martes, noviembre 19, 2024
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CINE Y DÍA DE MUERTOS

Altar a los difuntos: tradición católica europea, de falsa raíz prehispánica, mitificada por “Coco”; Desfile de Catrinas: tradición ‘milenaria’ creada por Hollywood.

Menospreciado durante siglos y reducida a una costumbre de pueblos originarios y campesinos empotrados en la base de la pirámide económica nacional, el Día de Muertos pasó al cine estadounidense para masificarlo y hacerlo tradición convertida en espectáculo. 

Como dijo Jack el Destripador: vayamos por partes.

Abordaje fílmico del Día de Muertos

En la icónica Que viva México (19mm), del ruso Sergéi Eisestein, aparecen algunas referencias muy generales sobre la visión mexicana en torno a la muerte, filmadas en los primeros años del fin del movimiento armado iniciado en 1910. 

En 1935 fue proyectada en las salas del país la película Janitzio, dirigida por Carlos Navarro. La trama se desarrolla en esa isla michoacana y como parte del relato fílmico en el minuto 30 hay una escena de una procesión de Día de Muertos, sonorizada con un hermoso canto de alabanzas.

Sendos fotogramas de las películas “Que viva México” y “Macario”.

Le siguieron muchas cintas donde la muerte era parte de la trama: El esqueleto de la Señora Morales, El Ahijado de la Muerte o las dos primeras versiones cinematográficas de Pedro Páramo, por citar algunas, pero fue hasta Macario, cuando la representación que gira en torno al Día de Muertos aparece con mayor maestría. Basada en un cuento de Bruno Traven, fue dirigida por Roberto Gavaldón en 1960 y aborda de manera indirecta uno de los elementos del Altar de Muertos: la ofrenda.

En 1987 apareció Calacán, dirigida por Luis Kelly. Es una película para niños que habla sobre Ernesto, de 8 años que va en busca de aventuras el Día de Muertos, durante una de ellas conoce a dos seres verdes con mil calabazas y a tres calaveras que están en problemas. En la trama aparece una fábrica de calaveras de azúcar, una de las golosinas-ofrenda favorita de la infancia mexicana.

El altar de muertos colocado en casa no era parte de las tramas del cine nacional sobre el Día de Muertos. Así lo muestra Día de Difuntos, estrenada en 1988. También es conocida como Los hijos de la guayaba, fue dirigida por Luis Alcoriza y su trama se desenvuelve principalmente en un panteón, en el marco de la tradicional visita a las tumbas.

A finales del siglo pasado se intensificó una política pública, en su afán de enfrentar al anglosajón Halloween, de reimpulsar al Día de Muertos como una supuesta tradición milenaria de raíces prehispánicas.

El mexicano Guillermo del Toro abre brecha en torno a una visión ecléctica del Día de Muertos y sus significados (prehispánicos, españoles y mestizos) al producir El Libro de la Vida, película de dibujos animados estrenada en 2014. El tapatío empezaba a ser nominado a los Premios Óscar, pero aún no llegaban sus momentos de mayor gloria. Quizá eso limitó que el tema tuviera mayor impacto mercantil.

Sin embargo, la globalización hizo de México un mercado de gran potencial de consumo y eso lo supo Disney y en 2017 ganó millonadas con Coco, una cinta de dibujos animados que desde Gringolandia hace una lectura del Día de Muertos y su correspondiente altar. 

Así, el Altar de Muertos acabó de dejar de ser curiosidad indígena o campesina y se hizo algo tan chic que se convirtió en expresión oficial de lo popular.

Ahora viene la parte triste del tema con lo escrito por Sofía Guadarrama.

Día de Muertos, fiesta mestiza forjada a través de los siglos

Guadarrama aclara: el “miccailhuitl” y el “día de muertos moderno” son dos cosas muy distintas. Y sigue: No es sincretismo, fue una imposición:

“La Conquista religiosa de Mesoamérica consistió en reemplazar a la religión local por la católica; sustituir a Quetzalcóatl por Jesucristo; a Tonantzin por la Virgen de Guadalupe; el miccailhuitl por el Día de Muertos católico y el Mictlán y el Tlalocan por el cielo y el infierno”.

