contrario son ciudadanos y tienen derechos y si no tienen dinero, al terminar la prepa pidan ayuda para seguir en la Universidad aun cuando sea su propia familia quien les diga que no vale la pena continuar con sus estudios. Que sigan preservando su lengua practicando en Internet para cuando regresen algún día a ver a su gente. Esto es muy importante hacerlo, los hace sentir más cómodos, cambia su perspectiva”.
Finalmente, nos comparte que uno de los casos que más le ha dolido es el de un pequeño que cruzó el desierto, pero al no tener nada para comer, mitigaba el hambre y el dolor de estómago comiendo arena.
A veces la realidad es más dolorosa de lo que podemos ver, pero también, siempre, hay quienes como ella, se convierten en esa luz de esperanza que vuelve a la vida y visibiliza a quienes parecen no ser nada, pero que en realidad lo son todo: los niños… migrantes. Por los cuales ha realizado hasta 97 viajes en avión en un solo trimestre para verlos fundirse en un abrazo con esa persona que es nueva para ellos, y que sin embargo, es su sangre. Una sangre perdida que hoy se reencuentra con la suya para no volver a separarse jamás.
Después de todo, en el corazón de los bosques es posible que exista el tesoro perdido al final del arcoíris.