El Templo-Hospital de San José y Purísima
Concepción destaca en el antiguo mineral
Cuando se viaja de Guanajuato a Marfil, apenas al descender de la Presa de los Santos, sobre una cresta, da la bienvenida al conductor o al caminante una elegante torre de color rojo, localizada metros adelante del kiosco perteneciente al viejo mineral. Si se presenta la oportunidad de transitar por la noche, lo primero que se notará es el brillante azul de las luces que iluminan la cruz en lo alto de la iglesia.
Luego de que las inundaciones de siglos pasados obligaran a mudar el centro de gravedad del poblado, de las orillas del río a una zona más elevada, la vieja iglesia de San José y Señor Santiago fue abandonada. De esa manera, lo que era una sencilla ermita en la parte alta pasó a convertirse en flamante templo-hospital, mismo que desde entonces se erige como referente del alargado barrio, desplegado a ambos lados de lo que durante décadas fue la carretera a Silao, Irapuato y León, mucho antes de que existiera la vía alterna de las “curvas peligrosas”.
Ese inmueble religioso se localiza sobre la tradicional —y todavía empedrada— Calzada de Jalapita, construida en 1797 por Antonio de Obregón y Barrera, segundo conde de Valenciana. Sin embargo, cuando se terminó ese camino, el templo ya existía, pues fue concluido el 2 de diciembre de 1757, aunque sin el convento adjunto de frailes mercedarios que se proyectó inicialmente, del cual sólo se edificó un ala del claustro, levantada sobre austeras columnas cuadradas.
Se arriba al templo por cualquiera de los dos lados de Jalapita, mas también se puede ascender por la ancha, empinada y desgastada escalera que es continuación de una senda que comunicaba con el Camino Real, ahora cortada por la carretera, de tal modo que en nuestros días pocos suben por allí, no solo por el esfuerzo que representa, sino porque para hacerlo resulta menester atravesar la moderna pista en el breve lapso que el paso de los automóviles lo permite, riesgo aún mayor porque una curva impide tener óptima visibilidad tanto a peatones como a conductores.
Justo enfrente del templo, una fuente decora el espacio, pero sin una sola gota de agua. Desde ahí, al levantarse la vista, se puede admirar la barroca fachada de la iglesia, con su elevada espadaña y el par de campaniles, así como un reloj, colocado el 20 de marzo de 1874 por empeño del señor cura Antonio Pompa.
Una vez atravesada la reja de entrada, un amplio atrio recibe al visitante. A la izquierda, se presenta lo que debió ser el pasillo del fallido convento, actual sede de las dependencias clericales, mientras que a la derecha sobresale una rústica cruz formada por dos troncos, al parecer de madera de encino.
La nave, de planta latina, luce iluminada por grandes ventanas octogonales. Una serie de interesantes pinturas adornan las paredes, entre las que destaca una del bautizo de Cristo en el río Jordán, ubicada frente a la pila bautismal. El altar mayor, terminado en 1875, está dedicado a San José, padre de Jesús, con el Niño Dios en brazos. Encima, un nicho alberga la imagen de la Purísima Concepción.
Un detalle interesante es el atril, que luce como adorno un águila dorada, símbolo de la fuerza, el poder y la libertad de Dios. No faltan el coro, con su respectivo órgano, ni los confesionarios empotrados en la pared. Asimismo, resaltan las benditeras, o pilas de agua bendita, elaboradas en hermosa piedra rosa jaspeada en blanco y negro, que simulan conchas marinas. La parroquia cuenta, asimismo, con un pequeño panteón, oculto al público.
Además, cada año, durante la Semana Santa, se convierte en uno de los principales escenarios de las “Tres Caídas”, que se desarrollan a lo largo de la Calzada Jalapita, donde se muestran de tanto en tanto las placas que indican cada una de las 14 estaciones del ritual, el cual demuestra, sin lugar a dudas, la relevancia del Templo-Hospital para la vida cotidiana de los habitantes de Marfil y sus alrededores.