Observé el traslado de esta hermosa masa enorme del taller de su fundición a la Plaza Mayor. Recorrió unos mil seiscientos metros en cinco otoñales días…
Alexander von Humboldt
Apenas amanecía un día soleado y cálido de los primeros años de la década de 1790, cuando el canto de una decena de pajarillos despertó a Miguel de la Grúa Talamanca de Carini y Branciforte, Primer Marqués de Branciforte. Era un inhumano militar español a la sazón Virrey número 53 de la Nueva España.
Había nacido en Palermo, Sicilia, en 1750 y murió en 1812. También era el presidente de la Junta Superior de Real Hacienda y no se había levantado de la cama cuando tuvo una idea, hacer algo para quedar bien con el Rey Carlos IV de España para seguir gozando de sus favores que tanto dinero le granjeaban.
Considerado por sus contemporáneos y posteriores estudiosos e historiadores como uno de los virreyes más corruptos de la historia del Virreinato, en pocos días Don Miguel había cocinado bien su plan: mandar hacer una gran estatua, rumbosa, monumental, con la figura del monarca español. “¡Eureka!”, pensó.
Con sus influencias y poder logró el permiso respectivo, y con colaboradores cercanos nombró a los responsables de la obra. Pronto puso en marcha su construcción. Al mismo tiempo mandó limpiar la Plaza Mayor (hoy el Zócalo Capitalino) y colocó una reja circular con cuatro enormes puertas de acceso.
Tanta era su ansia por quedar bien con el rey, que hasta hizo poner un pedestal para la estatua, mismo que fue inaugurado con una animada verbena popular con música, antojitos y corridas de toros el 8 de diciembre de 1796. Encima colocó una estatua provisional de madera que representaba al rey español.
La escultura ecuestre que representa a Carlos IV “El Cazador” (Portici, 1748 – Nápoles, 1819), quien reinó España desde el 14 de diciembre de 1788 hasta que renunció al trono el 19 de marzo de 1808, se encargó al maestro Manuel Tolsá, genio escultor que trabajó sin descanso en ello desde 1796 hasta 1803.
El monumento de estilo neoclásico pesa 13 toneladas de aleación de cobre y mide 4.88 metros de alto x 1.78 metros de ancho x 5.40 metros de largo. Es decir, tiene una superficie de 45.6 metros cuadrados. La colosal obra de Tolsá, diseñador, escultor y arquitecto, muy pronto maravilló a propios y extraños.
Desde su inauguración el mediodía del 9 de diciembre de 1803, el pueblo le llamó “El Caballito”. Esa fecha comenzó el periplo de Carlos IV de España y el caballo “Tambor”, como se llamaba el equino perteneciente al Marqués de Jaral del Berrio, hermoso y noble animal que modeló sin patear ni relinchar.
Estuvo en la Plaza Mayor de la Ciudad de México de 1803 a 1824, en el Patio de la Antigua Universidad de 1824 a 1852, en la Primera Glorieta del Paseo de la Reforma de 1852 a 1979, y en la Plaza Manuel Tolsá desde el 27 de mayo de 1979 hasta hoy. El espacio que ocupa está en la Calle de Tacuba, CDMX.
Sobre el proceso de fabricación, los apuntes de Tolsá indican que el caballo y el jinete se lograron en una sola colada en una operación dirigida por él mismo ayudado por Salvador de la Vega, maestro escultor y fundidor responsable de algunas de las campanas mayores de la Catedral de la Ciudad de México.
La espada, la peana, y otros motivos de ornato fueron ensamblados después con uniones mecánicas. Se necesitaron 450 quintales (cada quintal equivale a 46 kilogramos) de aleación. El acabado que incluyó la remoción de los tubos de colada, alisado, cincelado de correcciones, y una capa de pintura verde, se realizó durante 14 largos meses, con apoyo de artesanos aprendices de Tolsá.
La escultura se elaboró en el Colegio de San Gregorio y se llevó a la Plaza Mayor sobre un carro con ruedas de bronce que pasaban sobre placas de madera. “Los medios mecánicos que empleó el señor Tolsá para subirla sobre el pedestal, de bello mármol mexicano, son muy ingeniosos”, dijo Humboldt.
Las celebraciones y corridas de toros, feria con juegos como la Lotería, la Oca y Serpientes y Escaleras, se sucedieron día tras día durante varias semanas con gran alegría popular. En opinión de Humboldt, y para este género, esa estatua de Tolsá “es solamente inferior a la ecuestre de Marco Aurelio, en Roma”.
El 27 de septiembre de 1821 culminó la Independencia de México, tras una sangrienta guerra de 11 años que cobró innumerables vidas por romper el yugo español. A partir de ese día un sentimiento antiespañol germinó entre los mexicanos; se pidió poner otro monumento en lugar del monarca de España.
Así, la estatua ecuestre fue cubierta con una carpa de color azul y miles de mexicanos levantaron la voz para pedir que se destruyera para fundir cañones, municiones o monedas con el metal. Para colmo, el brioso corcel tiene bajo uno de sus cascos un carcaj (funda para las flechas), que es una señal de poder.
Para evitar que la gente la destruyera, Lucas Alamán convenció a Guadalupe Victoria de conservarla, argumentando sus cualidades estéticas. Por eso fue reubicada en 1822 en el patio de la antigua universidad. Se permitió el acceso al público hasta 1824, con severa escolta de gendarmes y soldados armados.
Con el paso del tiempo y aplacados los ánimos, se trasladó al cruce del Paseo de la Reforma y Paseo de Bucareli, protegida de las manifestaciones populares por una reja. En 1979 “El Caballito” cabalgó hasta donde actualmente luce, la Plaza Manuel Tolsá entre el Museo Nacional de Arte y el Palacio de Minería.
En el pedestal de “El Caballito” se colocaron tres placas. En una se leen datos sobre su elaboración, tiempos, materiales y autores; otra aclara que “México la conserva como un monumento de arte”, sin ser tributo a ningún rey; la tercera apunta que se colocó en la Plaza Tolsá porque ahí se puede contemplar mejor.