Durante 30 años, Isabel Cristina Ortiz fue sinónimo de vocación docente. Su nombre evocaba salones de clases, niños aprendiendo a leer, madres agradecidas, generaciones enteras marcadas por su paso. Su entrega le valió reconocimiento, pero lo que hace verdaderamente especial su historia no es solo lo que dio a la educación, sino el giro que decidió dar al jubilarse: lejos de retirarse, Isabel eligió honrar una promesa pendiente con ella misma y reencontrarse con un sueño de infancia que había quedado en pausa.
Pero, ¿Quién es Isabel? “Soy una persona que ha tenido la fortuna de tener en su camino innumerables maestros que le han enseñado a valorar la vida, a captar el aprendizaje que cada experiencia nos ofrece, y que ha elegido buscar el tesoro oculto detrás de cada vivencia. Cuando digo maestros no me refiero a la imagen común de alguien que nos comparte sus saberes sobre algún conocimiento, me refiero a los maestros de vida: aquel que se burló de ti, que te despreció, te insultó. O aquel que te escuchó, te consoló, te acompañó. Todas las personas que se cruzan en nuestro camino son, finalmente, maestros de vida, y está en nosotros crecer con ese aprendizaje o vivirlo con el victimismo”.

Isabel Cristina es una persona que eligió crecer, aprender, y que sigue en ese camino.
“Desde niña sentí inclinación por la medicina. No sabía con claridad si quería ser doctora, psicóloga o enfermera; solo sentía el impulso profundo de ayudar a otros a sanar”. En vez de seguir ese camino, la vida la llevó al magisterio, donde descubrió que también podía acompañar, orientar y aliviar desde otros lugares. “Aunque no era medicina formal, el aula también me permitió practicar la escucha, contener, observar. Y eso también es sanar”.
A los 55 años, tras jubilarse, Isabel retomó esa vocación primera. Se tituló como licenciada en Psicología por la UNAM y desde ahí emprendió una búsqueda personal e intelectual que la llevó más allá de la academia: la física cuántica, la epigenética, las memorias del inconsciente, las heridas heredadas.
Fue en ese camino que encontró La Nueva Terapia (LNT), también conocida como método Schwiderski, que trabaja con el cuerpo energético y se basa en dos principios clave: la tensión (o conflicto acumulado) y la intención (el deseo real de sanar).
“La Nueva Terapia, conocida también por sus siglas LNT o método Schwiderski, en honor a su creador Philippe Schwiderski, llega a mi camino de vida cuando me hago consciente del cúmulo de enfermedades físicas que voy arrastrando. Hoy sabemos que el origen de una enfermedad física tiene un trasfondo emocional. En este sentido, Schwiderski señala que lo que más afecta a nuestra salud es la cantidad y la fuerza de los traumas emocionales y kármicos que hemos vivido a lo largo de nuestra vida. O que hemos heredado de nuestros ancestros”.
“El cuerpo grita lo que el alma calla”, dice. Otra ventaja valiosa que encontró es que la práctica de LNT no requiere contacto físico; es la intención —alineada con una energía amorosa e inteligente llamada “la fuente”.
Después de experimentar sus beneficios, Isabel comenzó a compartir la terapia con otras personas. Pero no fue hasta que la aplicó con animales que algo dentro de ella cambió para siempre. “Ellos no cuestionan, no se bloquean con la mente. Se entregan. Por eso la energía fluye con mayor claridad”, explica. La conexión fue tan profunda que decidió enfocar su práctica, con mayor dedicación, a acompañar procesos de sanación en seres no humanos.
Según la escala de Bovis —una herramienta para medir la frecuencia vibratoria de los seres vivos—, algunos animales como los caballos o los delfines vibran incluso más alto que los humanos. Para Isabel, eso los convierte en receptores naturales de este tipo de terapias. “A diferencia nuestra, ellos no dudan. No cargan con ego. Solo sienten. Y sanar, al final, también es confiar”.
Hoy, Isabel atiende tanto a personas como a animales, en procesos que van desde aliviar el dolor físico hasta acompañar duelos, facilitar transiciones o reconectar con el propósito de vida.
“Un caso que me marcó especialmente al aplicar esta terapia es el de una mujer que me consulta por tener baja autoestima y problemas con su pareja donde permite el maltrato psicológico y trabajamos entonces para aumentar su autoestima. A partir del tratamiento es cuando ella decide ejercer acciones concretas como es buscar realizarse por ella misma, dejar de depender de su pareja y emanciparse. Es un problema que atravesó por varios años, pero siempre tenía el miedo de no ser lo suficiente como para valerse por ella misma. Hoy, ese ya es un tema superado”.

“Con respecto a los animales el que más recuerdo es el caso de una perrita que estaba desahuciada por los médicos porque tenía varios tumores y se pidió para ella la sanación total, cuando pides la sanación total a la fuente, si vas a morir, te ayuda a realizar el tránsito con toda la paz y la calma del mundo. Y si no vas a morir te ayuda a sanar. Esta perrita todavía vivió varios meses, pero con más vitalidad, con menor sufrimiento, hasta que llegó su tiempo. Murió tranquila, en calma, sin dolor.
El mayor obstáculo, dice, es el escepticismo. “A veces la gente mejora, pero no lo atribuye a la terapia. Y está bien. Cada quien llega a estas comprensiones a su tiempo. Yo sólo siembro la posibilidad”.
Desde las aulas hasta el alma, de la palabra hablada al silencio intuitivo de los animales, Isabel Cristina no solo acompaña procesos de sanación; ella misma es testimonio de que nunca es tarde para volver al origen y sanar desde ahí. Sigue aprendiendo, canalizando, confiando. Y abre las puertas a quienes deseen mirar más allá de lo visible, para recordar que no somos solo cuerpo, y que sanar —a veces— es tan simple como permitir que la energía vuelva a fluir.