viernes, noviembre 22, 2024
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EL DIOS DEL VIENTO Y LAS PIEDRAS ENCANTADAS CONTEMPLAN A GUANAJUATO

Casi imperceptibles pinturas rupestres toltecachichimecas, vestigios de rituales prehispánicos en el antiguo Mo-o-ti

Rastros casi invisibles de pinturas rupestres dan a entender que los españoles colocaron aquí figuras de sus santos para desplazar cultos de toltecachichimecas. Dichas figuras están en la cueva que los naturales dejaron a los invasores, pues la verdadera, la principal, fue tapada para protegerla. Es la caverna más alta, casi en la cima, en torno a la que ronda una niña que pide la lleven a los pies de Nuestra Señora de Guanajuato, sin voltear a verla y soportar que cada vez pese más. Si el cargador voltea, mirará a una sierpe y se convertirán en piedra; de lo contrario, encontrarán a la Ciudad Encantada.

Paso a paso, la ciudad se ve más lejana. José Luis Lara Valdés, doctor en Historia, profesor de la Universidad de Guanajuato y guía del viaje a la puerta a esa ciudad hechizada, trepa tranquilo un camino que ha andado muchas veces. La altura del cerro y la panza a cuestas me cobran la factura y mi jadeo se mezcla con el viento que el dios Ehécatl nos regala.

Hemos pasado la cueva-capilla donde tuvieron que poner rejas a las figuras de Cristo crucificado y la virgen de Guadalupe para protegerlas del vandalismo. Una figura tallada en cantera roja muestra a un Ignacio de Loyola, patrono jesuita de la ciudad, que estrena cabeza nueva, con un color más intenso. Los grafitis muestran una pintura rupestre del siglo XXI: “¿QUIERES SER MI NOVIA?”.

Vuelvo la vista a lo que ha quedado abajo. Al fondo, sobre el valle donde se perciben Silahua y su Cubilete. Más al norte, el cerro del Gigante que resguarda al Valle de Huatzillo, al que los invasores llamaron León. Tláloc nos contempla y en un par de horas más se hará presente.

Trepamos más metros. La vieja Mo-o-ti (lugar de metales) se mira hacia el norte. Lara Valdés, ceceachero y uno de los más apasionados estudiosos de las culturas antiguas y la geografía urbana, narra con una fluidez sobre la que a veces se impone el silbar del viento:

“Éste es uno de los sitios más antiguos de la región, donde los invasores buscaron minerales preciosos, acompañados por purépechas que trajeron desde Tzinzunzán y Pátzcuaro, sedes del poderío religioso de Michoacán, en 1533”.

José Luis Lara Valdés, doctor en Historia, en Mo-o-ti

Buscaron oro y plata en la cañada y en las cuevas, donde no hallaron esos metales. La parte baja fue incorporada a su programa de poblamiento, “debajo de estos grandes crestones o cantiles o acantilados, llamados La Bufa y Los Picachos”.

Fue así como surgió el Real de Minas de Santa Fe.

Hacia el poniente se visualiza la parte moderna de la ciudad. El acceso Diego Rivera lleva a una zona donde ya dominan dos altos edificios en un mar de construcciones sin la prestancia colorida del centro histórico.

Las pinturas rupestres

En un alto en el camino se observan oquedades de varios tamaños. Vamos rumbo a la cueva más alta. Algunas son cuevas hechas por los extractores de cantera. Entre el jadeo (méndiga panza), la pregunta:

—¿Qué elementos hay para suponer que esto era ocupado por chichimecas o algún otro grupo humano prehispánico?

El historiador responde:

—La pintura rupestre que, desafortunadamente, ha sido vandalizada por los rupas contemporáneos.

Lara Valdés explica que los invasores hicieron de las cuevas espacios para la religiosidad católica para quitarle a los originarios sus “costumbres diabólicas, perversas, de embriaguez y otras cosas que la moral católica no podía soportar”. Prosigue:

—Aquí se reunían los antiguos pobladores. 

Mi pregunta es: ¿desde dónde llegaban a reunirse aquí? Porque la pintura rupestre que aún se alcanza a ver —muy poca, sumamente poca— es semejante a la que podemos ver en la zona arqueológica de Arroyo Seco, en Victoria (al pie de la Sierra Gorda de Guanajuato), en San Felipe —en la Cueva del Indio— y en Aguascalientes; es el mismo tipo de presentación de figura humana, en el mismo color y en las mismas dimensiones, lo cual refuerza la pregunta acerca de desde dónde venían a reunirse, ajenos a la calificación que dieron los colonizadores de “diabólicos”. 

