“Todos me rechazaron cuando acepté que era gay, me obligaron a buscar salidas fáciles, alejarme de la gente y sentir que en la soledad estaba segura”.
Hay mucho que trabajar por los que temen aún aceptar abiertamente su identidad sexual y por las generaciones que vienen, porque saberse gay en silencio duele y ser gay abiertamente recibiendo el rechazo de la sociedad y de la familia es cruel. Afortunadamente cada vez hay más apertura y aceptación.
Nació atrapada en un cuerpo de niño y desde siempre, desde que tuvo uso de razón, Rubí Suárez supo que algo en su vida no estaba bien, algo le faltaba; encontraba agrado en situaciones no propias, según la sociedad, para un hombre; pero ella no se asumía como hombre sino como mujer y se cuestionaba si “no había nadie más en el mundo igual” o sólo existía ella, con esos raros pensamientos que por temor al rechazo, no compartía con nadie.
El deseo de que su familia y la gente en su entorno la viera y aceptara como mujer la llevó a vivir rechazo, discriminación, violencia física y psicológica que la orillaron a abandonar sus estudios e incluso a ser víctima de amenazas y tentativa de homicidio por odio homofóbico, según narra.
“Recuerdo cuando tenía como seis años, estaba en primero de primaria, había algo que no concordaba mucho conmigo; no me sentía tan a gusto (…) yo asumía mi rol masculino (…) recuerdo que cuando fui pasando de primero a segundo, tercero, cuarto de primaria, recuerdo que esta sensación seguía creciendo, yo no me sentía identificada con mi cuerpo, con la ropa, con el peinado, con las actitudes y eso me iba generando un proceso emocional diferente. En ese momento yo no sabía que era depresión, ansiedad. Me sentía triste y sentía que algo me faltaba”.
A los 12 años, comenzó a trabajar en el Mercado Hidalgo con una conocida familia que ahí tiene un negocio, en donde le dieron la oportunidad de ganarse unos pesos, dinero que ahorró y empleó para comprar sus primeros zapatos de mujer, puesto que su papá se negó a comprárselos al ser calzado de niña.
“Recuerdo que le comenté a mi papá que quería unos tenis y mi papá me dijo que no, que esos tenis eran de mujer y que no me los iba a comprar. Yo me fui a buscar trabajo en el Mercado Hidalgo (…) para poderme comprar mis primeros zapatos a los doce años de edad (…) yo ya tenía más claro que no era un niño normal, sino que era gay”.
Fue una época y una etapa dura, reconoce Rubí, pues a sus 12 años de edad estaba transitando a la adolescencia y a todo el proceso que ello conlleva; a la familiar se sumó la dolencia de un rechazo social por su preferencia sexual, por gritar al mundo que era una mujer y no un hombre, tema que en ese entonces resultaba tabú, no se hablaba de ello y lo común era que la gente se burlara, juzgara y rechazara.
Esto llevó a Rubí a conocer a una persona de la comunidad de diversidad sexual y fue quien le apoyó; ahí se sintió feliz, porque tuvo acercamiento con mujeres Trans y se identificó plenamente; entonces mantuvo cercanía con este grupo y comenzó a vestirse como mujer, pero no podía hacerlo abiertamente, entonces salía de su casa vistiendo como hombre, en otro lugar se transformaba, pero a su regreso debía nuevamente adoptar la imagen de un varón.
Esas aventuras secretas, no sólo le costaron tener que esconderse de su familia, lo peor –dice– fue la gente que no veía bien a los gays y los agredían. Rubí en sus primeras transformaciones como mujer fue perseguida y golpeada por otros hombres.
“Me sentía tan a gusto conmigo misma, me sentía realizada. sin embargo, que en varias ocasiones había actos de discriminación, actos de transfobia u homofobia y nos llegaron a golpear. Hubo un momento en el que yo tenía que llegar a mi domicilio vestida de mujer con el miedo a que mi papá, mi mamá me regañaran, me golpearan. Venía de una golpiza como para llegar a casa a que te golpeen”.
