A mediados del siglo XX la euforia mundial por los rascacielos representaba un símbolo de poder económico y fortaleza social. Ingenieros, arquitectos, urbanistas y otros genios de la construcción se reunían en largas sesiones de trabajo para idear, a través de una lluvia de ideas, dónde, cómo y con qué recursos construir uno que superara al anterior.
México no se quedó al margen. En 1949 se iniciaron los trabajos de construcción de la Torre Latinoamericana, primer rascacielos de la Ciudad de México, cuyo diseño estaba profundamente inspirado en el Empire State Building de Nueva York. Los periódicos, la radio, y la televisión anunciaban que la capital del país dejaría atrás “el provincianismo”.
Con 25 mil toneladas de peso, 182 metros de altura y 44 pisos, la Torre Latinoamericana fue inaugurada el 30 de abril de 1956 como el primer rascacielos donde se utilizó vidrio y aluminio, y en gran medida, su fortaleza se debe a la estructura de acero que fue traída de Houston, Texas; esta torre es un ícono no sólo para una ciudad, sino para toda la nación.
Hasta hoy, ya resistió tres fuertes terremotos: el primero fue el domingo 28 de julio de 1957 a las 2:40 horas, cuando un iracundo sismo de 7.7 grados (El Servicio Geológico de los Estados Unidos lo registró de magnitud 7.9) sacudió a gran parte del país e incluso provocó que el Ángel de la Independencia se despegara de su columna y cayera al piso.
Ese movimiento telúrico, conocido también como “El terremoto del Ángel”, puso a prueba los 45 amortiguadores sísmicos con los que cuenta la Torre Latinoamericana. Por eso, ese mismo año se le otorgó el premio del American Institute of Steel Construction, por ser el edificio más alto que jamás había sido expuesto a tan enorme fuerza sísmica.
El rascacielos quedó intacto, en tanto que para Porfirio Callejas, quien era un empleado de mantenimiento y en el preciso instante del temblor se encontraba pintando la antena de la torre, fue una experiencia increíble: le tocó vivir el terremoto desde el punto más alto de la Ciudad de México, aferrado a la antena que se movía amenazante de un lado a otro.
El segundo fue el 19 de septiembre de 1985 a las 7:19 horas. La Ciudad de México fue sacudida por un sismo de 8.1 en la escala de Richter, con duración de 90 segundos. En esa ocasión y pese a la caída de numerosos edificios públicos y privados, la Torre Latinoamericana volvió a ser mudo testigo de la tragedia que enlutó casi 20 mil hogares.
Por último, soportó de pie el sismo del 19 de septiembre de 2017, a las 13:14 horas y magnitud de 7.1 grados en la escala Richter. El epicentro se ubicó entre los estados de Puebla y Morelos, la duración fue de más de 90 segundos. Miles de personas estaban en los pisos y miradores de la torre, y petrificados soportaron la oscilación del rascacielos.
Funcional y hermosa como obra de ingeniería, la Torre Latinoamericana es considerada uno de los rascacielos más seguros del mundo en la que actualmente laboran cerca de dos mil personas. Tan atractiva es, que cada año recibe a más de medio millón de personas, en su mayoría turistas, que van a disfrutar de la vista en el mirador ubicado en el piso 41.
Calificado como el edificio más alto de toda América Latina hasta 1972, la esbelta torre está dotada de una cimentación catalogada en la década de los 50 como un hito de la ingeniería mexicana, y de acuerdo con los expertos, incluso hoy puede resistir un sismo de nueve y hasta 10 grados Richter sin riesgo de desplomarse o sufrir daños severos.
Aunque la Torre Latinoamericana es una proeza de la ingeniería mexicana que se debe considerar en contexto de la época en que fue construida, en la actualidad levantar un rascacielos similar o de mayor altura ya no es novedad. Ejemplo de lo anterior es la cantidad de enormes edificios que hoy en día se erigen en distintos puntos de la capital.
Ciertamente, fue el edificio más alto de la Ciudad de México desde su construcción en 1956 hasta 1972. Ahora es el sexto edificio más alto de la ciudad y el décimo a nivel nacional. Hoy, el más alto es la Torre Mítikah. Mide 267.3 metros y 68 pisos sobre una superficie de 4 mil 799 metros cuadrados. Lideró la obra el arquitecto César Pelli.
El segundo lugar lo ocupa la Torre Reforma que luce sus 246 metros de altura sobre la avenida del mismo nombre. La construcción empezó en 2008 y finalizó en 2016 y entre sus logros destaca haber sido enlistada entre “los 50 rascacielos más influyentes del mundo en los últimos 50 años”, por el Council on Tall Buildings and Urban Habitat.
Le sigue la torre Chapultepec Uno que mide 241.6 metros de altura y tiene 58 pisos. También se encuentra sobre el Paseo de la Reforma. Su tecnología brinda seguridad y tranquilidad a sus visitantes y residentes, además de las espléndidas vistas que ofrece desde la altura. El bosque, lago y castillo de Chapultepec parecen una postal desde allí.
La Torre BBVA tiene el cuarto lugar con 235 metros de altura. También se ubica en la avenida Paseo de la Reforma y su colosal estructura aloja las oficinas corporativas de uno de los bancos más poderosos en México y otras naciones del mundo. Sus 50 pisos se iluminan todas las noches con patrones que proyectan formas e imágenes ultra modernas.
El quinto escaño lo tiene la Torre Mayor, de 225 metros de altura, 55 pisos que suman 140 mil metros cuadrados para albergar oficinas de clase mundial, y cuatro sótanos para estacionamiento que pueden recibir hasta 2,200 vehículos. Su construcción inició en 1997 y hasta la 2015 fue el edificio más alto, y ejemplo de la arquitectura innovadora mexicana.