¿Y qué hombre no llorara, si a la Madre contemplara de Cristo, en tanto dolor?
Y ¿quién no se entristeciera, Madre piadosa, si os viera sujeta a tanto rigor?
Estar en Guanajuato nunca es casualidad, es destino. Betsabeé Romero lo sabe muy bien porque lo vivió, y ahora regresa para tocar nuestra sensibilidad más profunda con lo que mejor sabe hacer, porque no sólo crea arte, lo consagra.
“Estudié primero Comunicación, y justamente los medios masivos, los influencers y la velocidad con la que hay que comunicarse ahora no me hacía sentir cómoda. Habiendo tenido una formación en arte desde muy pequeña, la que agradezco hasta la fecha, comprendí desde chavita, pero sin saber que me iba a poder dedicar a esto, que lo que mejor había entendido de historia lo había entendido a través de una novela o de una sinfonía. Las lágrimas más sublimes y profundas acerca de una cuestión histórica que yo realmente sentí fue a través de una película de arte o un libro. El hecho de poder comunicar, investigar y devolver el conocimiento a través de imágenes fue muy importante. Y eso se dio hasta que terminé la universidad. Trabajé mucho en investigación, pero después hice Bellas Artes en París y supe que ahí era”.
Betsabeé vive en la Ciudad de México. Desde hace más de dos décadas su obra ha sabido conjugar la estética con la urgencia social, mediante un lenguaje visual que dialoga con la historia, los símbolos cotidianos y la memoria colectiva. Hoy, su presencia en Guanajuato marca un punto de encuentro entre tradición y contemporaneidad, entre duelo y resistencia.

“El origen de mis referencias con esta grata visión de los altares a la Dolorosa fue durante una visita aquí; se despertó en mí una enorme curiosidad y empecé a investigar hace muchísimos años cómo era, de dónde se origina y qué significaba cada elemento. Para mí es un honor estar hoy aquí, presentando al fin esta intervención”.
Desde hace 20 años se ha dedicado y especializado en resignificar símbolos y ritos cotidianos del consumismo, así como problemáticas del arte público, popular y los conflictos sociales más urgentes: migración, roles de género, mestizaje. Con Tras las huellas de sus lágrimas, instalación inaugurada el viernes 9 de abril en el Museo Conde Rul, Romero dirige su mirada sensible hacia las madres buscadoras, marcando un punto de encuentro entre el arte, la devoción y la resistencia social.
“Me parece fascinante, enriquecedor, y sobre todo me siento privilegiada de participar en tradiciones que están vivas. No es que retomé la artesanía o a un artesano per se, sino que más bien trabajo para una fecha como se trabaja en las ceremonias para un santo, para una iglesia, para la festividad de un pueblo. Para eso se hacen las cosas, no para el turismo o con el objetivo de vender. Hay que tener una finalidad y búsquedas que van más allá del mercado”.
“Gracias a la cultura todavía existen tradiciones que tienen que ver con el acompañamiento de duelos. Me hace sentir incluso un poquito útil, porque el arte ya no sirve para gran cosa, pero el hecho de que uno pueda ser más que una voz, un ejemplo de gratitud a una cultura que nos ha apoyado a compartir la memoria, los duelos, y que eso nos una como familias, comunidades y personas, es un gran privilegio”.
Tras las huellas de sus lágrimas ocupa el patio central del Museo Conde Rul. La primera impresión del altar es de admiración. No está la imagen de la Dolorosa en el centro, y sin embargo se encuentra en todas partes. Está en las fotografías de las madres buscadoras, dispersas por todo el altar circular cuyo papel picado ondea con el viento. Está en los corazones de latón, en las esferas de cristal con agua de colores, en los borregos con incipiente “pelo verde” germinando, en la cerería, en los aromas. Los mensajes de apoyo escritos por los visitantes colgados de los listones nos invitan a mirar más allá: las esferas se transforman en lágrimas suspendidas, las fotos en rostros entrañables. Y de pronto, cada mujer que observa se reconoce. Podría ser su foto. Su corazón se encoge. Sus hijos la esperan en casa.
“Los altares son ese tejido fino que nos conforma íntima y culturalmente. A través de ellos aprendemos quiénes éramos, de dónde veníamos y lo que no debemos olvidar. Aprendemos el valor de celebrar y de relacionar todo con recuerdos. Eso es la generosidad de una cultura hecha de ritos que nacen, crecen y se reproducen en comunidad y por generaciones, al hacerlos renacer cada año en nuestras casas”.

