domingo, septiembre 8, 2024
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JULIE SOPETRÁN. UNA ESCRITORA HABITADA POR PALABRAS DE VISITA EN GUANAJUATO

Conocer a Julie Sopetrán y adentrarse en sus historias de vida, en su infancia en la postguerra española al lado de un padre sabio y radical al mismo tiempo, y una madre que enseñó a escribir a su marido construyendo ese hogar en el que a partir de entonces los cuadernos repletos de palabras y los lápices nunca faltaron.

Su nombre real es Julia González Barba, y se considera un ser humano como los demás: “Cuando tenía 15 o 16 años me salía de mí, me miraba y me decía ¿tú qué haces aquí?, ¿Quién eres tú? Una cosa muy extraña. Eso lo superé pensando que no estaba sola. Que existía mi madre, mi padre, mis amigos, mis hermanos. Y así lo superé. Entonces, yo soy otro ser humano”.

Y fue esa necesidad de comprender, de sumergirse en la vida, de vaciarse para luego llenarse otra vez de nuevas palabras e inquietudes lo que fue marcando su camino: “No decidí ser escritora, eso ha ido viniendo. Me gustaba escribir gracias a mi padre, veía que escribía ripios (palabras fáciles para construir la rima), pero con esta profundidad del pueblo. Él no tenía estudios pero rimaba las cosas de los seres humanos que existían en el pueblo. Si alguien se moría se pasaba toda la noche pensando en la persona que había muerto y escribía a su manera. Yo lo veía. Cuando tenía 12 años dije: pues si mi padre escribe, yo también. Y ahí empecé a escribir, en Sopetrán más que nada. Cuando me vi sola con mis padres. Y sin luz eléctrica”.

Felisa y Federico, los padres de Julie, quien figura en la última imagen durante su infancia.

Julie adopta su seudónimo de ese lugar que la ha visto crecer y que ahora, al paso de los años, la sigue cobijando. Su casa se encuentra cerca del monasterio de Sopetrán, en Hita, junto a Torre del Burgo, en Guadalajara, España. Ahí es donde las palabras y los versos germinaron y comenzaron a florecer.

“Fue la naturaleza la que me inspiró a escribir… y el miedo. Mi madre y yo pasamos noches de tormenta sin luz eléctrica. Yo empecé a escribir con la luz de la vela. En esas noches de miedo escribí mis primeros versos. Me acuerdo que mi primer poema fue “La estrella más bonita” porque miraba al cielo. Yo creo que cada estrella es un ser humano, y por eso también somos luz. Hay estrellas que no son luz, porque no quieren, se van a la oscuridad. El poema nació después de mirar la estrella, el olivo sembrado por mi padre, y luego la tierra que lo cobijaba”.

Debajo de una estrella hay un olivo / Y debajo del olivo un gusano / Y debajo hay hormigas Y más abajo está el agua (porque yo veía a mi padre que hacía pozos para sacar el agua), y luego ya venía la imaginación: el agua y la perla / y abajo, más abajo, está otra vez la estrella. Me impactó saber que podía escribir un poema así. Siempre lo menciono como algo muy especial de mi infancia. Porque es ahí donde aprendí a ver”.

Julie supo que era fundamental observar, encontrar las diferencias y peculiaridades en lo que nos rodea para poder escribirlas: “Me costó muchísimo aprender a ver el paisaje. Miraba los campos pero no veía los contrastes. Los verdes. Luego mi padre me enseño. Así supe que los verdes de Castilla son muy distintos a los verdes de Galicia, en Galicia hay muchos verdes, pero en Castilla solo hay dos verdes: el verde del trigo —más oscuro—, y el verde de la cebada —más clarito—”.

Aunque ha absorbido la poesía naturalmente, como un colibrí que liba el jugo de las flores. Alguna vez intentó aprender a escribirla en talleres: “Cuando estaba en Madrid, María Teresa Marcos, que era una poeta muy conocida, me llevó al Ateneo. Le gustaba cómo escribía yo y me quería enseñar, pero también era muy arrogante. Yo no sabía las reglas métricas ni nada. Ya en clase, me dijo que leyera un poema. Yo leí mi poema, la gente empezó a aplaudir y ella se enfadó. No me gustó el ambiente y no quise saber nada. Ahí me hice independiente. Me dije: voy a escribir mi poesía y si vale, vale. Y si no vale, no vale. Y así fue”.

Para Julie, siempre inquieta, llena de apasionantes anécdotas, cálida y sabia, escribir ha sido una extensión de su vida: “Siempre iba con mi cuadernito y mi lápiz”. Pero además, soñaba, su sed de vida traspasaba la realidad: “De niña me gustaban mucho las bicicletas, robaba bicicletas. Un día logré subir en bicicleta al montecito de la torre de Burgos. Era de noche y desde ahí empecé a volar. Mi primer vuelo, porque mi padre me decía: yo vuelo por las noches. Y yo pensaba: qué raro que mi padre pueda volar. Pero ese día empecé a volar. Veía mi cuerpo como un avión, volando. Tengo muchos sueños muy especiales: como aquel en el que llegué a una playa, y ahí estaba un cisne blanco. El cisne vino a mí y me abrazó. Estuve siete días como si hubiera estado en éxtasis. El cisne blanco me dijo: Te amo. Fue uno de los sueños más hermosos que he tenido. Para entonces ya estaba en California”.