El rechazo y hostigamiento fue lo que más afectó a Rubí a sus 13 años. Se asumió como una persona gay, pero su familia no la aceptaba con la nueva realidad que había descubierto y en la que se sentía por vez primera, plena y feliz.
Fue justo para una Semana Santa, recuerda Rubí, cuando con 13 años de edad enfrentó a su familia sobre su preferencia sexual y al verse rechazada abandonó su hogar y se fue a vivir con una amiga “allá por Cuevas”, porque allá no la juzgaban y se sentía segura, pero sus familiares no tardaron en recapacitar y buscarla, pero aún se resistían y decían “es que yo tuve un varón, esto no concuerda con la sociedad”, incluso narra que a su mamá tuvo una crisis emocional .
Aunque también reconoce que fue gracias a su mamá que volvió a su hogar y poco a poco la fueron aceptando y entendieron la batalla que estaba librando al saberse nacida en un cuerpo de hombre. Fue una dura realidad que le tocó cambiar, educar a la gente a su alrededor para que comprendieran que no era “pecado”, que no estaba mal.
“Mi papá me dijo ‘no te preocupes, yo te quiero porque eres mi hijo’ (…) Al día siguiente como por arte de magia mi mamá me acepta y mi papá no; entonces empieza esta parte de machismo con mi papá de ‘no, yo tuve un hijo varón, ¿qué van a decir mis amigos’, yo un machista, que vivía en el barrio, que tenía amistades varones pues cómo iba a ser posible que tuviera un hijo de la diversidad”. Pero ahí no acabó todo, pues vino un distanciamiento entre sus hermanos, tíos, primos y hasta con sus vecinos. “Había un rechazo, una discriminación”.
Tal era la presión emocional y psicológica de ser aceptada –comenta– que intentó complacer a otros aparentando ser hombre “por darles gusto”, pero fingía lo que no era, “me sentía triste, me encerraba en mi cuarto, escuchaba música, lloraba, bajo la regadera me daban crisis de ansiedad”.
“Llegó un momento en el que dije no, esto no es lo mío, ya me tengo que ir, tengo que buscar mi felicidad. Después conocí a un amigo aquí en Guanajuato, que se vestía de mujer y él me empezó a decir lo que eran las personas transexuales y transgénero y empecé a empaparme de estos temas, tenía yo como 16 años”.
Violencia y discriminación la obliga a abandonar la escuela
La educación primaria la concluyó con mucho esfuerzo, pues Rubí recuerda que desde que tenía unos seis años ella ya sabía que era distinta, que algo no coincidía con su identidad y casi siempre estuvo relegada por otros niños y también por ella misma, pues consideraba que en el mundo, sólo ella se sentía “rara, distinta”.
Ya en la secundaria su vida fue triste, sus compañeros se daban cuenta “lo gay se me notaba más” y la rechazaban; el primer año lo sobrevivió apenas y para el segundo grado, evitaba las agresiones y no asistía al colegio: “Me daba miedo que me golpearan. Recuerdo que me compraba una coca de dos litros, agarraba el camión de Las Teresas y me bajaba en Pastita y me subía a la primer Crucita (al cerro). Era mi refugio andar yo sola (…) hasta dónde me llevaba el rechazo social, a aislarme. Hasta la punta de un cerro me tenía que largar (…) sentía que entre más lejos iba a estar más segura”.
Para el tercer grado, Rubí cambió de escuela, ahora más lejos en Santa Teresa, creía que entre más lejos estaría más segura, así como se sentía cuando se refugiaba en el cerro; pronto descubrió que “el martirio era lo mismo” pues un grupo de “chavas rudas” la hostigaban al grado de un día quitarle la ropa y amenazarla con “te vamos a hacer hombre”.
“Recuerdo que me desnudaron y me dijeron ‘te vamos a hacer hombre’ (…) tenía mucho miedo, estaba llorando. Ese fue un episodio tan marcado en mi vida que después de ese día yo no regresé nunca a la secundaria, no seguí mis estudios porque tenía miedo a que me asesinaran. ¿Quién iba a decir algo? si los maestros cuando veían que me hacían carrilla se burlaban”.
