En un municipio llamado Jerécuaro, nombrado así porque es un lugar como un nido, nació un día Camelia Rosío; entonces nadie podía adivinarlo, pero aquella pequeña al crecer se convertiría en una hacedora y habitaría las palabras de tantas maneras posibles.
A pesar de haber crecido en un municipio pequeño en el que no era fácil tener acceso a la cultura, a los libros y a la lectura siempre tuvo a la mano todo ello porque su madre procuró que las historias estuvieran a su lado a lo largo de su crecimiento, después, sus hermanos mayores continuaron proveyéndola de libros. Aquella chiquilla llena de curiosidad tuvo siempre cerca un pozo abierto, fresco, disponible para saciar su avidez de aprender, de saber, de encontrar respuestas: “Soy una artesana, ama de casa, escritora y lectora voraz. Desde muy pequeña me acerqué a la lectura… Fui una persona muy afortunada puesto que siempre tuve los elementos necesarios… también tuve grandes maestros en la materia de Español que me acercaron a la poesía y al cuento”.
Como le sucede a muchas personas que se sumergen en el mundo de las palabras que forman historias, muy pronto empezó también ella a escribir, lo hacía en un diario: “Desde pequeña me gustaba escribir todo lo que iba pasando durante el día. En la noche siempre dedicaba un momentito para escribir lo más importante que había sucedido ese día, lo que me había marcado… y así, poco a poco, la escritura se fue haciendo parte de este vivir cotidiano con la lectura”.
A la afición le siguió la preparación formal y en cuanto le fue posible tomó clases con grandes talleristas para escribir con mayor soltura y así poder entregar a los lectores “algo que valga la pena”, como dice ella.
Y aunque muchos lectores y escritores se quedan en ese punto exacto produciendo historias y enfrascados en sus libros, Camelia no lo hizo así, ella decidió compartir, dar y darse generosamente. “Tengo más de 20 años habitando en el municipio de Acámbaro, cerca de 11 o 12 años trabajando en la cultura sin ser institución, de manera libre, lo que tiene sus ventajas y desventajas. Ventajas porque puedo hacer lo que quiera con lo que tengo, pero las desventajas es que cuando se trabaja de forma independiente no es tan sencillo conseguir recursos, espacios y que se nos apoye… a pesar de ello, el Círculo de Lectura y Creación Literaria en Acámbaro nunca se ha detenido y compartimos talleres, hacemos visitas a comunidades, tomamos plazas, organizamos lecturas en voz alta, y bueno, no podemos dejar pasar de largo este proceso editorial en donde ya hemos editado 4 libros colectivos que han sido recibidos con mucho beneplácito en todo este entorno del cual nos sentimos muy contentos”.
Por si fuera poco también forma parte del comité que hace que el maravilloso proyecto FENALEM funcione y siga caminando: “La Feria Nacional del Libro de Escritoras Mexicanas surge a partir de la pandemia. En el 2020 cuando se suspende la Feria Internacional del Libro de Guadalajara Maru San Martín, una escritora, es quien lanza la propuesta para decir: ¿quién quiere que hagamos nuestra propia feria? Y así es como organizamos de manera virtual una pequeña feria que estaba dividida en zonas, a mí me tocó convocar escritoras de la zona centro Bajío y el resultado fue maravilloso. Todo estuvo en comenzar con esa primera feria, ya después con el tiempo nos dimos cuenta de la gran necesidad que había de tener un espacio para que las escritoras principiantes y consagradas encontraran un lugar para hablar de sus obras, y decidimos continuar con la feria… este año fue totalmente presencial en el estado de Chiapas. El año pasado fue en el estado de Guanajuato todavía con una parte virtual y otra presencial. Se reúnen más o menos alrededor de 130 escritoras en cada edición de la Feria”.
Es así como ese placer que la invade cuando se envuelve en palabras y se las apropia hasta el punto de habitarlas se convierte en esperanza porque aunque sea paradójico, el mundo de la cultura en el que se trabaja con la armonía, y se respira a la par con las ideas, las emociones y la pasión, es un mundo difícil, árido de manos que se extiendan y de autoridades que lo comprendan de tal forma que se interesen en ayudar: “Los lugares a los que voy y en los que me muevo siempre están pobres en el rubro de la cultura, este es el más castigado. Siempre es difícil conseguir un apoyo, y mucho más si es un apoyo en dinero. Normalmente solo hay ayuda para espacios, y tener acceso a diferentes lugares. Se tiene que hacer todo un protocolo, aunque al final de cuentas, se da. Pero que la cultura apoye con algún pago para traer a algún artista es totalmente nulo”.
Por eso es que historias como la de la maestra Camelia, que además de leer, escribir, compartir y multiplicar las palabras también las borda son una esperanza de que esas semillas sigan germinando, extendiéndose y haciendo nido para que cada vez más y más prisioneros de su libertad extiendan sus alas y encuentren su propio paraíso de palabras.