POR José Luis Durán King
Los amores imposibles poseen su propia longevidad y habitan, una vez que se dieron, en la bitácora memorística de los individuos. En ellos no existe el descanso del olvido.
Dos días después de la fecha más empalagosa del año, aparece en el calendario el 16 de febrero, que marca el Día de los Amores Imposibles, un rubro agridulce en el que muchos somos expertos y otros somos verdaderos especialistas.
El origen de esta celebración es incierto, no hay un referente como San Valentín, por ejemplo. No, lo que hay en este caso es una llanura de redes sociales en la que cabalgan rostros, paisajes y momentos de historias hermosas que nunca fueron. Es, quizás como si el anhelo tuviera su propia mitología o como una saga que bien pudiera ser incluida en la Encyclopedia of Things That Never Were (Enciclopedia de las cosas que nunca existieron), ese hermoso libro de tapa dura, publicado por vez primera el 1 de enero de 1985 por Viking Press, escrito por el británico Michael Fitzgerald Page e ilustrado por el australiano Robert Ingpen, de la que el portal goodreads.com señala: “Aquí, extraído de la mitología, la literatura y los cuentos populares, se encuentra el reino místico que ha poblado la imaginación de la humanidad durante siglos”.
Los amores imposibles poseen su propia longevidad y habitan, una vez que se dieron, en la bitácora memorística de los individuos. En ellos no existe el descanso del olvido.
Los amores imposibles son rizomas que jamás alcanzarán a ser coronados por una flor. Son navíos que, al extraviarse en la niebla, no llegaron a un buen puerto. Restos de miradas, sonrisas, suspiros, poemas que se marchitaron dentro de un sobre, cartas suicidas, reposan, hoy irreconocibles, en el fondo silencioso de algún océano.
La literatura rebosa de historias de amores que nomás no cuajaron, entre otros, Romeo y Julieta (que, a la vez, es un amor trágico), Werther, Carta de una desconocida, en fin, se necesitaría una bodega para resguardarlos. Y, a ras de piso, entre nosotros que no somos grandes escritores, que somos simples mortales con el cambio justo para el pasaje de mañana, qué amor guardamos en la alforja, qué amor revive algunas noches, mostrándonos esa silueta que jamás envejeció.
(FOTO: Imposible Detalle de Hector and Andromache, 1912, de Giorgio de Chirico)