Montauban, Francia, 4 de noviembre de 1940. Un día antes había muerto Manuel Azaña, el último presidente de la República Española, derrotada militarmente por Francisco Franco. Refugiado en la Embajada de México en la nación gala, había consigna del gobierno francés aliado a los fascistas de que no se le hicieran honores de Jefe de Estado ni se le colocara la bandera tricolor republicana.
Fue entonces que Luis Ignacio Rodríguez Taboada, embajador de México en Francia, refrendó que el español sería enterrado con honores. Tocó con su mano su calibre .38 oculta en su cintura y dijo al prefecto francés: “Impídamelo y a ver de a cómo nos toca”. Luego colocó sobre el féretro una bandera mexicana y, dirigiéndose de nuevo al prefecto francés, dijo:
“Lo cubrirá con orgullo la bandera de México. Para nosotros será un honor, para los españoles será un motivo de esperanza y para ustedes, de vergüenza”.
El protagonista
Luis I. Rodríguez fue un político y diplomático mexicano. Nació en Silao el 21 de octubre de 1905, donde realizó sus estudios básicos. Entró a estudiar Leyes en el entonces Colegio del Estado —hoy Universidad de Guanajuato— en donde comenzó a destacar en la política estudiantil y sobre todo por su capacidad oratoria, virtud muy apreciada entonces en los círculos políticos. En 1926 triunfó en el certamen estatal de oratoria y representó a Guanajuato en su versión a nivel nacional, donde obtuvo el segundo lugar. Después de titularse en 1929 fue profesor y rector de su alma mater.
Entró al recién conformado Partido Nacional Revolucionario y en 1930 fue elegido a su primer cargo público como diputado al Congreso de Guanajuato, pero dejó de serlo cuando, el 1 de junio de 1932 el Senado declaró la desaparición de poderes en Guanajuato, destituyeron al gobernador Enrique Hernández Álvarez y disolvieron el Congreso en el que era diputado Luis I. Rodríguez.
Lázaro Cárdenas del Río, presidente de México de 1934 a 1940, fue el mentor político de Luis I. Rodríguez. Cuando Cárdenas aspiraba a la presidencia, Rodríguez fue electo diputado federal a la XXXVI Legislatura, cargo en el que solo duró tres meses, pues el 1 de diciembre de 1934, al asumir la presidencia Cárdenas, lo nombró como su secretario particular.
Tras una serie de conflictos políticos al interior del partido en el poder, Rodríguez —con el apoyo de Cárdenas— fue electo gobernador del estado en 1937. En 1938, el PNR se convierte en Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y el silaoense pide licencia como gobernador y es nombrado el primer presidente del “nuevo” partido.
Rodríguez “se la jugó” por la candidatura de Francisco J. Múgica, cuando Manuel Ávila Camacho fue elegido por el dedo cardenista, y Rodríguez fue removido de la presidencia del PRM.
Fue entonces que Cárdenas lo destinó a varias misiones diplomáticas, como la de embajador de México en la Francia de Vichy a partir del 1º de diciembre de 1939. Fue ahí donde se forjó la historia de hoy.
A sus órdenes, mi general Cárdenas
Rodríguez se trasladó a Francia. El 10 de mayo de 1940, el país europeo fue invadido por tropas alemanas. A Rodríguez le asignaron como misión prioritaria proteger a los refugiados españoles.
El asunto se complicaba: el gobierno francés solamente reconocía desde febrero de 1939 al nuevo gobierno español de Francisco Franco y varias autoridades francesas comenzaban a ver con recelo a los refugiados españoles. Su situación en Francia no se convirtió en insostenible hasta el armisticio del 22 de junio de 1940, por el que Francia se rendía ante Alemania, pues dicha capitulación llevó al poder al gobierno colaboracionista de Pétain, y al día siguiente del armisticio, el 23 de junio, Cárdenas le digirió el siguiente mensaje:
“Con carácter urgente manifieste usted gobierno francés que México está dispuesto a recoger a todos los refugiados españoles de ambos sexos residentes en Francia […] Si el gobierno francés acepta en principio nuestra idea, expresará usted que desde el momento de su aceptación, todos los refugiados españoles quedarán bajo la protección del pabellón mexicano.
La misión añadía el colaborar con la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE) y otras instituciones para llevar desde Francia a México al mayor número de exiliados españoles, que huyeron de su patria tras la derrota de la República Española a manos del fascista Francisco Franco.
Rodríguez contribuyó a que miles de españoles, entre ellos una gran cantidad de menores de edad, fueran traídos a México, labor que también realizaran Isidro Fabela y Gilberto Bosques, quienes también rescataron a judíos, libaneses y de otras nacionalidades.
La hazaña con Azaña
Rodríguez estuvo en Francia sólo durante un año: seis meses con sede en París y otro tanto en Vichy, capital de la Francia llamada “libre”, pero gobernada por los pro fascistas el mariscal Henry Phillipe Petain y Pierre Laval.
Cárdenas lo envió a mediados de 1940, y en el famoso telegrama 1699, con fecha del 1º de julio de 1940, firmado “con carácter urgente”, a que le dijera al gobierno francés que México estaba “dispuesto a acoger a todos los refugiados residentes en Francia… en el menor tiempo posible”.
Rodríguez echó mano de sus habilidades diplomáticas para que los aliados franceses al fascismo aceptaran el envío de exiliados a México. Y empezó a cumplir la orden.
