Parte 1: vocación docente entre mártires mineros
Autodefinido como socialista, profesor normalista y sindicalista por los derechos del gremio reporteril, profesor que formó a las primeras generaciones de periodistas universitarios. Fue Arturo González González.
El pasado 28 de marzo se cumplieron 25 años de su partida. No hubo homenajes, pero está presente en el recuerdo de quienes fueron sus alumnos y sus amigos. Fue un hombre de dos vocaciones y en este texto se le rinde homenaje por el cuarto de siglo de su ausencia física, por su quehacer como educador y como líder y constructor moral y profesional de periodistas.
Nació en la ciudad de Guanajuato el 1 de septiembre de 1919, hijo de Arturo González Venegas, mecánico de una empresa minera; y María Trinidad González Cano, maestra de escuela que dejó la profesión por el hogar para cuidar y educar a sus cinco hijos.

Fue María Trinidad la que enseñó a Arturo a leer y escribir a edad muy temprana. Ella le pedía que leyera en silencio un cuento y luego le hacía preguntas sobre el argumento. A los cuatro años de edad, Arturito podía narrar los temas de cuentos, fábulas y hechos históricos.
Arturo González ingresó al Jardín de Niños “Colegio Juárez”, que se encontraba en un edificio cerca del Jardín de El Cantador. A los seis años ingresó a primaria en la Escuela Federal tipo “Luis González Obregón”, primer plantel del sistema federal que se abrió en la ciudad. Fue alumno de María de Jesús Castorena y María Sánchez, dos reconocidas docentes de la ciudad.
Angelina, una de las hermanas de Arturo, se casó con Alejandro, un joven veracruzano, chofer en una de las compañías mineras guanajuatenses, y se fueron a vivir a la ciudad de México, pero se llevaron al niño para que estudiara en la capital, donde estuvo hasta el cuarto año. La pareja se fue a vivir a Veracruz y regresaron a Arturito a Guanajuato, donde terminó su educación primaria en Escuela Tipo “Luis González Obregón”.
Arturo González era adolescente cuando comenzó el movimiento sindical en las compañías mineras. Los trabajadores de las minas guanajuatenses, dirigidos por los líderes Filiberto Rubalcaba y J. Buenaventura Lara, enviados por el Comité Nacional del Sindicato del gremio, realizaban sus reuniones por las tardes en las canchas deportivas de la Escuela Tipo.
El chamaco acompañó a su padre a esas reuniones. Los trabajadores lograron la firma de un contrato colectivo con la compañía de “Pastita”, en el que se establecía la concesión de una beca para un hijo de los sindicalizados. Arturo concursó y ganó la beca. Eligió estudiar en la Escuela Nacional de Maestros, en la ciudad de México, y cumplir uno de sus anhelos: ser profesor.
Cuando Arturo vivió con su hermana Angelina, el esposo de ella había despertado en él una vocación periodística: lo ponía a leer el periódico Excélsior y luego a copiar noticias y artículos para de esa manera mejorar su ortografía. La semilla estaba sembrada.
Fue por eso que, en su calidad de normalista, con otros compañeros de estudio, Arturo fundó un periódico que titularon Renovación, donde escribió artículos sobre sindicalismo y movimiento obrero, formación de cooperativas, desarrollo rural y, sobre todo, del tema que le apasionaba: el socialismo.
Mientras estudiaba en la capital, en Guanajuato aumentaban los conflictos obrero-patronales en las minas, que concluyeron con el asesinato en 1936 de los siete principales líderes guanajuatenses del movimiento.
Como consecuencia, Arturo González padre se quedó sin trabajo y el muchacho regresó a Guanajuato sin terminar su carrera. Logró que el profesor Fortino López, Inspector Federal, le consiguiera una plaza de profesor rural en el poblado de Calderones. No era el empleo ideal ni mejor pagado ni más cómodo, pero era a lo que podía aspirar por no haber logrado titularse.

Eran los últimos años del cardenismo y pesaban las dos guerras cristeras previas: los campesinos lo hostigaron al acusarlo de enseñar educación socialista y lo echaron de la comunidad.
Arturo González relató en su autobiografía y en entrevistas que le hicieron periodistas que los lugareños, incitados por el clero, veían a los profesores enviados por el gobierno como “Hijos de Satanás” por ser señalados como masones. Años antes, varios docentes habían sido linchados o desorejados. “Mejor desempleado que desorejado”, decía al comentar la vivencia y explicar por qué no continuó su labor docente.
Gracias a unas amistades, en 1943 consiguió empleo como escribiente en el Juzgado Único de lo Penal que se encontraba en la Alhóndiga de Granaditas, en donde laboró por cinco años. En ese tiempo, el periódico capitalino La Prensa convocaba a sus lectores a escribir cartas. Arturo lo hizo y ganó la publicación de textos y algo de dinero. Al ver su constancia y calidad de escritura, fue también corresponsal del diario en Guanajuato.
Era la coyuntura para dejar su trabajo de burócrata e incursionar en el mundo del periodismo, lo que será tema de la siguiente entrega.
*Información de la autobiografía de Arturo González González publicada en la revista Tiempos del Archivo Histórico Municipal de León, en marzo/abril de 1997 y de entrevistas y reportajes realizados por la periodista Graciela Nieto Urroz —quien fuera su alumna— y los periodistas Luis Alegre y Julio César Salas.