La especialista en cultura prehispánica señala que los mexicas (nombre correcto, no “aztecas”) recordaban a sus muertos en el huei miccailhuitl, “gran día de muertos” (nombre del décimo festival anual), que se realizaba en la veintena Xócotl Huetzi, que quiere decir: “cuando madura la fruta”, del 24 de agosto al 13 de septiembre; y en la décimo séptima veintena del calendario prehispánico llamada títitl, que significa “vientre”, y transcurre entre el 11 de enero y el 30 de enero.

Celebraban veinte días, únicamente durante los primeros cuatro años después de su muerte. No más, pues ése era el tiempo que los muertos tardan en llegar a cualquiera de los cuatro paraísos: Mictlán, Tlalocan, Tónatiuh Íchan o Cincalco (y ninguno tenía que ver con el infierno).

Cortaban un árbol llamado xócotl, le quitaban la corteza, lo adornaban con flores, construían una figura de madera que simbolizaba a su difunto. Si era mujer, la vestían con sus naguas y le ponían delante escudillas y otras cosas de casa; y si era hombre, lo vestían con una manta rica, un maxtlatl y un bezote de obsidiana. Le colocaban una yacaxiuitl, que quiere decir “nariz de hierba” y en la parte posterior de la cabeza unas plumas de guajolote, una vara con unos papeles que ellos llaman amatl. Luego le ponían muchos perfumes. Sobre un petate le colocaban mucha comida y convidaban a los pipiltin. Se sentaban delante de esta figura en compañía de dos o tres personas y entonaban cantos para los muertos mientras tocaban sus tamborcillos. Luego le ponían fuego a la tea y quemaban todo cuanto allí tenían puesto. Finalmente realizaban danzas frente al fuego toda la noche, subían a los techos de las casas y llamaban a sus muertos.

Desfile del Día de Muertos en “Érase una vez en México”. En seguida, rodaje de Desfile de Catrinas en Spectre (2015). La película fue estrenada dos años más tarde.

Y otro dato: en la mayoría de las ciudades de Mesoamérica incineraban a los muertos. Los únicos personajes a los que les construían féretros, mausoleos y se realizaba el tlamanalli, “sacrificio u ofrenda” eran a los gobernantes de algunas urbes, como Palenque, Monte Albán, Cholula, por mencionar algunas.

La celebración original de los mexicas en estas fechas (del 23 de octubre al 11 de noviembre) era la veintena llamada tepeílhuitl, que quiere decir “fiesta de cerros”. En el Valle de México era la fiesta principal en honor de los cerros y los montes en especial a las montañas sagradas del Popocatépetl e Iztaccíhuatl.

Y suelta el látigo de la verdad: los mexicanos NO adornaban sus casas con papel picado, NO colocaban pulque, camote y tamales en las ofrendas en la madrugada del día primero de noviembre; NO trazaban caminos de flores de cempasúchil; y, claro, NO hacían desfiles del día de muertos, tampoco hacían calaveritas de azúcar. Y mucho menos escribían versos con rimas (calaveritas). Ni siquiera conocían el pan y, por tanto, no comían pan de muerto.

Origen católico del Día de Muertos

Seguimos con Sofía Guadarrama: “El 2 de noviembre (originalmente 1º de noviembre) fue impuesto por el papa Gregorio III, en el año 741, para celebrar el Día de todos los Santos y Todas las Almas; exactamente lo mismo que celebraban los ingleses en la iglesia anglicana, llamado All Hallow’s Eve (Vigilia de Todos los Santos), que en Estados Unidos se convirtió en Halloween.

En el siglo X el abad de Cluny de Francia inventó Las fiestas de Todos los Santos y de Fieles Difuntos, para celebrar a los santos y mártires anónimos, que habían muerto en los primeros tiempos del cristianismo y que no tenían celebración en el calendario ritual católico. En el siglo XIII, la Iglesia romana formalizó la celebración en el calendario litúrgico.

En el día de Todos los Santos, colocaban un inmenso altar para exhibir las reliquias de personajes santos: huesos, cráneos, tierra de donde fueron enterrados o ropa”.

Por tanto, el Día de Muertos tiene origen europeo y no prehispánico. No sólo México tiene la creencia de que los parientes visitan el hogar en el día de muertos, también en Venezuela, Perú, Chile, Argentina, Sicilia e Italia. Esto es fruto de una creencia católica europea.

Pero el tema se pone más crítico cuando la investigadora sostiene que el Altar de Muertos tampoco tiene origen prehispánico; es más, ni siquiera virreinal.

