viernes, octubre 18, 2024
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SAN DIEGO: BELLO VESTIGIO CONVENTUAL

El templo adorna, con su esplendor de 

piedra rosada, el centro de Guanajuato

Frente a su delicada fachada de cantera rosa, desfilan a diario miles de guanajuatenses y turistas. Trabajadores de bares, restaurantes, hoteles y tiendas; burócratas, músicos; estudiantes, jubilados, maestros, alumnos de kínder, primaria o secundaria. Cuando cae el sol, frente al atrio semihundido se aglomeran los paseantes, con el fin de planear la mejor forma de pasar la tarde-noche.

En ocasiones, el antiguo templo es testigo de las notas musicales que despliega alguna estudiantina lista para iniciar la popular callejoneada. El edificio religioso luce inmutable, aunque en realidad ha padecido muchos avatares a lo largo de los siglos, cuyas marcas se perciben en sus desgastados muros, donde a simple vista se pueden ver marcos de puertas o ventanas —tapiadas ahora— que conducen a la nada, pero que en tiempos ya idos formaron parte de un gran convento. 

Mural de San Francisco. Jesús Divino Preso.

El inmueble, dedicado a San Diego, destaca especialmente por su barroca portada. Los medallones, querubines, santos, flores, enredaderas y columnas en relieve cubren cada espacio, en el característico estilo churrigueresco mexicano, en notable armonía con la pequeña, solitaria y elegante torre-campanario.

Al contrario de las llamativas iglesias de la Basílica, la Compañía o Belén, el recinto sandieguino es poco visitado; solo cuando hay misa y en ocasiones especiales, como el Jueves Santo, los fieles llenan verdaderamente sus oscuros pasillos, porque si algo caracteriza al interior es su solemne penumbra. Aunque ciertamente posee ventanas en la cúpula, la luz no alcanza a iluminar completamente la nave. Sin embargo, esa umbrosa atmósfera, complementada por el imponente silencio, resulta más que propicia para la oración y la comunión con divinidad.

Pintura de Santo Domingo de Guzmán. El púlpito y un peculiar nicho.
– Púlpito – Nicho

Una vez traspasada la puerta, a un lado se muestra la imagen escultórica de Jesús Divino Preso, coronado de espinas y con una mirada de triste resignación. Inmediatamente arriba, un magnífico mural muestra a San Francisco rogando para que quienes visiten el templo obtengan indulgencias por las faltas cometidas. Se continúan nichos dedicados a diferentes santos, entre columnas corintias, y al final, debajo del ábside, el altar principal con la dorada pieza del Santísimo Sacramento.

En el crucero, pinturas de excelente factura representan a Santo Domingo de Guzmán sosteniendo los muros de la Iglesia de San Juan de Letrán, San Francisco de Asís, San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino, un Ecce Homo, Cristo Atado a la Columna, la Circuncisión de Jesús y la Virgen del Rosario. Uno de los retablos laterales es el sitio de honor para la Virgen de Guadalupe. Hacia el otro extremo, una puerta da acceso a la  bella capilla del Señor de Burgos, cuya visita costó a quien  escribe el regaño de una devota dama por atreverse a tomar fotos durante el rosario.

Tres de los altares del templo.

Asimismo, el templo posee el infaltable púlpito, de madera y sencilla factura. También conserva el coro en la parte posterior, con un barandal adosado que, en una de sus extensiones laterales, cuenta con un órgano tubular pequeño pero en magnífico estado de conservación. Una verdadera curiosidad que resalta aún más la importancia de este edificio.

Y es que San Diego es una de las más antiguas estructuras religiosas de la ciudad. Construido en 1667, ha sido testigo de la varias veces turbulenta historia guanajuatense, particularmente de los destrozos de las muchas inundaciones que año con año causaba el río. Originalmente parte del convento de San Pedro Alcántara, sobrevivió al hundimiento del mismo, a la demolición y reconstrucción de sus cúpulas y a obras de la magnitud del Teatro Juárez y la calle subterránea.

Coro y órgano.

Las huellas de esas perturbaciones son claramente visibles: en los años 1990, lo que debió ser otra rampa de acceso a la Subterránea se convirtió en nuevo atractivo al descubrirse, durante las excavaciones, el atrio del antiguo convento, por lo que se decidió rescatar los vestigios, que incluyen  gruesas columnas, muros, algunas estancias y un pozo. Otras restos, como la capilla de la Tercera Orden, se dejaron sepultadas bajo el Teatro Juárez, la calle de La Estancia y un hotel cercano, bajo el cual se conserva lo que debió ser un aljibe y que ahora funciona como bar.

Hoy, la iglesia se mantiene en un sitio de privilegio, en pleno corazón cuevanense. Ocasionalmente, algún caminante se detiene para admirar, pasmado, el trabajo de cantería de su fachada. Justo enfrente, parejas de novios se toman fotos de recuerdo. Otras personas hacen lo mismo junto al tuno de bronce levantado en una esquina del atrio, aunque no tiene igual suerte la enorme estatua de La Giganta, obra de José Luis Cuevas que algunos consideran poco agraciada.

Capilla del Señor de Burgos y, dentro de la misma, el Niño de la Caridad.

El templo suele envolverse en los gritos de los tunos de carne y hueso que invitan a sus recorridos y se mezclan con la música de grupos norteños y mariachis del Jardín de la Unión y con el bullicio de la gente. En una ciudad que poco duerme, la intensa actividad nocturna crece paulatinamente, hasta la madrugada; luego decae. Los trasnochadores vuelven a sus hogares, algunos apenas pueden sostenerse en pie, en contraste con la solemne y sólida construcción ante la cual pasan: San Diego.

Pozo y reja dentro del Museo Dieguino.

Benjamin Segoviano
Benjamin Segoviano
Maestro de profesión, periodista de afición y vagabundo irredento. Lector compulsivo, que hace de la música popular un motivo de vida y tema de análisis, gusto del futbol, la cerveza, una buena plática y la noche, con nubes, luna o estrellas. Me atraen las ciudades, pueblos y paisajes de este complejo país, y considero que viajar por sus caminos es una experiencia formidable.
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