El tórrido clima en Cuévano recuerda
la crisis hídrica sufrida hace 4 décadas
Es agobiante. Guanajuato no escapa a los rigores de la temporada. El Sol pega fuerte. Con solo caminar, la gente suda, ahora sí, la gota gorda. Aparecen las prendas ligeras, aunque los adolescentes desafían las convenciones sociales con su extraña y asombrosa moda de usar sudadera; literalmente, se cuecen en su jugo. La venta de aguas frescas, nieve, refrescos y productos similares alcanza cifras récord. El anhelo colectivo es que lleguen pronto las lluvias.
La vista de los tres embalses que surten de agua potable a la ciudad (La Esperanza, La Soledad y Mata) es triste, convertidos en meros charcos lodosos. Y por el lado de las presas recreativas, si bien la de la Olla presenta un aspecto menos deprimente, la vecina San Renovato no es más que un páramo seco, aunque eso sí, cubierto de resistentes hierbas. Por su lado, la antigua Presa de los Santos, en Marfil, sobrevive gracias a varios manantiales que la alimentan y a escurrimientos domésticos.
Ante ese panorama, viene a la mente el recuerdo de 41 años atrás, cuando la capital guanajuatense, que entonces contaba con menos de la mitad de la población que posee actualmente, padeció una falta casi absoluta de agua, que obligó a tomar medidas emergentes para salvar de la sed a sus habitantes y mantener el flujo turístico, siempre vital para la economía local.
Desde 1980, se había presentado una situación de escasez que obligó a aplazar la tradicional “Apertura” de la Presa de la Olla. Asimismo, se planteó por vez primera perforar varios pozos para solucionar el problema. La gente comenzó a resentir en carne propia la situación cuando el suministro se restringió a solo tres días a la semana. En muchos casos, el agua llegaba solo de madrugada, así que los sufridos cuevanenses se dirigían a sus trabajos ojerosos, cansados y furiosos.
En 1983, tomó posesión de su cargo el primer presidente municipal surgido de la oposición, Rafael Villagómez Mapes, quien sorprendentemente ganó la elección bajo las siglas del desaparecido Partido Demócrata Mexicano (PDM), el “Gallito Colorado”. Apenas se había acomodado en su oficina, cuando debió afrontar el problema de la carencia del vital elemento, ante los crecientes reclamos de vecinos de todos los rumbos. Autoridades, empresarios y otros organismos diseñaron un plan de emergencia y comenzaron a enviar pipas a las diferentes zonas de la ciudad.
La ansiedad aumentó entre la ciudadanía. Pronto se sumaron al servicio pipas de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), Bomberos, Pemex; incluso se colocaban toneles en camionetas particulares para dar abasto a la imparable demanda. En Carrizo, Cerro del Gallo, Tepetapa, Pueblito de Rocha, Panteón, Noria Alta, Calzada de Guadalupe, Hoyos Colorados, Municipio Libre, Cerro del Cuarto, la gente salía a detener los vehículos, equipada con cubetas, botes y todo tipo de recipientes útiles para captar agua. Hubo quienes compraron pesados garrafones de vidrio para poder bañarse y alguna persona recurrió a usar botellas de agua mineral.
La emergencia llevó a pensar, incluso, en la evacuación temporal de la ciudad, lo que obligó a la decidida intervención del gobierno federal: destinó recursos para poner en operación lo antes posible la batería de pozos de Puentecillas, así como para tender entre cerros y cañadas la red de ductos para distribuir el líquido. El peligro, al poco tiempo, fue conjurado gracias a la llegada de las lluvias y Guanajuato volvió a respirar, aliviado.
Con el fin de prevenir situaciones semejantes en el futuro, se tomaron medidas complementarias: el Festival Internacional Cervantino (FIC), que en sus primeros años se efectuaba en primavera, se trasladó al otoño, y se realizaron intensas campañas de concientización para cuidar el agua, campañas que ahora, lamentablemente, se han vuelto más que necesarias, urgentes, pues una nueva sequía tiene otra vez a la ciudad al borde de la crisis hídrica.
Guanajuato cuenta ahora con más de 180 mil habitantes, el turismo se ha masificado y sus viejas presas muestran un azolve considerable. El agua de pozos se extrae cada vez a mayor profundidad y los planes de un nuevo embalse en Burrones se han frenado por razones ecológicas y económicas. La población ahora sí desea plantar árboles; el tremendo calor hace temer al infierno bíblico y el agua embotellada presenta una demanda sin precedentes.
Los sufridos capitalinos miran al cielo con la esperanza de que las nubes traigan el agua. Desean fervientemente que Tláloc se apiade de sus resecos cuerpos y la lluvia regrese con su fresco y húmedo mensaje de vida. Mientras tanto, se refugian en cualquier sombra, a la espera de que los emblemáticos cerros dejen atrás su desértico aspecto y recuperen su verdor esplendoroso. Así sea.