Pinturas rupestres apenas visibles, y otras más actuales, en alguna cueva de los Picachos

El investigador indica que estas representaciones de figuras humanas en tono rojo y de siluetas en negro han sido documentadas desde Aguascalientes hasta Querétaro. El vandalismo ha destruido la mayor parte de esos vestigios. Lara Valdés resalta:

—Este lugar ha sido un sitio ritual de paso, un ritual o varios en una fecha específica. —Afirma con contundencia—: Se sustituyó el ritual de los pueblos originarios por el del catolicismo.

Describe ese proceso: los invasores establecieron el 31 de julio para celebrar el nacimiento de Ignacio de Loyola y en 1616 se establece como fiesta. Ni siquiera es un santo, pues apenas se le acaba de declarar beato. Sin embargo, fue el elegido por los santafesinos de entonces y lo escogieron para que, desde hace 407 años, la gente siga subiendo al cerro a una festividad que tiene que ver con otra búsqueda. Comparten una identidad y por esta cueva son cuevanenses.

Chichimecas o toltecachichimecas

Llegamos a la cueva más alta, donde están repintando la figura de Ignacio de Loyola. Hay grafitis y letreros y, al mirar con cuidado, se observan las figuras de representación de personas con una apenas perceptible tonalidad rojiza. Ahí está la prueba de que los toltecachichimecas pueden ser los primeros ocupantes de esta zona, aun antes del siglo XV, cuando llegaron los españoles al continente.

El académico apunta hacia los Picachos y se ven más oquedades: ahí hay más pinturas, pero también están vandalizadas. En El Cedro, hacia la zona de Calderones, existe otra cueva donde también hay pinturas rupestres. Afirma algo más interesante todavía: hay cuevas tapadas. La cueva principal fue cubierta por los originarios, para evitar que la usaran los conquistadores.

El viento no deja escuchar la explicación, pero se alcanza a captar que las pinturas son hechas con base en un mineral llamado cinabrio, que se encuentra en ésta y otras regiones del estado, como Atarjea.

Era tal la abundancia del cinabrio, dice, que venían de otros lugares a llevarlo y con él armar la base para pinturas.

Interior de la Cueva, con las imágenes de bulto alusivas a la conmemoración, donde se realiza cada 31 de julio el Día de la Cueva

Si bien se atribuyen a los chichimecas, quienes ocuparon estas tierras y le llamaron Mo-o-ti, las pinturas tienen una mayor antigüedad a las invasiones chichimecas venidas del norte.

Posiblemente se trata de toltecachichimecas, indica y explica: antes de la fundación del Tollan (la primera Tula, en lo que hoy es Hidalgo), eran chichimecos. Tula es el modelo pequeño de Teotihuacan, en la que se inspiraron, que ya para entonces estaba abandonada.

Los chichimecas eran nómadas cazadores y con la fundación de las primeras ciudades se establecieron nuevos modelos culturales con centros religiosos. En el caso de La Bufa, era sólo una zona para rituales.

La Ciudad Encantada

Las leyendas populares dicen que ésta no es la verdadera cueva, asevera Lara Valdés, que la verdadera cueva es la entrada a la ciudad enterrada, a la ciudad encantada.

Y entonces cuenta la leyenda de la niña y el pastor:

Ambos se encontraron en lo alto del cerro y ella le explicó que tenía un hechizo y que la cargara hasta postrarla a los pies de la virgen de Guanajuato y que sintiera lo que sintiera, no volteara, que si lo lograba, encontraría a la Ciudad Encantada, pletórica de riquezas.

El pastor la cargó, pero notó que cada vez pesaba más y sintió algo raro. Volteó y vio que la niña se había convertido en una sierpe. Ambos se convirtieron en piedras. Ella es La Bufa y él es Los Picachos.

La charla es larga y va de un tema a otro. Lara Valdés invita a bajar por otro sendero. Conoce la zona, está acostumbrado a las brechas y escarpas. Yo tengo que bajar de nalgas, en especial por la panza que estorba y no escogí los zapatos más apropiados para trepar esa zona.

Se apaga un poco la luz, el viento es más fresco. Líneas grises se derraman sobre valles que reverdecen. Hay que bajar a la ciudad española, con un encanto diferente al mágico.

Tomamos la carretera panorámica, pasamos el mirador de El Pípila y bajamos por Peñitas hasta Alonso. Hemos ido de Mo-o-ti a Quanax Huato.

Arriba, La Bufa y los Picachos esperan que este 31 de julio lleguen las turbas a embriagarse y hacer diabluras, pero esta vez en nombre de Ignacio de Loyola y no de Ehécatl, Tire Pame o Curi Caberi. Ese día me sacrificaré con tacos de carnitas y tripas, unas guacamayas y unas cervezas bien frías. Es el sacrificio para que haya más lluvias.

El Pastor Encantado, convertido en Los Picachos, y la ciudad de leyenda
Federico Velio Ortega
Federico Velio Ortega
Periodista, maestro en Investigador Histórica, amante de la lectura, la escritura y el café. Literato por circunstancia y barista por pasión (y también al revés)
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