viernes, septiembre 20, 2024
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LA CIUDAD MINIATURA DE FRANCISCO VENEGAS

Discípulo de Tomás Chávez Morado, recrea con efecto preciosista los edificios, calles y plazas guanajuatenses.

Moldea el barro con la misma suavidad que le transmiten las cadenciosas notas de un bolero en la voz de su ídolo, Pedro Infante, para dar forma a la fachada de alguna de las hermosas viviendas de Guanajuato, al recodo de alguna calle o callejón, o bien a una plaza completa, con todo y fuentes, bancas y farolas, que —no podía ser de otra forma— tienen luz propia.

La calle y el puente del Campanero.

Francisco Venegas es guanajuatense de pura cepa. Habitante del callejón Chalico, ramal de la bajada del Tecolote, cursó la primaria en la muy cercana escuela Juan B. Diosdado, misma que, en sentido contrario al laicismo oficial, es llamada “San Pedro”. Hizo la secundaria en la Benito Juárez, la prepa en el Colegio Juárez y se graduó como grabador en Artes Plásticas de la Universidad de Guanajuato (UG). Al mismo tiempo, cursó Pintura y Escultura bajo la conducción del prestigiado maestro silaoense Tomás Chávez Morado (QEPD).

La madre y el padre de Francisco Venegas.
El joven profesionista.

Su padre era artesano a la antigua: igual trabajaba el torno que moldeaba piezas en el barrio alfarero de San Luisito, oficio con el que mantuvo a sus nueve hijos, primero como empleado y luego como dueño de su propio taller. Varios de sus vástagos, Francisco entre ellos, desde niños debieron ayudar en la decoración de floreros, ollas, saleros. Ya entonces, en algún sitio de la mente del infante Pancho se instaló el germen artístico que décadas después surgiría con todo su potencial.

Imanes para refrigerador.

Pero antes de dar sentido a esas inquietudes, Francisco transitó por la burocracia, primero como dibujante en las Fuerzas de Seguridad Pública del Estado (FSPE), luego como ilustrador en el desaparecido Consejo Estatal de Población (Coespo), hasta que un día surgió la idea que le conduciría a proyectar sus apreciadas artesanías. Inició con pequeñas placas que simulaban coloridas fachadas, las cuales aún elabora en forma de llaveros o imanes.

La plaza del Baratillo.

Pronto, ideó pequeñas cajitas para ser utilizadas como alhajeros. De ahí, saltó al diseño de maquetas a manera de adornos, posteriormente convertidas en llamativas lámparas. Tenía a su disposición una ciudad completa para tomar sus modelos, que se diversificaron hasta producir obras mucho más complejas, como el edificio central de la UG, con todo y su escalinata; la calle y puente del Campanero o la plaza completa del Baratillo.

El callejón del Beso.

Sin embargo, llegar al acabado final no fue sencillo. Antes, debió superar problemas con el voltaje eléctrico para evitar el estallido de sus leds, aprendió a soldar los delgados filamentos de metal para hacer farolas o bancas; utilizó pequeñas bombas para poner sus minúsculas fuentes en funcionamiento y se las ingenió con el fin de instalar focos y crear así lámparas. El resultado, luego de tanto ensayo y error, es primoroso: los túneles de la subterránea se iluminan con lucecitas que se reflejan en los diminutos adoquines; los balcones muestran resplandores ocultos y casi se escucha cantar a una estudiantina ante los balconcitos.

El ex gobernador Juan Carlos Romero Hicks (izquierda) admira las obras de Francisco.

Su floreciente e incansable actividad le atrajo el reconocimiento público: la gente comenzó a preguntar sobre sus originales imanes, llaveros, lámparas. Asimismo, fue invitado a participar en la exposición con motivo del Premio Artesanal 2005, mismo al que acudió el entonces gobernador, Juan Carlos Romero Hicks, donde pudo contar con un estand fijo para mostrar y vender sus obras.

El antiguo edificio de la Comisión Federal de Electricidad.

Francisco Venegas posee, además otra virtud: la sencillez, pues jamás alardea de su trabajo. Ofrece sus piezas en la Casa de las Artesanías que se localiza en la Plaza de la Paz, pero las más complejas solo las hace por encargo, debido a la minuciosidad que exige su elaboración. Amante de la buena música —”la mejor es la del pasado”, expresa convencido—, inunda su taller con las notas de melodías rancheras, boleros, baladas o canciones en inglés que van de los años 1940 hasta los ’90.

La Universidad de Guanajuato.

Sonriente, bromista, amiguero, se afana al moldear, pintar o detallar cada producto, mientras piensa en algo que es un objetivo pendiente: dejar escuela. Sabedor de que esta vida es finita, manifiesta su deseo de que niños y jóvenes aprendan su oficio para que no muera y trascienda. Un anhelo que ocupa los pocos ratos libres que tiene. Enseñar a otros es una muestra de la generosidad que todos le reconocen.

La calle Subterránea.
Una lámpara.

“Te quiero así, así, así… porque el amor es bueno…”, tararea, siguiendo la voz de Pedro Infante que surge de una bocina, mientras termina de pintar una escalerita, obra del talento y la dedicación, con la mente concentrada en el siguiente paso: el cableado, las luces y el sentido de belleza que plasma en cada proyecto. Así, entre notas musicales, lo dejamos entregado a su amorosa tarea.

La fuente del templo de La Compañía.
Benjamin Segoviano
Benjamin Segoviano
Maestro de profesión, periodista de afición y vagabundo irredento. Lector compulsivo, que hace de la música popular un motivo de vida y tema de análisis, gusto del futbol, la cerveza, una buena plática y la noche, con nubes, luna o estrellas. Me atraen las ciudades, pueblos y paisajes de este complejo país, y considero que viajar por sus caminos es una experiencia formidable.
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