viernes, septiembre 20, 2024
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LO QUE FUIMOS, LO QUE SOMOS, LO QUE DECIDAMOS SER

Saúl Serrano, pintor, fotógrafo y escritor, originalmente sería ingeniero, pero bastó un comentario hiriente de una novia para que cambiara radicalmente su destino dejando a un lado el confort de una vida segura para dedicarse al estudio y a la lectura haciendo dos carreras al mismo tiempo. Fue así como supo que su vida era la fotografía, el cine, la pintura y las letras.

Al preguntarle sobre el acercamiento que en su vida profesional ha podido tener con lo artesanal, recuerda con nostalgia: “Cuando estaba en el Museo de Artes Populares hicimos una exposición de pan artesanal. Llenamos una sala de 500 metros cuadrados con muchísimos panes de todas las regiones de la República. Había panes rituales, clásicos, nutritivos, festivos, ceremoniales, estéticos. Hay una gran gama de pan, es todo un mundo fascinante… aún así, la gente muchas veces prefiere el esquema de consumo fácil y comercial”.

Saúl Serrano: fotógrafo, cineasta, pintor, escritor.

Saúl refiere que a él como mexicano le duele mucho que nosotros mismos estemos asesinando a nuestros artesanos prefiriendo la cultura mediática: “Estamos atentando contra la sobrevivencia, la supervivencia y la vivencia de los artesanos sin darnos cuenta que nos hemos convertido en asesinos de la cultura”.

El rostro sereno y la forma de ser de Saúl, cálida y desenfadada, contrasta un poco con sus palabras, que a ratos cobran intensidad y en otros momentos se visten de melancolía. Es así como pone en perspectiva los efectos de comprar en un supermercado artículos de moda, de plástico; o en línea aquello que está hecho en serie pero que llega directo a la puerta de casa haciendo que olvidemos el molcajete, el jorongo, los rebozos… y es que asegura: “queremos cosas chafas, baratas, hechas en serie y a buen precio sacrificando nuestra identidad, valores y capacidades para girar como un satélite alrededor de los países desarrollados que nos venden modelos de vida que no corresponden a los nuestros”.

Inmediatamente después recuerda: “Hace tiempo estaba filmando en la Sierra de Puebla y conocí a una señora que durante muchas décadas se había dedicado a bordar blusas de manta con elementos sorprendentes de su propio paisaje. Regresé tiempo después a buscarla para comprar una blusa para mi pareja, la encontré bordando logos de Pepsi y Snoopys porque —según le explicó— eso sí vendía y era más barato porque lo hacía con poliéster y ya no con lana”.

La gente quiere cosas inmediatas, que los ayude a encajar con una marca y una forma de vida que nada tiene que ver con lo nuestro, lo artesanal. Doblando las manos ante un mercado chino que ha patentado hasta a la Virgen de Guadalupe o empresas de moda que estampan los modelos de nuestros artesanos y que nosotros mismos compramos aunque sean una burda copia hecha en serie.

“Hace falta volver a salir con la familia, viajar a los pueblos, conocer a los artesanos, consumir lo que hacen y devolver a los niños esas tablitas de colores o la serpiente que baja que son juguetes que uno siempre recuerda con cariño, a diferencia de estas generaciones que han crecido con cosas plásticas, desechables que no nos representan. Inculcar lo nuestro, lo mexicano, lo que se usa en nuestro país es el único camino”.

Entonces su mente viaja y relata aquellos tiempos en los que María Esther Zuno de Echeverría estaba al frente del FONART y le compraba mercancía a los artesanos para promoverlos y venderlas en aeropuertos y puntos turísticos estratégicos… “Ahora queda una sola tienda FONART”, concluye con tristeza, y continúa: “Lo mismo ha pasado con el Centro Cultural Banamex que tiene uno de los archivos de artesanía más importantes que ya nadie continuó, a nadie le importa. En el mismo Mercado Hidalgo la artesanía ya no es la misma, ahora venden productos desechables pues los mismos vendedores reconocen que es lo que los visitantes compran y lo que les da de comer”.

Desconocer los sistemas de producción es uno de los grandes motivos por los que no se valora la artesanía: “Los artesanos de alebrijes de Oaxaca se van a la montaña, recogen sus maderas, las dejan secando por años, eligen las formas y fabrican sus alebrijes. El turista puede llegar y comprar el que le haya llamado la atención por su colorido, pero también puede acceder a una entrevista con el artesano quien preguntará el lugar de nacimiento, el año, habilidades, temperamento para después fabricar el alebrije de acuerdo a tu personalidad. Incluso pueden hacer el que representa a la pareja, o a la familia. Pero como pocas personas lo saben, compran aquel que está pintado con vinil, que puede ser cualquier animal con cuernos pero no significa nada”.

Y es que una artesanía es mística, es mágica, es identitaria en todos los aspectos, pero al no conocer de dónde y cómo vienen las cosas no es posible valorar con justicia. “Hay un desprecio muy marcado que se hace del artesano regateándole, viéndolo como alguien inferior, tratándolo como si le hiciéramos un favor…es la consecuencia de la voracidad, de la explotación, del saqueo. Revertir todo esto es muy difícil”.

Saúl Serrano en su taller.

Y sí, lo es, especialmente cuando percibimos esa gran brecha que cada vez se ha vuelto más profunda entre los antiguos mexicanos que valoraban con amor lo suyo, que fabricaban con respeto sus piezas, que agradecían los recursos otorgados por la naturaleza a diferencia de la inhumanidad. “Lo de hoy son cosas plásticas, sin vida, sin vínculos afectivos a través de esos objetos que generan una conexión de alma con alma…Ya no hay manteles bordados por mamá o colchas tejidas por las abuelas… Vivimos en medio de una programación que funciona dentro de una estructura guiada por las redes sociales”.

Una sonrisa se dibuja en el rostro de Saúl al recordar a sus alumnos, su quehacer de maestro, el proceso de creación de un cuadro en el que él asegura se encuentra contenida toda la naturaleza porque estará pintado con pigmentos provenientes de un volcán vivo, de flora, fauna, el mundo marino, la cochinilla…todo en una sola obra.

Y así es como su mente vuelve a la calma de ese estudio en el que imparte talleres a personas de todas las edades y les enseña a crear, a atreverse, a proponer, a ser libres a través de una imagen que después podría traspasar el corazón de un espectador y llevarlo al punto exacto en el que la sensibilidad vuelve a habitar el cuerpo de ese humano que regresa del vacío para volver a ser.

Elena Ortiz Muñiz
Elena Ortiz Muñiz
Elena Ortiz Muñiz es licenciada en Ciencias de la Comunicación, escritora, editora en Pacholabra Ediciones. Fundadora de los proyectos Alas para niños y jóvenes escritores y Manos en Vuelo.
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