Y es que durante muchos años Julie Sopetrán radicó en California en donde también ejerció el periodismo, abrió una escuela de poesía, y fundó la revista cultural AZB. Fue también ahí donde comenzó a amar México, y en donde vivió la emoción de su primer libro editado.

“El momento de mi primer libro publicado fue único. En California tuve muchos amigos que luego se convirtieron en enemigos. Ahí escribí un libro que se llama A morir, ese libro se lo dedico a mis amigos y a mis enemigos, y pongo todos los nombres de ambos bandos. Me lo publicaron en Barcelona. Es un libro muy chiquitín. Me hicieron una crítica en el periódico de Cataluña donde el autor escribió que nunca había visto un libro de poesía que se lo dedicaran a sus enemigos, y que además pusieran los nombres. Me llamó poeta valiente”.

En ese entonces, Julie Sopetrán trabajaba en casa de una mujer con mucho dinero, su trabajo era pasear dos horas al día al perro de la mansión, un doberman entrenado para matar. “Ahí conocí a la gente de México, eran también empleados. Los mexicanos eran mi familia, yo llevaba a bautizar a sus hijos y luego me llamaban comadre”. Tanta fue su conexión con México que la Virgen de Guadalupe la acompañó en los momentos más trascendentales y difíciles de su vida: “En uno de los viajes que hice a México para hacer unos reportajes sobre el Día de Muertos, estaba con mis maletas y pensé que me daba tiempo de ir a la Villa a conocer a la Virgen. El taxista me llevó y me esperó, dejé en su carro las maletas y todo. Al volver fue él quien me pidió que esperara, bajó del auto y regresó con un escapulario de la Virgen que me compró. Era un hombre de fe. Ese escapulario se lo puse a mi madre cuando estaba muriendo, cuando me entregaron sus cosas, venía el escapulario. Mi padre también murió con ese escapulario, pero cuando me devolvieron sus cosas ya no estaba. Los dos se fueron acompañados por la virgen de Guadalupe”.

Pero ¿Cómo comenzó su faceta de periodista?  “Quería ser periodista desde jovencita, mi padre no me dejaba. Pero como he sido tan rebelde me fui al periódico. Me inventé una entrevista. Se llama “Entrevista a una joven de pueblo”, esa joven podía ser yo. Pero le puse el nombre de mi tía Tomasa, que a final de cuentas vivía en un pueblo. No conocía al director. Le dije que quería escribir en el periódico ¡Me miró con una cara! Le dejé mi escrito y me dijo: «Mira, si lo ves publicado vuelves, pero si no, no vuelvas nunca». No veas la ilusión cuando vi publicada mi entrevista. Y luego ya de verdad entrevisté a mucha gente: un zapatero, a un peluquero, a un labrador… entrevistas de la vida real, y así empecé. 25 años escribiendo en el periódico de Guadalajara, en España. Y estaba feliz. Me pagaban poquito, pero no me importaba. Cuando me fui a California seguí mandando mis artículos. Mi padre y yo dejamos de hablarnos por eso”.

Hasta que llegó el día en que decidió regresar a España: “Una amiga me dijo que había visto a mi madre y que la había visto muy mal. En aquel tiempo me acababa de graduar de la Universidad de California con honores, en un idioma que no era el mío. Yo nací otra vez en California. Lo pensé mucho, me di cuenta de que yo era la única hija que ella tenía. Lo dejé todo: trabajaba para cuatro o cinco periódicos, me había comprado mi cochecito, tenía una casita en renta. Ganaba para sobrevivir, estaba establecida. Aun así volví a España, y fue como regresar en el tiempo cincuenta años. Empecé de nuevo. Llevé a mi madre al médico y se curó. Pero luego mi padre enfermó también. La mejor carrera que yo he hecho es cuidar a mis padres. Volvería a hacer lo que hice aun cuando mi padre no me habló ni siquiera entonces. En el fondo fue mi gran maestro”.

Anteceden al retrato de Julie Sopetran, una imagen del presídium durante la presentación de la obra de Julie Sopetran, así como el recuerdo de la condecoración que le otorgó el Senado de Colombia.

Julie Sopetrán cuenta con 45 libros inéditos, más de 20 publicados y varios premios internacionales. En esta ocasión, visitó Guanajuato para presentar dos de sus libros más recientes: La niña que fui y Chavelita, tras los pasos del hambre.

“Guanajuato me ha recibido insuperablemente. Ya había venido hace 15 o 20 años, al estreno de una obra inspirada en algo que yo escribí con respecto al día de muertos. Vinimos la pianista, la soprano y yo a presentarla. Nos hicieron un recorrido por todo Guanajuato y me impresionó la belleza, la orografía de la ciudad. Antes, mi sitio favorito era San Francisco, desde entonces es Guanajuato. Hoy he vuelto. Y lo considero un milagro”.

La aportación de Julie Sopetrán a la literatura es invaluable: “Siempre me inspirado en lo que he vivido, no tengo libros de fantasía. Y lo que no he vivido ha sido sobrenatural a través de mis sueños o escribiendo bajo la luz de la vela. Me dejo llevar. Tenemos que dar gracias por la existencia, por estar aquí, por comunicarnos. Eso es el amor. Solo habitamos cuando amamos, y habitar es doloroso.

Elena Ortiz Muñiz
Elena Ortiz Muñiz
Elena Ortiz Muñiz es licenciada en Ciencias de la Comunicación, escritora, editora en Pacholabra Ediciones. Fundadora de los proyectos Alas para niños y jóvenes escritores y Manos en Vuelo.
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