El altar fue construido con artesanías elaboradas por manos sanmiguelenses, purimenses y salmantinas. La artista buscó a los artesanos locales para colaborar en los elementos que había diseñado. No es solo una obra visual: es una acción colaborativa, útil, profundamente significativa. Una forma de preservar lo que se está perdiendo.
“Los saberes de los artesanos son mestizos”. Y el mestizaje, tan presente en su obra, encuentra aquí una de sus más bellas manifestaciones. Utiliza neumáticos como símbolo de movilidad y mezcla de materiales, y con ellos están armados los distintos niveles del altar.
“He entendido que las instalaciones que me interesan aún ahora son aquellas en las que cada color, cada objeto, cada forma tiene un ritmo, cadencia, acentos y silencios muy planeados, con mucho significado. Aquellas que se componen de símbolos e historias que se cuentan desde el espacio, desde la luz, desde su altura, de los niveles que debe de tener, desde los recovecos a donde nos llevan. Instalaciones en donde todo tiene motivo e intenciones ancestrales. Desde mi práctica, la más importante de ver y de replicar es el altar a la Virgen de Dolores porque junto con el altar del Día de Muertos son las dos tradiciones activas, los dos dispositivos culturales vivos más importantes para el acompañamiento de duelos que yo conozco en el mundo”.
“Los altares contienen técnicas, materiales y momentos específicos que buscan el acompañamiento de duelos. Nos muestran lo pequeños que somos frente al dolor cuando estamos solos, y lo importante que puede ser acompañarse y compartir estos altares hermosos y profundos que he conocido a través de las tradiciones de estados como Guanajuato”.
Y qué mayor soledad puede haber que la de una madre a la que le han arrebatado un hijo o una hija. Una madre que no tiene ni siquiera el consuelo de una sepultura, porque desconoce si su ser querido está vivo o muerto. Una madre que reza al aire, que busca señales en la tierra. Y esas lágrimas, endurecidas por la incertidumbre, esperan una sola cosa: certeza.
“El altar se trata de flores y aromas que adormecen tenuemente. Se trata de brillos, vidrios, y ceras que se mueven. De agua colorida y naranjas ácidas que tendrán que madurar. Todo para entendernos en ese simbólico intento de acompañar un enorme duelo. Trabajando corazones y velas encendidas para dedicarles un consuelo a estas heroicas madres”.
Las madres buscadoras son lo más digno que tenemos. Y también, lo más doloroso. Son la herida abierta de un país que no supo protegerlas. Que avanza gracias a ellas. Paso a paso, con el corazón desgarrado y la fuerza de quien no se rinde.

“Un altar a la Virgen de Dolores refleja que la pena por perder a un hijo está aquí y ahora. Aromáticas hierbas, hojalatas moldeables pintadas a mano, para reflejar el dolor de las madres buscadoras. Para dedicárselos a ellas con toda su energía y su resistencia. Para acompañarlas en la necesidad de recordar. Para no permitir que la ignorancia, la ignominia y la indiferencia las sepulten también”.
“Acompañarnos en duelos tan profundos y dolorosos creo que puede ser un alivio, y cuando son a través del arte, pueden dar asilo a tantas lágrimas. Que su fuerza y valentía nos acompañarán de regreso. Que su resistencia inunde nuestras ganas y demuela los miedos de guardar silencio. Y que recordemos, una a una, todas esas lágrimas”.
En cada flor, cada vela, cada papel picado, Betsabeé Romero honra una memoria que no se resigna al olvido. Con sus altares, sus instalaciones y su mirada lúcida, nos recuerda que el arte puede ser consuelo, resistencia y semilla.
“Regar con su memoria para hacerlos germinar y cultivar su siembra.“
La instalación de Betsabeé Romero se encuentra en el patio central del Museo Conde Rul, Plaza de la Paz #75, Guanajuato Capital.