viernes, noviembre 22, 2024
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SOY POLVO DE AQUELLOS LODOS

Ah, tardes de sortear los charcos sin manchar el pantalón, de caminar por ese barro negro y apestoso que un día fue lago, para llegar a un parque rústico, que fue cancha de fútbol llanero, de cerveza dominical y riñas campales a patadas y ladrillazos.

Chapalita, mítica Chapalita. Fuiste lago urbano, fruto de las colonias crecidas a tu alrededor. Fuiste remolinos de verano y fango de otoño, posadas de diciembre y corretizas de pandillas todo el año.

El lago de Chapalita, cuerpo de agua al alcance de la mano.

Tierra de nadie y de todos, tierra de novia que entregó la mitad de un pequeño corazón de latón y que llevé a la feria a gastar el escaso capital en una deliciosa cena garnachera (previo tour en un Ruta 3).

Chapalita, culta Chapalita, donde las primeras pintas (“graffiti” supe después que se llamaban) competían con otros igualmente artísticos barrios como Las Arboledas, Los Limones, Unidad Obrera y San Juan Bosco.

Tierra de migrantes que cruzaban la frontera con su pantalón de mezclilla y su camiseta verde de la Fiera, para regresar con el paliacate en la frente y pantalones holgados pisados por los tenis de marca comercial, comprados después de un atraco o logrados en el atraco a uno de esos jóvenes que tenían la desgracia de cruzar por las oscuras calles pedregosas.

“Guacha, ése, que somos tranquis si no te metes con nosotros, pero no hay pex si te mochas para una cagua”.

Tierra de chingadazo y pedrada, de 50 centavos ganados para sacar al coche atascado en el lodazal, a costa de una cintariza en casa por manchar el uniforme de la escuela, en calle construida contra natura donde antes estuvo una laguna.

Chapalita, mercantil Chapalita, de tianguis y tendajones cerveceros, de vendedoras de Avón que terminaban en tertulia y chisme en la salita de muebles comprados en abonos y una improvisada repisa con adornos surgidos de las centros de mesas de bodas, bautizos y XV años; de naciente Tupper Ware y “ya me tengo que ir, porque se hace tarde y me regaña mi marido”; de llevar tortillas o petróleo a las señoras que no tenían a quién mandar por tener hijo en la cárcel y marido borracho que exigía comida.

Chapalita aislada y vilipendiada, malafamada por morenos Británicos tan bravos como los Hooligans. Chapalita de lámparas rotas a pedradas, de territorio inexpugnable por las noches, de largas caminatas hasta la Nicaragua o la San Juan para abordar el autobús cuando no alcanzaban al Ruta 16.

Hoyo llamado Chapalita, con cerros para donde voltearas: al norte, la colonia Industrial; el poniente, Vista Hermosa; al sur, la Arbide; al oriente, Bellavista. Banda, por un lado; pirrurris, por el otro.

Aristocrática Chapalita de hoy, de subibaja pavimentado, de señoras que caminan con el mandado, del taxi que ahora sí llega hasta la casa, de tendajones y casas de dos pisos, con barandal y ventana con fuerte herrería.

Una parte del lago fue convertido en parque y otra parte fue urbanizada por una colonia popular.

Ah, Chapalita creyente, con tu viacrucis de Semana Santa a cuestas, con el Jesús redentor que con su cruz pagaba el precio de sus pecados, de sus adicciones y sus malas compañías. Perdón, señor, perdón, que mañana volveré a la peda y darle baje al transeúnte de otra colonia que por ahí ose profanar con sus plantas tu suelo.

Chapalita, hoy tus calles suben y bajan con ese pavimento que oculta los pasos que ahí dejamos, los amores que ahí tuvimos, las caguamas que ahí bebimos, el cigarro que ahí fumamos, la razzia que de ahí nos levantó.

Hoy siguen sin quererte muchos leoneses. ¿Qué saben, si nunca fueron a echar reja a la calle Jalisco, si en calidad de alumno de la Escuela Primaria Urbana Federal “Hermanos Aldama” nunca se dieron un trompo con uno de la Narciso Mendoza, si nunca comieron tacos en la calle Colombia, si nunca se aventaron al lodo en la calle Haití, si nunca vieron las casas inundadas cuando llovía?

Tienen envidia porque en su piel no hay restos del polvo descendiente de aquellos lodos.

Federico Velio Ortega
Federico Velio Ortega
Periodista, maestro en Investigador Histórica, amante de la lectura, la escritura y el café. Literato por circunstancia y barista por pasión (y también al revés)
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