Ni el rechazo, las burlas o discriminación modificaron la convicción que Rubí tenía ya firme de que ella era una mujer encerrada en un cuerpo de hombre y contrario a intimidarse, buscó acercarse a gente de la diversidad sexual de Irapuato: “fue Arturo Álvarez, de una asociación de Irapuato, y me decía ‘es que tú eres una mujer Trans’. Yo le decía ‘¿cómo es eso?, explícame’. Me empezó a decir y me gustó, dije: !claro¡. Me identifiqué (…) fue un proceso bien difícil por la sociedad como tal, los señalamientos, las etiquetas, la discriminación, el rechazo emocional, las trabas para encontrar un trabajo porque ya no estudiaba, ya trabajaba”.
El cambio total de identidad, de hombre a mujer desde lo físico hasta sus datos personales fue otro gran reto, pues nuevamente su papá se opuso aunque ya lo había aceptado como gay, pero “me llamaba como él”, además una de las partes más difíciles es luchar contra un sistema, leyes para que validaran el cambio fue una enorme travesía, “fue un proceso hormonal, con doctores, endocrinólogos, terminar con una operación quirúrgica. Hoy me siento a gusto, me siento realizada. Faltan muchísimas cosas por hacer, pero creo que en Guanajuato vamos caminando bien”.
Con la responsabilidad de ayudar a otros
La realidad que Rubí vivió muchos años, no la quería para otras personas que igual como ella se sentían distintas. Entonces, ya tenía 20 años, y comenzó a buscar de qué manera podía ayudar a su comunidad a ser visibles y fue ahí que se informó e inició con su asociación civil “Colectivo Rubí Ayudar”, a los 21 realizó la primer marcha LGBTT en Guanajuato capital y campañas para concientizar sobre el VIH.
Después incursionó en el ámbito político y logró ser la primera mujer trans en conseguir un cargo como regidor en el Ayuntamiento en el municipio de Guanajuato, marcando un parteaguas y un importante precedente para la comunidad LGBTT.
“Hoy doy gracias a la vida porque después de los 20 años y hasta los 36, que hoy tengo, ha sido una lucha que hoy sigue, que persiste. Hoy en día puedo decir que hemos avanzado mucho en el tema de aceptación, en el tema de que ya la gente ve lo que es, nos ve y nos respeta, ya no hay tanto esos actos de discriminación de homofobia, de transfobia, si no que ya va como un tema más de aceptación”.
Hoy Rubí Suarez se dice plena y feliz, con una pareja sentimental con la que lleva ya 17 años y con quien adoptaron a un niño como su hijo; pero para ella, la lucha no acaba pues buscan mayor apertura, respeto, escenarios donde la comunidad LGBT sea más visible, más respetada, aceptada y su voz se escuche en distintos ámbitos de la sociedad, sin que sean censurados por el simple hecho de ser distintos.
“Me siento muy bien, aceptada, a gusto con lo que tengo. No le pido nada más la vida, más que tener salud para ver a mi hijo crecer. Me preocupa que el tema de que hay juventudes que el día de hoy están sufriendo la misma discriminación por la que yo pasé y me ocupa ese tema, porque más allá de que yo ya me siento aceptada, de que tengo una familia, de que una sociedad me reconozca, que me vea es bonito pero ¿y la demás gente y la gente que viene detrás de mí?, eso es lo que me preocupa y ocupa. Hay mucho trabajo por hacer”.
Finalmente Rubí señala que ahora hay más oportunidades y opciones “no están solos en este proceso de autoaceptación” si es el caso, aquellas personas que se han descubierto y reconocen como parte de la comunidad de diversidad sexual y necesitan ayuda existen grupos de apoyo, tales como: Colectivos Seres, LGB Rights Guanajuato, Colectivo Rubí Ayudar, entre otros en donde podrán encontrar el acompañamiento que necesitan.