Cada año, siete barrios de Guanajuato
realizan concurridos y vistosos festejos
Las Iluminaciones son fiestas eminentemente populares que, año con año, atraen a miles de fieles católicos al centro de Guanajuato, donde los asistentes, además de hacer manifiesta su fe, pueden saciar el hambre con antojitos de todo tipo, adquirir alguna chuchería, escuchar música y hasta bailar. A diferencia de otras celebraciones similares, congregan casi exclusivamente a habitantes locales y no muchos visitantes.
Se remontan a principios del siglo XVIII, cuando la imagen de Nuestra Señora de Guanajuato hacía una visita a los principales barrios de la ciudad, así que los habitantes iluminaban con grandes antorchas y veladoras los callejones donde se llevaba a cabo el recorrido. Aunque recientemente se han expandido a las colonias de la periferia, el núcleo de las festividades lo constituyen distintas zonas del centro histórico. Van de un extremo a otro de lo que antaño era el área urbana: de Tepetapa a Pastita.
Todo comienza un domingo del mes de noviembre en la Calzada de Guadalupe, larga y empinada calle céntrica que finaliza en el santuario donde se venera la imagen de la Virgen Morena, en la cima de lo que en épocas arcaicas fue un cerro. Aunque el festejo se agrupa en la ruta principal, igualmente se extiende a los callejones aledaños, particularmente a los de Hospitales, Púquero y Sepultura.
La Calzada es un camino largo. Con excepción del acceso por Hospitales, que pasa bajo los arcos del edificio central de la UG, es casi una recta, bastante inclinada. Normalmente, además de los autos que van a la Panorámica, sólo la transitan vecinos, estudiantes y, en su primer tramo, trabajadores universitarios, pero cobra intensa vida en su Iluminación y el 12 de diciembre.
El lunes toca al Terremoto, tramo también prolongado que va de San Clemente a Galarza y que incluye a la importante ruta secundaria llamada Carrica. Aunque angosto, en días normales sí da paso a los vehículos y comunica además con múltiples accesos al Cerro del Cuarto: los callejones del Charro, Toro, Chilito y Grasero. En uno de sus tramos, permite atisbar parte de lo que fue la hacienda de Salgado, hoy dividida entre inmuebles particulares y edificios del ISSSTE.
El también llamado “Terremote” (con e) de siempre ha constituido una vía rápida de comunicación, sobre todo para los peatones, entre las zonas alfareras-mineras de San Clemente y San Luisito con el centro citadino, aunque ciertamente su importancia como tal ha disminuido a raíz de la construcción del Túnel Santa Fe, que conduce directamente a Pósitos.
El martes es el turno de Tepetapa. Si bien en décadas pasadas fue la más grande de las Iluminaciones, llegando a abarcar Tamazuca, Insurgencia e incluso la Calle de Pardo, además de los callejones Navío y Mandato, hoy se reduce al pequeño tramo comprendido entre la glorieta del Ángel de la Independencia y Banqueta Alta, donde se apretujan los puestos de todo tipo con los juegos mecánicos y los muchos transeúntes que la recorren, más ahora que es paso obligado para llegar al paradero de autobuses de la zona sur.
El miércoles corresponde a la empinada calle de Peñitas —o San Cristóbal—, mejor conocida como “La Bola”, misma que va desde la Plazuela de Los Ángeles hasta el Cerro del Gallo. La cercanía del Callejón del Beso y el turismo masivo que lo visita, junto a los guanajuatenses que concurren a la fiesta, provoca enormes tumultos. Sin embargo, la larga cuesta no desanima a los creyentes, que suben hasta la Capilla de la Santa Cruz y luego bajan, o bien se quedan a escuchar el conjunto musical, sea para bailar o solamente para mecerse al compás del ritmo.
El jueves, siguen Potrero y Calvario. Ya en pleno corazón citadino, ambos callejones, limpios y bien cuidados, sufrían años antes con la multitud de visitantes en tan estrechos espacios, pero en los últimos años el jolgorio se amplió a la calle Manuel Doblado, entre el Campanero y Sopeña, facilitando el recorrido de la gente, pero de cualquier manera el tránsito peatonal, de por sí intenso, aumenta hasta el punto de impedir cualquier intento de avanzar con rapidez.
Para el viernes, el festejo se traslada a Pastita. No comprende toda la calle, aunque inicia desde Embajadoras y la Calle de Puertecito, hasta la escuela secundaria “Presidente Benito Juárez”. Antiguamente, la Iluminación de ese lugar era famosa porque acostumbraba terminar en batallas campales donde las armas que se esgrimían eran largas cañas de azúcar. Hoy son otros tiempos y los pleitos son raros, pese a que no hay mucha restricción en el consumo de bebidas alcohólicas, puesto que los policías suelen limitarse a vigilar.
Cuando llega el sábado, los seguidores de la tradición se dirigen a las plazas del Baratillo y Mexiamora, así como a sus alrededores. Demasiado céntricos, ambos sitios bullen de movimiento. Es quizás, junto con la del Potrero, la festividad de este tipo que atrae a más turistas. Al ser fin de semana, se reúne una muchedumbre ruidosa y alegre. Asisten también extranjeros que han establecido su residencia en la ciudad, atraídos por la música y la comida típica.
Finalmente, la Virgen vuelve a casa el domingo. La última Iluminación se realiza en la Plaza de la Paz, ante la Basílica. Como ombligo de la ciudad, el espacio se sumerge en una actividad frenética. Igual que en los otros lugares y días, los niños se deleitan con golosinas, el chirriar de los comales anuncia las enchiladas y pambazos; de los carritos de comida se desprende el olor de la carne para tacos y quesadillas, y reluce el rosa de los algodones de azúcar.
En una ciudad orgullosa de sus muchas tradiciones, como Guanajuato, las Iluminaciones se suman a las numerosas festividades del último tercio del año. Pese a que el clima suele ser ya algo frío, el conglomerado humano manifiesta una calidez que abriga a quienes están dispuestos a ser partícipes de estos encuentros.