Él va y viene siempre con su mochila a la espalda. Es un trashumante que ha dado muchos pasos, que ha recorrido muchos caminos: “Me encuentran cuando están de suerte, siempre estoy cambiando de lugar, ando caminando y me quedo donde siento que debo estar: aquí frente al Diego Rivera, en el callejón del beso… ando en todas partes. Me muevo”.
Felipe de Jesús Montiel Bonilla es un personaje icónico de Guanajuato, no sólo por lo que hace, sino por quien es: “Yo me dedico a ser feliz y para obtener dinero soy artista, hago tatuajes y artesanías. Estoy enamorado de las tres actividades y las tres están enamoradas de mí y no son muy celosas, sino que son comprensivas sabiendo que tienen un maravilloso hombre con ellas”.
Nació con la semilla del talento, en 1982 su hermana se dio cuenta de ello y le pagó un curso de verano en una escuela que en aquel tiempo estaba en La Casa de las Brujas. En esa época, él estaba en el Internado Ignacio Ramírez. Era verano y la propuesta de las clases le gustó: “Estudié con el maestro Jorge, un hombre que utilizaba muletas. Con él descubrí mi talento”.
Tenía solamente 12 años cuando al observar a los artesanos de aquellos días con sus negocios en plena calle, sus objetos en el piso, y ellos ahí como custodios orgullosos de su trabajo se sintió inspirado y motivado: “Me enamoré de esa imagen —recuerda Felipe— ahí comenzó mi sueño”.
Felipe es un hombre enigmático a primera vista pero transparente en cuanto empieza a conversar. Como los artesanos de su niñez tiene su mercancía tendida en una jardinera, desde ahí captura los mensajes que el Universo le envía, anota en una libreta las frases que va construyendo espontáneamente y escribe con tinta los nombres de quienes nos acercamos a conversar con él en la palma de su mano.
El tatuaje es la otra gran actividad de Felipe: “En 1984 un compañero de otro internado en la Paz Baja California Sur, que era una escuela técnica pesquera, me dijo: ‘Hazme un tatuaje’. En aquellos días se usaba un palito, no eran comunes las máquinas, y le hice el tatuaje… En el 2000 yo tuve la primera empresa de tatuaje aquí en Guanajuato, en Mendizábal 23”.
Sin embargo, sale a flote en la conversación una anécdota más antigua que logra llenarlo de recuerdos y melancolía: “En 1975 vivía en el Barrio de San Luisito con toda mi familia, también vivía mi abuelo, él era alfarero de la vieja escuela de la ciudad. Ese barro tiene tradición alfarera de mínimo 200 años, hay fotos que lo respaldan. Mi abuelito nació con el siglo. En 1975, yo tenía como 6 años más o menos, era el que más estaba en su taller”.
“Un día decide ponerme un torno, son de pie. Yo no sabía que eso era un gusto para mi abuelo, él ya tenía como 75 años porque murió en el 82. Estaba adulto ya, fueron sus últimos años. Pero decide hacerme un torno a mi medida, con un asiento chiquito. Hace el torno, y para hacer la flecha dejó caer una piedrita desde arriba y ahí puso una ficha que iba a hacer la función de balero. Lo armó todo, yo vi ese proceso. A los días empecé a usarlo haciendo ollitas… hay algo que se llama pasión, ese día me puse a hacer ollitas y llegaron unas vecinas de La Soledad porque iban a celebrar un cumpleaños, yo estaba hace y hace y hace ollitas”.
“Yo dije que me quedaba y me quedé haciendo las ollitas hasta como a las 8 que terminé, me bajé del torno y fui, y como tenía problemas de comunicación, hacía como que tocaba la puerta, como que sí y como que no. Entonces alguien abre porque ya iban de salida y me pongo a llorar. Me dicen: ‘pásale’, y me dieron pastel. Eso vino a colación porque ésa es la pasión. Preferí quedarme haciendo piezas de barro por enseñanza de mi abuelo a ir al cumpleaños. Y ahí comenzó la historia porque hubo luego varias etapas donde fui desarrollando la cerámica”.
