Domingo 20 de junio de 1909. La ciudad de Guanajuato fue escenario de dos manifestaciones: una de seguidores de Ramón Corral y Porfirio Díaz y otra a favor de Bernardo Reyes, realizada por estudiantes del Colegio del Estado.
Ambas fueron ruidosas y retadoras, a pesar de tratarse de seguidores del mismo partido, el Club Reeleccionista, y marcaron el ambiente previo al clima político que habría de llegar: la expresión vigorosa de los seguidores de Madero y los luchadores agraristas y sindicalistas que habrían de iniciar el movimiento revolucionario de 1910.
Los reyistas
Manuel M. Moreno cita las efemérides de Crispín Espinosa (Historia de la Revolución en Guanajuato, INEHRM, México, 1977) para ilustrar las dos manifestaciones. Ese domingo, desde la mañana la estación de ferrocarril de Tepetapa empezó a llenarse de estudiantes que acudían al llamado de los seguidores de Bernardo Reyes, a quien proponían para la vicepresidencia en vez de Corral, quien iba en fórmula con Porfirio Díaz.
En la víspera no faltó quien pegara en la puerta del edificio del Colegio del Estado (hoy Universidad de Guanajuato) papeles con llamados a la manifestación que dio la bienvenida a los reyistas procedentes de la Ciudad de México.
Muchos jóvenes, tanto estudiantes como habitantes de la ciudad, se sumaron a la algarabía. Ostentaban tiras blancas alrededor de los sombreros con la inscripción de “¡Viva el general Bernardo Reyes!” y enfrentaban y retaban a los corralistas que más tarde tuvieron su acto político.
La marcha oficial y los estudiantes presos
Mientras que los reyistas tenían como espacio de expresión la zona de Tepetapa, los corralistas juntaron entre 15 mil y 20 mil personas en el Jardín del Cantador a las siete de la noche.
Los estudiantes bajaban de Tepetapa a provocar a sus opositores hasta que la gendarmería recibió la orden de cerrar el cuadro. Los jóvenes dijeron que no era necesaria la fuerza y por sí mismos entraron al cuartel de la gendarmería, donde la mayor parte permaneció hasta las once de la noche.
Mientras que los reyistas quedaron bajo “resguardo”, la columna corralista, compuesta en su mayor parte por mineros, recorrió Pardo, Calzada de Nuestra Señora de Guanajuato, Belén, Los Ángeles, Puente de San Ignacio, Ensayo Viejo, Plaza Mayor, Cruz Verde y Jardín de la Unión.
Lanzaban vivas a Díaz para presidente y Corral para vicepresidente. Espinosa describe que portaban “grandes farolas con multitud de inscripciones alusivas” y “estandartes variadísimos de negociaciones mineras”. Las bandas con “música de aliento” sonaba con marchas marciales; lanzaban infinidad de cohetes, las campanas de todos los templos fueron echadas a todo vuelo; mozalbetes y mineros iluminaban la marcha con teas de brea y gruesas luces de bengala de colores blanco, verde y rojo. El Jardín Unión lucía con una flamante iluminación eléctrica.
Fueron montadas una tribuna en la Plaza de la Paz y otra en el Jardín para que los oradores del Club Reeleccionista a duras penas pudieran expresar su mensaje ante el ensordecedor estruendo.
Había gritos a Corral y Díaz y en apoyo a Bernardo Reyes y no faltaron otros como: “¡Viva el gorro de la libertad!”, sin faltar el de “¡Viva el Pingüico!”, en alusión a la mina de ese nombre.
El texto relata que “los presos de Granaditas, a la hora de la manifestación, subieron a la azotea del Castillo y con hachas en las manos gritaron muchas vivas al general Díaz y al C. Gobernador del Estado”.
Mientras que el centro de la ciudad vivía un ambiente de fiesta, los estudiantes que no fueron apresados acudieron al cuartel a sacar a sus compañeros, siempre bajo los gritos a favor de Reyes. En cuanto estuvieron libres, unos regresaron a la estación para provocar a los corralistas que regresaban a la Ciudad de México a la medianoche. Según Moreno, no faltó quien lanzara algunas pedradas.
Como protesta, los reyistas portaron durante días un listón rojo en el ojal. El autor destaca que en Celaya y otras poblaciones del estado menudearon las persecuciones a los seguidores de Reyes. Esta inconformidad habría de canalizarse hacia opositores más radicales, en especial Francisco I. Madero.
Los defensores y seguidores del general Porfirio Díaz se sentían seguros de ganar la elección. Mostraban con orgullo el teatro Juárez, el Palacio Legislativo, el Mercado Hidalgo o el Túnel del Coajín, se vanagloriaban del Paseo de la Presa y por las calles de la ciudad se respiraban aires de vanidad social, mientras que entre los intelectuales y los pobres crecía la semilla de la rebelión.