Un encargo especial fue el de acoger a Manuel Azaña, quien había sido el último presidente de la España republicana y, muy enfermo, había logrado escapar junto con su esposa.
Azaña llegó ante Rodríguez. Así se dirigió al mexicano:
“Aquí me tiene, mi ilustre amigo, convertido en un despojo humano. No puedo resistir más, siento que mi corazón estalla. Sé que me persiguen, tratan de llevarme a Madrid, pero no lo lograrán, antes estaré muerto”.
El guanajuatense habría de escribir en sus memorias que Azaña parecía una sombra, “tenía la palidez del cadáver” y sus ojos estaban profundamente hundidos
Aquello era historia digna de un filme: a Azaña lo perseguía con sagacidad y odio un policía franquista de apellido Urraca. El republicano escapaba y su perseguidor casi lo atrapaba y luego le pisaba los talones.
Ante las dificultades enfrentadas por la persecución de la Gestapo, el guanajuatense asumió la guardia personal a Manuel Azaña, presidente de la República Española de 1936 a 1939. Como la embajada de México estaba junto a la de Japón y había indicios de espionaje, Rodríguez decidió poner a Azaña y a su esposa, Dolores Rivas Cherif, bajo su directa protección y para tal efecto alquiló a nombre de la legación mexicana cinco habitaciones del Hotel du Midi de Montauban y las declaró sede de la legación y por tanto con privilegios de extraterritorialidad. Ahí fue trasladado Azaña el 15 de septiembre. Esa madrugada, el español sufrió un nuevo infarto cerebral que le afectó el habla y le causó parálisis facial.
El estado de salud del refugiado y las dificultades para trasladarlo debido al control lo mantuvieron bajo cuidado médico. Fue entonces que hasta ese lugar pudo llegar el policía español Urraca, flanqueado por dos pistoleros y con tono fuerte y mirada asesina le pidió al mexicano entregar al refugiado.
Fue entonces que sucedió una escena al estilo mexicano:
El policía español Urraca, dijo que dos guardias requisarían las armas del embajador mexicano y su agregado militar, el afamado Antonio Haro Oliva. Pensó que Rodríguez se acobardaría, pues se trataba de un civil.
El guanajuatense mostró una pistola calibre 38 y Haro Oliva lo respaldó. Rodríguez dijo:
“Hijos de su puta madre: aquí es territorio mexicano y nadie viene a amedrentar a México. Nos vamos a morir todos: nosotros defendiendo a nuestra soberanía y ustedes cumpliendo con un encarguito“.
Urraca optó por retirarse para buscar un momento más propicio, pero ya no fue necesario: el deterioro físico de Azaña culminaría con su muerte el 3 de noviembre de 1940, en esas mismas habitaciones —legalmente, territorio mexicano—, rodeado de su esposa, algunos colaboradores y Luis I. Rodríguez y su personal diplomático. Rodríguez comunicó al presidente Cárdenas el fallecimiento:
“…expresidente de la República Española falleció hoy dependencia Legación México en Montauban bajo el amparo de nuestra bandera”.
Al día siguiente, debía tener lugar el funeral de Azaña, pero por instrucciones directas de Pétain, el prefecto de Montauban indicó a Luis I. Rodríguez que disolvería el cortejo usando incluso la fuerza pública si éste era demasiado numeroso o si constituía una manifestación política, además prohibía que se le rindieran honores de Jefe de Estado o que su féretro fuera cubierto por la bandera republicana española y que sólo le podrían colocar la “roji-gualda” del régimen de Franco.
Fue entonces que ocurrió otra escena, en la que el silaoense hizo valer la bandera mexicana ante un gobierno francés aliado de los fascistas alemanes:
Hacer un modesto homenaje de Jefe de Estado con la bandera mexicana en el féretro, con la frase señalada al principio.
Rodríguez continuó con la protección a la esposa de Azaña, Dolores Rivas Cherif, a quien logró enviar a México y, finalmente, concluyó su misión diplomática el 27 de febrero de 1942, al ocurrir la total ocupación alemana de Francia.
Rodríguez había logrado el envío de casi 1,600 refugiados españoles a México. En ese momento, México era un país neutral, pues aún no entraba en la guerra y el riesgo de una alianza con los Estados Unidos, al que Alemania no quería enfrentar, hacían que los fascistas franceses toleraran el rescate de perseguidos por los nazis.
El guanajuatense fue embajador de México en Chile (1942-1946), Guatemala (1951), Canadá y Venezuela (1961-1965). Fue autor de los libros Veinte discursos, Francia, la del espolón quebrado, Lumbre brava de mi pueblo y Refugiados sin refugio.
Retirado de la política, murió en la ciudad de México el 28 de agosto de 1973. El sepulcro de Manuel Azaña quedó en Montauban, Francia. En tanto, en reciprocidad, su féretro fue cubierto con la bandera republicana española.
Ni el ser parte de una merecida lista de guanajuatenses ilustres ni el estar en el contexto de los 50 años de su partida y los 200 de Guanajuato como estado federal ameritaron que instancia oficial alguna lo recordara.
Fuente principal:
Rafael Segovia y Fernando Serrano, Misión de Luis I. Rodríguez. La protección de los refugiados españoles de julio a diciembre de 1940, el Colegio de México, SER, Conacyt, México, 2000.