Según la historiadora, en el gobierno de Lázaro Cárdenas, un grupo de intelectuales dijo que el día de Muertos tenía origen prehispánico y el mandatario lo estableció tal cual. México acababa de salir de la guerra cristera y necesitaba una reconciliación con la iglesia católica.

Fue desde el poder político como empezó a socializarse el montaje de los altares de muertos. Ni Mictlantecutli ni Jesús: fue el Tata. 

Si quieren más información sobre el tema, busquen el libro Mitología y religión de los mexicas, obra de la autora (la encuentran en Facebook).

El creador de una tradición “milenaria”.

Catrinas muy ladinas

Érase una vez en México: dos españoles y un neozelandés que inspiraron a un agente 007 para crear la “milenaria” tradición del desfile de Día de Muertos.

En 2003, el México-norteamericano Robert Rodríguez dirigió Érase una vez en México, rodada en Querétaro, San Felipe, San Miguel de Allende y Guanajuato. Era la historia de tres pistoleros que salvaron al presidente de México de un golpe de Estado ligado a los narcotraficantes.

Una de las escenas de mayor acción se registra durante una supuesta procesión de Día de Muertos, con peregrinos disfrazados para la ocasión y cargando calaveras gigantes. La secuencia se desarrolló en la Plaza de la Paz de la ciudad de Guanajuato y dejó un precedente de la visión hollywoodense del Día de Muertos.

Sin embargo, sería Spectre, la vigesimocuarta película del personaje de James Bond, actuada por Daniel Craig, dirigida por Sam Mendes, rodada en México en 2015 y estrenada en 2017, la que tiene como peculiaridad que una de sus escenas, igual que en la cinta de Robert Rodríguez, se desarrolla durante un supuesto desfile de Día de Muertos, pero en esta ocasión en la ciudad de México.

Fue tal su impacto, que se convirtió en “tradición” en la gran urbe y luego en otras (entre ellas la misma Guanajuato. Sofía Guadarrama Collado así lo ironiza:

“Esto que ven ustedes aquí es un antiguo códice que arqueólogos hallaron en uno de los túneles que llevan a lo más profundo del Templo Mayor y luego de muchos años de estudio, por fin lograron descifrar su significado: en él se ve a Jametzin Bondtli, mejor conocido como el huei tecuhtli 007, guiando a los chilangcas-mexicas al huei Mictlán, un dos de noviembre del año cinco conejo. Desde entonces se celebra el tradicional desfile de día de muertos en la gran Tenocdmx”.

Un dato más a favor del cine: las personas enmascaradas con calaveras y las grandes máscaras de calaveras aparecen al final de Que viva México, en un bloque en el que Eisenstein honra a José Guadalupe Posada como el gran filósofo gráfico del pensamiento mexicano respecto a la muerte.

La historiadora precisa que los mexicas NO se pintaban los rostros de calaveras ni se disfrazaban de catrinas. “La Catrina” tiene su origen primigenio en una sátira creada por el caricaturista José Guadalupe Posada que en tiempos del juarismo y el porfiriato se burlaba de los mestizos e indígenas que iban subiendo de nivel económico y pretendían ser europeos y renegaban de su propia raza, herencia y cultura. Se les llamaba los “garbanceros”, precisamente por dedicarse al cultivo y venta de garbanzos. Entonces José Guadalupe Posada, creó “La Calavera Garbancera” para expresar que los garbanceros andaban “…en los huesos, pero con sombrero francés con sus plumas de avestruz”. 

Altar de muertos en “Coco” y el Inframundo de “El Libro de la vida”.

Diego Rivera retomó al personaje de la Garbancera y lo plasmó en el mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, donde le da color y la viste con elegancia y de ahí surge su distinción de “Catrina”, de la palabra “Catrín”, que definía (a veces de forma despectiva) a la clase social alta.

Todos estos elementos son invención de la cultura moderna. Pero principalmente provienen de Europa medieval, las costumbres católicas, especialmente de los jesuitas.

Como quiera que sea, hay que disfrutar de la figura sensual de las Catrinas y comerse las ofrendas del altar. Que sean “tradiciones” de la modernidad e inventos del poder y el cine no son obstáculo para gozarlas.

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Federico Velio Ortega
Federico Velio Ortega
Periodista, maestro en Investigador Histórica, amante de la lectura, la escritura y el café. Literato por circunstancia y barista por pasión (y también al revés)
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