sábado, septiembre 21, 2024
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SILAO, CRUCE DE CAMINOS

En la antigua Tzinacua convergen

distintas visiones y ritmos de vida

Antiguamente, llegar a Silao, en autobús, era como detenerse en un mercadillo con servicio directo al vehículo. La terminal se encontraba frente al desaparecido cine Montes. Los camiones paraban durante varios minutos para bajar o subir pasajeros, mientras vendedores de todo tipo arrimaban sus antojosas mercancías a las ventanillas: enramadas de dulces limas, lechugas orejonas con sal, limón y chile; tacos de canasta o las famosas y picosísimas tortas del legendario Don Cata.

La antigua “Tzinacua”, posteriormente “Silahua” y luego convertida en Silao, se fundó por los españoles un 25 de julio de 1537, día de Santiago Apóstol. Hasta hace poco, mostraba sin ambages su vocación agrícola, no solo porque sus mercados rebosaban de productos del campo sino porque bastantes de sus habitantes portaban el sombrero campesino y las mujeres se envolvían en los típicos rebozos y gustaban tejer sus cabellos en largas trenzas que rodeaban sus vivaces rostros. Además, el ritmo de la vida era lento, sosegado, sin prisa.

Antigua foto de Silao.

En 1976, una devastadora inundación derribó antiguos inmuebles de adobe, obligó a remodelar calles y plazas y dejó en la memoria colectiva un profundo respeto por las manifestaciones de la naturaleza. La imagen de Cristo Rey, en lo alto del Cerro del Cubilete, consoló a los silaoenses y los impulsó a levantarse de las ruinas y a exigir para su ciudad un mejor trato.

La vieja terminal dejó su lugar a una moderna Central de Autobuses, las arcadas del centro urbano fueron remozadas, al igual que el Jardín Principal y la Plaza Libertad. Se pavimentaron unas avenidas y se construyeron otras. Hacia principios de los años 1990, se levantó en las cercanías la gigantesca planta de General Motors, que con el tiempo transformaría radicalmente la actividad económica del municipio.

Los arcos y el kiosco del centro de la ciudad.

Silao evolucionó hasta constituirse en vital nudo de comunicaciones dentro de la entidad, con sus conexiones a León, la urbe más grande de la entidad; a la importante ciudad de Irapuato, y a la capital del estado. Ese hecho propició que se instalara en su territorio el Aeropuerto Internacional de Guanajuato (AIG), en sustitución del que existía anteriormente en San Carlos.

La ciudad creció aún más, absorbió terrenos agrícolas aledaños, multiplicó sus comercios y su población aumentó geométricamente. Sin embargo, incluso con su transformada faz urbana, continuó como destino de una enorme variedad de productos agropecuarios y conservó edificios notables, destacadamente, su enorme Parroquia, construida en 1737 en el sitio donde antes estuvo una ermita.

El edificio de la primera imagen sobrevivió a la inundación de 1976. En la segunda imagen: el templo de la Tercera Orden.

El edificio, remodelado a mediados del siglo pasado, es monumental. Sus enormes columnas sostienen tres naves y refulgen como oro cuando, durante el día, reciben la luz solar. En los alrededores, los habitantes van y vienen por el Jardín Principal, al que adorna un bello kiosco sostenido por columnas salomónicas, por cuyos peldaños los infantes suben, bajan, juegan. Las parejas se citan allí y los adultos acuden a bolear sus zapatos, comentar las noticias o simplemente pasar el rato.

Atrás del templo, un monumento recuerda que, en los llanos cercanos, donde hoy se asientan numerosas fábricas de plantas automotrices y se extienden inmensos cultivos, se libró, el 10 de agosto de 1860, una de las batallas decisivas de la Guerra de Reforma, ganada por el general Jesús González Ortega al ejército conservador que comandaba Miguel Miramón y que permitió a los liberales recuperar, además, las localidades de Guanajuato, Celaya y Querétaro. En recuerdo de ese combate es que la ciudad se llama oficialmente “Silao de la Victoria”.

El monumento a Jesús González Ortega.

Una cercana zona peatonal muestra una moderna fuente, que rara vez funciona, a un lado del pequeño pero interesante Templo de la Tercera Orden, levantado en una céntrica esquina hacia 1727. Por una calle lateral, se llega al Palacio Municipal, que muestra al visitante sus arcos y pasillos, distribuidos en varios patios y niveles.

Hacia el otro extremo de la calle principal —5 de Mayo—, el calor se aminora debajo de los arcos que todavía adornan por largo trecho una de las aceras, hasta desembocar en la plaza Libertad. Antaño, en ese lugar se levantaba la alta torre de un reloj con el logo de una empresa automotriz, que ha dejado su lugar a un paseo arbolado. Allí, casi perdido, se ve un busto de Zapata y otro de Antonio Zúñiga (1835-1885), destacado compositor mexicano, autor de Marchita el alma.

Los bustos dedicados a Zapata y el músico Antonio Zúñiga. En la tercera imagen: interior de la Casa de la Cultura.

Cruzando la calle Obregón, lo que fue el cine Montes es ahora un flamante teatro. Y en otra vía paralela transversal (Domenzáin), se ha instalado el Museo José y Tomás Chávez Morado, que muestra detalles de la vida y obra de ambos artistas silaoenses. A unos metros, el antiguo y enorme cuartel Venustiano Carranza fue acertadamente convertido en la Casa de la Cultura Isauro Rionda Arreguín.

Exterior e interior del Palacio Municipal.

Tanto se ha extendido la mancha urbana, que resulta difícil visitar de un jalón, así sea someramente, todos y cada uno de los sitios relevantes silaoenses, y aún más describirlos en pocas líneas, entre ellos la estación del ferrocarril y el cercano monumento a los Niños Héroes; los pilares de la Calzada Hidalgo, viejo camino a la hacienda de Franco; la Alameda, el Panteón de Adentro y sus añejas tumbas, para no hablar del famosísimo monumento a Cristo Rey y sus extraordinarias vistas.

La Casa de Ejercicios y el Santuario de Guadalupe.

Las torres de sus templos —el del Perdón, la Parroquia, la Casa de Ejercicios, el Santuario de Guadalupe— destacan en el paisaje y son particularmente bellas al atardecer, en abierta y contrastante competencia con las modernas torres de concreto y vidrio de los grandes hoteles edificados recientemente, cual imagen simbólica de un lugar que conjuga una incesante actividad industrial con la parsimonia de la provincia mexicana.

Atardecer en Silao.
Benjamin Segoviano
Benjamin Segoviano
Maestro de profesión, periodista de afición y vagabundo irredento. Lector compulsivo, que hace de la música popular un motivo de vida y tema de análisis, gusto del futbol, la cerveza, una buena plática y la noche, con nubes, luna o estrellas. Me atraen las ciudades, pueblos y paisajes de este complejo país, y considero que viajar por sus caminos es una experiencia formidable.
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