Guanajuato capital es una ciudad que sin duda inspira, conecta y despierta el lado sensible que todos poseemos. En estas calles adoquinadas, llenas de misterio y alegría, hay muchos pasos que convergen, se entrelazan y se quedan.
Así le sucedió a Daniel Medina, quien, desde pequeño, aunque no conocía Guanajuato, tenía el sueño de estar aquí. Y, ya adolescente, cuando su lado artístico afloró y se dedicaba a pintar, el sueño de hacerlo en Guanajuato se volvió más claro. Hoy, los fines de semana, de 5 de la tarde a 10 de la noche, es posible encontrarlo en la Calle de Sopeña, sentado silenciosamente junto a la joyería de alambre envuelto que elabora, y a la que le da un toque mágico con las piedras y los cuarzos con los que la adereza.
Daniel Isaías Medina Martínez se describe como una herramienta del espíritu creativo. “Crear es intentar sanarme y también ofrecer sanación a los demás. Eso es la artesanía: un arte que sana. Vine a este mundo a compartir lo que veo y siento, mi sabiduría, aunque pequeña, puede aportar algo a los demás. Soy un poco complicado de describir”, reflexiona.
Su camino como artesano comenzó con una decisión audaz: aprender por su cuenta, sin la guía de una universidad. “Siempre estuve rodeado de piedras. Mi abuelo trabajó el mármol, la cantera y otras, pero nunca hubo un artesano joyero en mi familia. Tal vez la naturaleza me eligió para trabajar con cuarzos. Desde niño sentía aprecio por la piedra más simple que pudiera encontrar en el camino. Una gran ventaja también es que a mis espaldas no llevo el peso de piedras enormes.”
Daniel descubrió la técnica del wire wrapped, un arte que consiste en entrelazar alambres de diferentes grosores para formar figuras. Con el tiempo perfeccionó su técnica y profundizó en los secretos de los metales y las piedras. “Este camino me ha brindado muchas oportunidades”, asegura.
Daniel vivía en León con su pareja, Mayra, ambos son artesanos: “Todo se fue dando muy rápido. Cuando Mayra y yo vendíamos en León decidimos venir acá y fue como empezamos a relacionarnos con personas de Guanajuato. Incluso nos llegaron a dar estancia gratis. Pasé un año aquí entre cuatro paredes estudiando y perfeccionándome, llevando a cabo un intenso periodo de aprendizaje. De una forma simbólica Guanajuato ha sido nuestra universidad, una propia”.
Aunque comenzó pintando, la joyería lo llevó a un espacio de conexión más profundo con su entorno y con su pareja, Mayra. Juntos decidieron mudarse a Guanajuato, donde vivieron un intenso periodo de aprendizaje. “De manera simbólica, esta ciudad ha sido nuestra universidad. Guanajuato nos dio el espacio y las experiencias para desarrollar nuestras habilidades.”
“Tuve la oportunidad de estar como un mes con los pintores que se ponen enfrente del Teatro Juárez y realmente creo que no lo logré. Tal vez estoy destinado a pintar para mi deleite y no para la venta. Aquí es un buen lugar por el aprecio que tienen los extranjeros y locales por la artesanía. Y al mismo tiempo me gusta mucho, es montañoso, me gusta mucho el frío, me gusta este sitio, es muy bello. Me ha llenado de mucha inspiración ver este paisaje, me motiva enormemente esta cuevita en la que estamos atrapados pero que disfrutamos porque la queremos mucho y nos da el sustento”.
Daniel recuerda el proceso como un despertar: “Cuando dominé la técnica, salí al mundo. Viví cosas buenas y malas, las dos las agradezco, pues ambas me han enseñado a reconocer mis límites y superarlos. Este arte me ha dado consuelo y fuerza para enfrentar las peores situaciones. Me ha dado enseñanzas invaluables. Cada pieza que creo implica mover las manos y masajear mi creatividad, es un proceso de sanación propio, que al mismo tiempo cuenta una historia.”
La naturaleza es su musa: los árboles, las montañas, el sol y la luna. “Desde que trabajo con cristales, siento una conexión más fuerte con ellos. Mi parte femenina crea; mi parte masculina lo lleva a cabo. Es una forma de equilibrar mis polos. También me inspiran las formas de la herrería en las ventanas y las iglesias de la ciudad. Todo lo que me rodea tiene un simbolismo que se fusiona con mi esencia. En ocasiones, al observar las piezas me doy cuenta de que tienen la energía de una persona, rasgos o simbolismos que podrían describir a alguien.”
Los alambres se rinden entre sus manos hábiles y expertas. A medida que van cobrando forma empiezan a contar historias dormidas y a absorber la emoción de ese instante en el que están naciendo a la vida para que todo quede perpetuado en forma de aretes, de un dije o una pulsera.
Tanta imaginación y creatividad serían imposibles sin la pasión y la certeza de que se está ejerciendo ese don con el que se ha nacido, y que irradia luz con mayor fuerza cuando se tiene a alguien más al lado, compartiendo y acompañando el camino.
En su vida, como en su labor, Mayra es su mayor inspiración. “Ver como con el tiempo se ha transformado, y día con día va evolucionando me llena de gozo. Ella es mi maestra, me ha mostrado muchos panoramas. Me ha enseñado historia, una materia que jamás pude entender en la escuela, pero que a través de Mayra es sumamente interesante, estoy conociendo al fin la historia de mi país. Juntos evolucionamos. Es una unión que llena de inspiración mi alma.”
Los obstáculos han sido numerosos: materiales difíciles de conseguir, falsas piedras, lugares de renta inhóspitos. Pero el mayor reto fue enfrentarse a sí mismo. “El primer obstáculo que he tenido que enfrentar soy yo mismo. Al principio no sabía hacia dónde iba, pero aprendí a confiar en mi intuición y a dejarme llevar por el proceso creativo.”
Guanajuato, con sus adoquines y montañas, se ha convertido en un refugio para Daniel, un lugar donde sus sueños de niño y su esencia como creador se entrelazan como los alambres de sus joyas. Cada pieza que elabora lleva consigo un fragmento de su historia, un pedazo de la ciudad que lo vio crecer como artista. Y así, entre la luz de la luna y el calor del sol, Daniel Medina sigue trenzando sueños en alambre, dejando huella en cada paso que da.