Sin embargo, lo que hace inconfundible a Felipe es el tatuaje que cubre la mitad de su rostro: “El tatuaje a mitad de la cara significa que afronté mis miedos. Porque en 1994 conseguí una revista de tatuaje y ahí venía una persona europea con un tatuaje de otro tipo a la mitad de la cara. Lo pensé 2 años. Pensé en las consecuencias porque para el 2000 no había gente tatuada en Guanajuato, a excepción de una persona, pero no andaba en la calle. Por lo tanto no había nadie. El reto era alto”.
“Un día me desperté y me dije: Felipe, ¿cómo te sentirías si llegas a los 60 años sin el tatuaje en la cara?. Me di cuenta que me sentiría muy mal porque no hice lo que quería. Y ese mismo día dije: ‘Me lo hago’. Me lo puse para afrontar mis miedos, me decía ‘si me tatúo todo lo puedo perder'”.
“Provengo de una familia tradicional donde estar tatuado era mal visto, sin embargo, respetaron mi decisión. En el aspecto de las mujeres, mi amistad con ellas se amplió, mi tatuaje atrajo a chicas cultas y artistas extranjeras. Entonces mi espectro creció. En el trabajo se dio como un plus pero yo no lo sabía, porque las personas se preguntaban: ¿a quién le compramos?. A Felipe que trae un tatuaje en la cara o al del puesto de al lado que es un comerciante. Entonces me compran a mí, porque el tatuaje respalda la pasión y autenticidad en mi trabajo. Así que me fue mejor todavía. En los amigos, se quedaron nada más los que me estiman, me aprecian y me aman y el resto se tuvo que ir. Entonces fue como una limpieza de personas que estaban pero no debían estar y se quedaron solamente quienes son mis verdaderos amigos. Fue como aventarse un clavado en el vacío, porque no sabes las consecuencias, pero ahora, puedo hablar de las mismas. Al final no perdí nada, y lo que tenía se potenció”.
Felipe de Jesús explica que su tatuaje tiene 17 puntos, uno de ellos significa: “Yo amo a quien quiere crear algo por encima de sí mismo y que por ello perece. Y está dispuesto a dar su vida y su muerte por un ideal”.
La mayor parte de las personas que pasan cerca de nosotros conocen a Felipe, lo saludan por su nombre y él les corresponde con esa sonrisa característica. En su libreta quedó anotada la frase de hoy, que salió a lo largo de nuestra charla: “Espero que tu paciencia sea sublime”. Dice que ahora está aprendiendo a escribir literariamente.
“Yo quiero dedicar esta entrevista a Lluvia que es mi hija, y a Victoria, mi nieta. Quisiera que ellas supieran que cumplí mis tres sueños: uno era volverme un personaje icónico en una ciudad histórica como Guanajuato. ¡Y lo logré!. Mi imagen está plasmada en un libro del maestro Vázquez Nieto, ahí hay una foto mía. Ya logré una exposición en la Casa de la Cultura para la cual tomé clases con Capello, y logré ser reconocido como uno de los pilares de la vieja escuela del tatuaje. Esperé 36 años para que eso sucediera porque no había ese registro histórico del tatuaje. Por eso, quiero compartirles a mi hija y a mi nieta que sí es posible. O sea, sí se pueden los sueños”.
El hombre que se dedica a ser feliz nos explica que no es fácil lograrlo, pero que él ama su vida, y ha aprendido que a los sufrimientos se les puede dar la vuelta para transformarlos en positivo: “En el 2007 perdí a una chica por el tipo de persona que yo era, me di cuenta de que necesitaba terapia. Duré tres años en ella, pero luego descubrí que solo había hecho el kínder, que había que seguirle, ese fue un punto que detonó mi cambio. Hasta que comprendí que todo aquello era la base para seguir limpiando esa parte vulnerable de mi pasado… el desarrollo humano no se acaba”.
La entrevista termina. Nos despedimos, estrecho su mano llena de nombres, y me voy contenta al saber que el mío se quedó en ella.