miércoles, enero 22, 2025
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ORGANILLEROS, ALMA MUSICAL DE LA CIUDAD

Aunque nació en Italia en el siglo XVIII, se perfeccionó en Alemania en el XIX, y en los albores del XX ya era ciudadano de naciones como Francia, España e Inglaterra, en los años 30 de mismo XX se aposentó en México gracias a don Pomposo Gaona, hijo del entonces director titular de la Orquesta Sinfónica de Guanajuato. Hablamos del organillo.

Ese genial personaje trajo al país alrededor de 250 de esos aparatos musicales, cuando Alemania dejó de fabricarlos debido a su activa participación en la II Guerra Mundial (1939-1945). De Guanajuato, los organilleros mexicanos se multiplicaron por diversas entidades del país, pero la Ciudad de México fue la principal receptora de esos aparatos.

Desde entonces, en la capital mexicana se deja escuchar a cualquier hora del día, todos los días de la semana especialmente en el perímetro del Centro Histórico, el sonido que los organilleros arrancan al arcaico aparato a base de hacer girar la manivela. Es una muy reconfortante mezcla de alegría y nostalgia, tristeza y esperanza, que alimenta el alma.

La música y la personalidad del organillero son parte del paisaje urbano de la gran ciudad. Algunos organilleros se visten como personajes de la temporada navideña. (Fotografías, Juan Carlos Castellanos)

Hombres y mujeres de mediana y avanzada edad, pulcramente uniformados, llevan a cabo su histórica labor de dar al transeúnte efímeros momentos de gozosa escucha. Los organilleros son pieza clave de la identidad de la Ciudad de México, son los alfiles de la cultura popular que parecen haber estado desde siempre en calles, plazas y jardines.

Para ellos, quienes salen al paso del peatón con el brazo extendido y su gorra en la mano para recibir una moneda de cooperación voluntaria como única retribución a su honesto trabajo, hacer sonar su organillo es más que un oficio, es una forma de vida que desde hace casi un siglo se hereda de padres a hijos y en los años recientes, a las hijas también.

Los organilleros son los custodios de la bonita tradición musical europea que se enraizó en México gracias a Don Pomposo. “Tocar el organillo es fácil, lo difícil es cargarlo”, dijo a equisgente Abel Rojas, organillero de abolengo, orgulloso de la supervivencia de su oficio. “La música digital es lo de hoy, pero el sonido del organillo es de siempre”.

Consecuentemente, la música de los organilleros es una mezcla ecléctica de tradición y modernidad, porque si bien le “cantan” al devenir artístico de la ciudad con temas de antaño, también elevan al aire las notas de temas modernos, como diversas obras de Juan Gabriel, cantautor mexicano, y otras baladas difundidas por cantantes contemporáneos.

Desdichadamente, a pesar de la gran importancia histórica, cultural y social que tienen los organilleros, muchos de ellos viven en situación precaria. Algunos sobreviven en la pobreza y su música es a menudo ignorada o despreciada por la sociedad. En la calle, muchísimas personas escuchan sus notas, pero muy pocos les dan una gratificación.

“Hay días buenos y días malos, como en cualquier otra actividad. Pero no nos damos por vencidos porque lo que hacemos es un aporte a la sociedad y a su fortalecimiento artístico y cultural; somos parte de la hermosa Ciudad de México y ésta es la parte que nos toca hacer para embellecerla y engrandecerla”, añadió emocionado Abel Rojas.

En esa perseverancia radica la esencia de los organilleros. Es en esa lucha diaria por sobrevivir y por mantener vivo el ritmo y la melodía de la ciudad. En una oportunidad, el escritor crítico y activista mexicano Carlos Monsiváis (1938-2010) señaló tajante: “Los organilleros son una parte de la identidad y de la memoria y del alma de la ciudad”.

La música de los organilleros de la Ciudad de México es un himno a la vida, un homenaje a la memoria de la ciudad. A pesar de no recibir el pago social que merecen, con la más positiva actitud posible, siguen cargando su instrumento de hasta 60 kilos de peso, siguen tocando, y siguen siendo parte insustituible del paisaje urbano de la Ciudad.

Todavía hace medio siglo, algunos organilleros se hacían acompañar en sus diarias faenas por monos amaestrados, educados y adiestrados para ser ellos mismos quienes pidieran y recolectaran las monedas del público generoso. Esa tradición nació en circos y calles de Alemania, Suiza y Francia, y en el siglo XIX llegó a Argentina, Chile y México.

Los organilleros viven de la aportación voluntaria de quienes los escuchan y valoran su trabajo. Al final de la jornada, se marchan con su carga de sueños y esperanzas, y con el deseo de que el nuevo día sea más afortunado para ellos. (Fotografías, Juan Carlos Castellanos)

¿Qué hay dentro de esas pesadas cajas llamadas organillos, que produce el sonido de México? Para que toque se hace girar la manivela externa, lo que generas una serie de movimientos mecánicos que crean notas musicales a través de varios tubos que están dentro. Así se obtiene una melodía cuya calidad de sonido depende de la del instrumento.

Existen dos agrupaciones de organilleros. En 1975 se fundó la Unión de Organilleros del Distrito Federal y la República Mexicana, integrada por 120 miembros cuyo principal distintivo es su uniforme y gorra color caqui que evoca a “Los Dorados”, ejército de Pancho Villa durante la Revolución. La otra es la Unión Libre, que usa uniformes de color gris.

Hoy en día no hay más de medio millar de organilleros en el país, sin embargo, los descendientes de don Pomposo Gaona conservan alrededor de una docena de organillos que rentan, alquilan y prestan para que personas los trabajen, lleven serenata o amenicen una fiesta. El legado artístico y cultural de ese guanajuatense tiene larga vida por delante.

Juan Carlos Castellanos
Juan Carlos Castellanos
Juan Carlos Castellanos C., es periodista con más de 40 años de experiencia en temas culturales. Entre otros muchos, ha merecido el Premio Internacional de Periodismo “Ludwig Von Mises” de las Naciones Unidas y su labor como reportero ha sido antologada en diversos libros y revistas.
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