La “grilla”, deporte favorito de los guanajuatenses
La participación de los guanajuatenses en la Revolución Mexicana no tuvo el protagonismo que los distinguió en la lucha por la independencia en 1810. Lo anterior obedece, entre otros factores, a que la lucha no inició en el estado, había una dinámica política muy estable y las contradicciones económicas y sociales no eran tan profundas como en otras partes del país. Sin embargo, tampoco podría afirmarse que Guanajuato era un paraíso porfirista.
Manuel M. Moreno escribió que a fines del siglo XIX y comienzos del XX la situación económica de que disfrutaban los guanajuatenses en lo particular y el estado de Guanajuato, en lo general, era aparentemente próspero, pero sólo para las “clases superiores, los potentados y en cierta medida para la incipiente pequeña burguesía”.
Subsistían los ranchos surgidos en la época colonial y heredados de padres a hijos. Las fincas del norte del estado se dedicaban preferentemente a la ganadería y las del sur y centro a la agricultura. La capital y poblaciones del norte de la entidad volvían a ser centros de producción minera. El porfiriato dio gloria urbana y cultural especialmente a la capital, pero el beneficio era principalmente para la “gente bonita” con sus caballeros de sombrero de copa y sus trajes negros, con su brazo portador de damas de elegantes vestidos.
El Guanajuato, añade Moreno, no hubo pugnas frecuentes entre peones y hacendados; no había población indígena que reclamara tierras históricamente despojadas. Había empleo y gran bonanza, pero los sueldos eran bajos y la mano de obra con salarios abaratados por la sobre demanda de trabajo. A lo anterior se le sumaron las crisis provocadas por las inundaciones y las pérdidas de cosechas, así como la carestía nacional de granos ocurrida en 1908 (Jesús Silva Herzog, Breve historia de la revolución, FCE, México, 2007).
No fueron las demandas campesinas las que hicieron que Guanajuato se sumara, con mayor protagonismo político que militar, a la “bola”, sino que “los conflictos que afloraban obedecían más bien a malestar económico, al reclamo de una mejor distribución de la riqueza, a inconformidad con las condiciones de trabajo, a ansia de liberación política y social; pero, sobre todo, a la exigencia de un reconocimiento pleno; de un respeto irrestricto a la dignidad y a los fueros de la persona humana” (Historia de la Revolución en Guanajuato, p. 29).
Fueron los clubes políticos, los círculos mutualistas y los periódicos los espacios donde el pensamiento de rebelión se fue cultivando pese al control político porfirista. Pensadores como el sanfelipense avecindado en León, Praxedis Guerrero, escribían la inconformidad hacia el régimen en El Heraldo del Comercio, periódico leonés, El Despertador —de San Felipe— y el capitalino Diario del Hogar. Cándido Navarro se inconformaba en Silao y se formaban principalmente en la ciudad de Guanajuato seguidores de Ramón Corral y Bernardo Reyes, en busca de una alternativa de gobierno a la prolongada gestión de Porfirio Díaz. Alfonso Robles Domínguez y otros intelectuales y profesionistas de Guanajuato se unían a la causa maderista.
Moreno destaca que subsistía un antiporfirismo latente derivado de los rescoldos de juaristas y lerdistas derrotados por el dictador oaxaqueño. Asimismo, en el resto del estado una plaga de agiotistas y especuladores extranjeros se dedicaban a lucrar con el negocio de la compra-venta de terrenos. De esa manera a la burguesía local se agregaron nuevos apellidos como los Braniff, Chaurand, Ducoing, Berenstein, Gamba, Marcazuza, Dulche, Pons y otros, nombrados “los nuevos señores criollos” por Andrés Molina Enríquez.
Mónica Blanco señala que “las demandas de los alzados estuvieron encaminadas a luchar en contra de los altos impuestos y de la leva, particularmente grave en Guanajuato por ser un estado con alta densidad de población. Protestaron contra las multas y los fraudes a los introductores en pequeño de frutos y minerales y abusos en los precios de las tiendas de raya de las negociaciones mineras, industriales y agrícolas” (El movimiento revolucionario en Guanajuato 1910-1913, ediciones La Rana, P. 19).
Lo anterior tenía un añadido: la difusión en marzo de 1908 de la entrevista que Díaz ofreció al periodista estadounidense James Creelman, en la que manifestó que los mexicanos estaban listos para la democracia, y la publicación en enero de 1909 del anuncio de que el viejo dictador nuevamente era candidato a la presidencia de la república, publicada en todos periódicos del estado y apoyado por la mayoría de ellos. Ambas noticias aumentaron la efervescencia política en la entidad que sería uno de los factores que motivó a los guanajuatenses a sumarse a la lucha revolucionaria que en Francisco I. Madero, iniciaría al año siguiente.
En ese contexto, las manifestaciones fueron calificadas como anécdota de pugnas entre porfiristas, pero eran sólo lo visible de una rebelión que se forjaba.