lunes, enero 20, 2025
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LA PANORÁMICA Y SU RAZÓN DE SER – I

Concebida como vía escénica sin igual,

conserva apenas vestigios de esplendor

Ruta del tramo reseñado.

Entre finales de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado, el gobierno estatal de Guanajuato planeó llevar a cabo una obra vial de amplio alcance que permitiera mostrar, desde diversos puntos situados en las alturas, la singular belleza de la ciudad capital. Así surgió la Carretera Panorámica (inicialmente en singular, después merecedora de nombre propio en plural), ambicioso trayecto de 22 kilómetros que circunvalaba, en varios tramos, lo que entonces era el área urbana.

A lo largo de dicha ruta, se construyeron asimismo una serie de miradores que permitían al visitante detenerse a admirar distintas zonas del viejo Real de Minas. También se instalaron, de un extremo a otro, cientos de postes de alumbrado público que, por las noches, presentaban un magnífico espectáculo luminoso que rodeaba las curvas de cada colina y cada recodo del camino.

Aspecto del primer segmento de la Carretera Panorámica.

La vialidad permitió igualmente acceder con seguridad a los parajes del entorno inmediato: risueños arroyos, verdes cañadas, ruinas históricas, antiguas minas. Pero también dio paso a un auge constructivo imparable, que obstruyó paulatinamente la visibilidad, ocupó la mayoría de las áreas silvestres contiguas y ha convertido en calle lo que en principio era vía escénica. Con pocas excepciones, la mayor parte de la carretera ha sido urbanizada… aunque algo queda.

De subida al Pípila

Cuando era niño, recuerdo que, año con año, solía organizarse una carrera atlética de ida y vuelta al Pípila, cuyo punto de partida era el pebetero situado en la plaza Miguel Hidalgo —también llamada “de las Ranas”—, donde los participantes encendían una antorcha que portaban a lo largo del recorrido. Desde los Pastitos, se veía a los esforzados corredores trepar la cuesta que va de la colonia Municipio Libre al Cerro del Gallo, con su tea prendida, a semejanza de un gusanito de luz en movimiento, espectáculo que maravillaba por igual a infantes y adultos.

La ruta inicia en el viejo puente del Camino Real.

Hoy, presenciar tal escena sería imposible. El cúmulo de inmuebles levantados en la ladera de los barrios de Atarjea, Libertad y San Cayetano lo impediría. Sin embargo, ese tramo inicial de la Panorámica mantiene cierto interés: inicia en la simbólica glorieta de los mineros, cruza el puente de lo que fue el Camino Real y pasa junto al campo de futbol Nieto Piña, donde el rey Pelé y su séquito dieron muestras de su maestría, antes de ganar el Mundial de 1970.

Rocas y vegetación asoman entre las construcciones.

Desde ese legendario escenario deportivo, la arteria trepa hasta el Cerro del Gallo. Como bienvenida a ese punto, se levanta a la derecha un inmueble profusamente decorado con una figura de hierro del Pípila, una calavera, un fantasma, una calabaza de Halloween, numerosas macetas de todos tamaños y originales jardineras desde las que se levantan rectos cactus con sombreros y redondos ojos que miran con asombro a los transeúntes.

A lo largo de ese segmento, son muy pocos los sitios desde donde puede verse algo de la mancha urbana. Aún así, el paisaje muestra las zonas de la ex estación del ferrocarril y el panteón de Santa Paula. Tristemente, los Pastitos y la Plaza de las Ranas, con sus figuras de batracios formadas en el suelo con piedras de colores, apenas pueden entreverse por algún resquicio. O sea, ya de inicio la razón de ser de la Panorámica se ve truncada.

Inmueble profusamente decorado y dos detalles del mismo.

El Cerro del Gallo, otrora un agreste paraje y lugar de partida al centro de la ciudad por el Callejón de Peñitas, desde hace rato se ha vuelto barrio popular. Las viviendas han cruzado la ruta y ocupado la casi totalidad de la colina, así que apenas quedan espacios aún cubiertos por la vegetación original. Hasta hace poco conocido como vecindario conflictivo, la construcción de una caseta de policía y el creciente tráfico vehicular han permitido que retorne la normalidad en la convivencia cotidiana.

La Panorámica continúa aún empedrada. A la izquierda, las edificaciones impiden casi cualquier posibilidad escénica. El derecho de vía de al menos 10 metros abajo de la carretera, donde teóricamente no se debe construir, solo ha sido respetado en ese sector por un propietario, que acertadamente planeó un acceso a su inmueble mediante una rampa elegantemente diseñada. Ni siquiera lo que fue la disco ochentera “El Pequeño Juan”, ubicada en esa área, acató nunca la norma.

El Cerro del Gallo.

En la margen derecha, un espacio más o menos amplio aparece cubierto de espesa maraña vegetal, alrededor de los antiguos filtros del agua potable, sobre el Cerro de San Miguel, que aún funcionan y distribuyen el vital líquido al centro histórico. En la misma zona está el primer mirador, íntegro pero descuidado. Sombreado por un ancestral pirul, suele estar lleno de basura y requiere mantenimiento urgente, pero aún cumple su función de balcón hacia el casco urbano. Desde allí, descienden los callejones que llevan los originales nombres de Cuesta China y Sebastopol.

Una palma sirve de división al camino junto a los filtros de agua potable. A poco de andar, el primer y casi abandonado mirador.

Los últimos metros de ese tramo llevan al Pípila. Una vez más, la obstrucción de la vista a Cuévano es continua, hasta el monumento. La mole del héroe de Granaditas domina el caótico espacio alrededor del principal mirador citadino: decenas de camionetas de turismo, locales de artesanías, vendedores de todo tipo de souvenirs, numerosos guías y cientos de visitantes abarrotan día a día lo que es uno de los principales atractivos guanajuatenses. La espectacular y céntrica vista, con el imponente edificio de la Universidad, la Plaza de la Paz, la Basílica, el Jardín de la Unión y el Teatro Juárez, arroba a propios y extraños.

En el monumento dedicado al Pípila termina el empedrado.

Ni allí se ha detenido el avance urbano. Nuevos inmuebles, un par de hoteles, un estacionamiento y las instalaciones del funicular impiden que la mirada vague sin obstáculos, aunque es verdad que desde allí pueden apreciarse, además de las obras humanas, legendarias montañas que dan identidad a la cañada: Sirena, el Meco, Chichíndaro y, en la lejanía, las manchas obscuras de la Sierra de Santa Rosa. Algo queda, pues, de la intención original.

Aquí nos detendremos por ahora. En próximas entregas, continuaremos nuestro periplo a lo largo de toda la extensión de una carretera que, con todo y sus modificaciones y contrastes, forma parte esencial, desde su inauguración, del alma y la geografía guanajuatenses.

La espectacular vista desde el mirador del Pípila.
Benjamin Segoviano
Benjamin Segoviano
Maestro de profesión, periodista de afición y vagabundo irredento. Lector compulsivo, que hace de la música popular un motivo de vida y tema de análisis, gusto del futbol, la cerveza, una buena plática y la noche, con nubes, luna o estrellas. Me atraen las ciudades, pueblos y paisajes de este complejo país, y considero que viajar por sus caminos es una experiencia formidable.
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