viernes, septiembre 20, 2024
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EL ETERNO MELLADO

El mineral se envuelve en una atmósfera

que lleva la imaginación a tiempos idos.

El templo puede verse casi desde cualquier punto del centro histórico de Guanajuato. Allí, en la cima de uno de tantos cerros, la maciza torre cuadrada y la airosa cúpula destacan sobre una mezcla de construcciones salpicadas de vegetación, como si de una fortaleza virreinal se tratara.

Aunque actualmente Mellado está plenamente integrado a la vida urbana, lo une al resto de la ciudad solamente el jirón de una vialidad. A partir del punto donde termina San Clemente e inicia San Luisito, un sinuoso camino adoquinado lleva primero a Barrio Nuevo, en seguida a la Carretera Panorámica y por último tuerce a la izquierda, en ángulo muy cerrado, para adentrarse en las estrechas calles del mineral.

Casa de adobe en Mellado.

Hace casi medio milenio, los primeros españoles que arribaron a esta región, quizás atraídos por los relatos de ricos filones de oro y plata (el primer nombre de Guanajuato, de origen chichimeca, fue “Mo-o-ti”, lugar de metales), descubrieron una rica veta que se dispusieron rápidamente a explotar. Así nacieron los originales poblados mineros, entre ellos Mellado, que se fundó en 1558.

La riqueza de la mina local hizo tan rico a un propietario, Francisco Matías de Busto y Moya, que recibió en el año 1730 los títulos de Vizconde de Durán y Marqués de San Clemente, nombres que sobreviven en dos barrios del rumbo. Ya existía en el lugar un pequeño templo, el cual fue cedido en 1752 a la orden de los Mercedarios, quienes rápidamente construyeron uno más grande y un convento. Al finalizar la Guerra de Reforma, éste fue abandonado y poco a poco cayó en el olvido, aunque el templo continuó ofreciendo, cuando se podía, servicios religiosos.

Fuente en la plaza de Mellado y estela de la Independencia.

Una placa también recuerda que en esta comunidad vivió Juan José de los Reyes Martínez, El Pípila, legendario héroe que, al parecer, fue encargado por Miguel Hidalgo para quemar la puerta de la Alhóndiga de Granaditas durante el ataque insurgente del 28 de septiembre de 1810. Ahora sí que bajó de su pueblo para ganar una batalla y, con ello, la inmortalidad.

Hoy, Mellado conserva un clima de aislamiento perceptible en su plaza, donde una fuente languidece a la sombra de añosos árboles. Se ven pocas personas, que parecen sacadas de un cuento de Rulfo: miran desconfiadas, hablan entre cuchicheos, se asoman por las ventanas o atrás de puertas entornadas. Solo varios vehículos estacionados o la llegada de una “pesera”, con su algarabía de niños, adolescentes y señoras cargadas con mandado, nos devuelve al presente, aunque tampoco falta el grupo de jóvenes que bromea y platica en una esquina, entre notas de banda o reguetón.

El templo y la placa que recuerda su fundación.

Sobreviven varias casas de adobe, algunas abandonadas. Otras han sido reconstruidas y reconvertidas en amplias residencias. Casi todas comparten una envidiable vista de la ciudad y Los Picachos. Las calles, angostas, poseen un encanto singular, particularmente en la noche, cuando la iluminación permite entrever bellos rincones envueltos en claroscuros.

El edificio principal, como ya se habrá deducido, es el templo. Auténtica joya arquitectónica, la decoración de su portada revela su notable antigüedad. Las columnas y frisos de cantera muestran el desgaste del tiempo. Igual pasa con la decoración de la cúpula, el techo y la capilla anexa. Pero el interior es amplio. La planta, de cruz latina, encierra un altar dedicado, como no podía ser más, a la Virgen de la Merced, así como un órgano, no sobre el coro, sino a un costado.

El altar, la capilla y el órgano de la iglesia.

A un lado del atrio, una sencilla puerta da entrada a lo que fue el convento. El espacio se muestra entre gruesos muros, delicados arcos, restos de escaleras y plantas. En frágil equilibrio, las piedras reflejan, todavía, la quietud que debió imperar en pasillos, celdas y corredores. Queda poco del conjunto, pero el paisaje de fondo contribuye a crear una atmósfera magnética, nostálgica y luminosa.

Los arcos y corredores del viejo convento.

En otra parte del viejo mineral, una pequeña torre, viejo campanario, demuestra que hubo otra iglesia, de la cual quedan apenas restos. Cerca, muy cerca, se ve la aún activa mina de Rayas, de la que todavía se extraen minerales, unos más valiosos que otros. Sin embargo, la verdadera riqueza de esta tierra la representan sitios como Mellado y su gente, que no parece dispuesta a dejar morir su célebre historia.

El campanario de la capilla desaparecida.
Benjamin Segoviano
Benjamin Segoviano
Maestro de profesión, periodista de afición y vagabundo irredento. Lector compulsivo, que hace de la música popular un motivo de vida y tema de análisis, gusto del futbol, la cerveza, una buena plática y la noche, con nubes, luna o estrellas. Me atraen las ciudades, pueblos y paisajes de este complejo país, y considero que viajar por sus caminos es una experiencia formidable.
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