La Basílica de Santa María de Guadalupe, popular y simplemente llamada Basílica de Guadalupe, La Villa, o Villita, es el santuario católico consagrado a la Virgen María en su advocación de Guadalupe, y es el templo mariano más visitado en todo el mundo. Se localiza en la ancha falda del cerro del Tepeyac, en el lado norte de la Ciudad de México.
Esa nueva casa de la Virgen de Guadalupe, de arquitectura moderna, se erigió de 1974 a 1976, y abrió sus puertas ese mismo año. Puede albergar a 10 mil personas y supera en tamaño y capacidad a la anterior, es decir, al Templo Expiatorio de Cristo Rey o antigua Basílica de Guadalupe construida entre los años 1695 y 1709 en la falda del mismo cerro.
Cuenta la historia que la gélida mañana del 12 de diciembre de 1531, un joven e inocente indígena chichimeca, llamado Juan Diego tras la evangelización, escuchó la voz de una mujer, muy dulce, tierna y amorosa, que lo llamó por su nombre. A él, la virgen le obsequió hermosas rosas en pleno invierno y estampó su santísima imagen en su tilma.
Esa tilma o ayate, que este año cumple 492 años de ser reliquia y objeto del más noble culto, es la joya de la casa de Nuestra Señora de Guadalupe. Es el centro de las fiestas de la virgen, quien mide 1.95 metros de largo por 1.05 de ancho, coronada por 46 estrellas dispuestas en la posición que ocupaban en el firmamento aquel 12 de diciembre de 1531.
En tiempos modernos, de acuerdo con cifras conservadoras y de dudosa exactitud, visitan la Basílicas de Guadalupe 20 millones de peregrinos al año, de los cuales nueve millones lo hacen en los días cercanos al 12 de diciembre. Son hombres y mujeres de fe, de todas las edades, desde lactantes hasta de la más avanzada Tercera Edad… que también comen.
Y es por esa necesidad natural que tras la visita a la Virgen de Guadalupe, abandonan el templo en busca de algo qué llevarse a la boca. Con avidez, la mayoría busca el más viejo y tradicional de los bocados: las “Gorditas de la Villa”, un manjar que data de la época prehispánica, pues ya se ofrendaba a Tonantzin, sobria diosa de la fertilidad y el maíz.
A esa deidad se le ofrecían tamales, atoles, y otros alimentos elaborados con maíz, fruto de la tierra que a la fecha tiene contabilizadas 700 maneras de ser cocinado en México. Teotenantzin significa “Madre de los Dioses”. Ella es la antecesora de la Virgen de Guadalupe, sucesora de Tonantzin tras el inicio de la Época Colonial y la evangelización.
La cronología se acomodó así: 1531, se aparece la Virgen de Guadalupe; 1895, se le reconoce oficialmente como la Santa Patrona de todos los mexicanos; 1896, se hacen populares las “Gorditas de la Villa”, según los españoles “un pan de maíz que gusta mucho tanto a los indios como a los nobles, a niños y a viejos que van por el Tepeyac”.
Muchos las comen simplemente porque son sabrosas; otros, porque resultan económicas y están al alcance de la mano; algunos, porque las consideran “alimento de la Virgen” hechas con maíz cacahuazintle, harina de trigo, manteca de cerdo, azúcar morena o piloncillo, huevo, tequezquite y esencia de vainilla, aunque ésta última es opcional.
Una vez hecha la masita, se hacen pequeñas gorditas, delgaditas, y se cocinan en un comal volteándolas de vez en vez. Ya frías, se envuelven por docena en papel de china de colores vistosos. Así ha sido ancestralmente, de acuerdo con la señora Luz González Bautista, quien heredó de su madre el oficio de vender frente a la Basílica de Guadalupe.
Entrevistada por equisgente, doña Luz vende sus paquetitos a 30 pesos cada uno, o dos paquetes por 50 pesos. “La tradición no ha cambiado, las compran y disfrutan personas de todas las clases sociales y de todas las edades. Llegué aquí cuando tenía 13 años de edad, venía a acompañar y ayudar a mi mamá, Esther Bautista, iniciadora del negocio”.
Tras lo anterior, explicó que la receta de tan delicioso manjar no ha cambiado. “Mi trabajo es agradable y gratificante, lo mejor es observar a la gente degustar las gorditas, a muchos les saben buenas y regresan a los pocos minutos. Ya tengo clientes recurrentes que vienen a comprarme ‘Gorditas de la Villa’ para ellos y para su familia y sus amigos”.
Durante la entrevista, surgió el recuerdo anecdótico, lamentablemente, triste. “Mi hija mayor me acompañaba, como yo lo hice con mi mamá. Hace dos años falleció, pero días antes pasó por aquí un señor con su familia, ella lo reconoció y le preguntó si era artista. Él le respondió que sí, y le dijo su nombre: Pierre Angelo. Ella se emocionó mucho”.
Pasado el suspiro y tras el asomo de una lágrima indiscreta, Luz González Bautista tomó aire y evocó otra situación inusual. Un hombre, de aspecto un tanto misterioso, se paró frente a su puesto. Ella estaba haciendo sus gorditas y él le pidió que le regalara una. Luz se la ofreció. El señor sonrió, inclinó la cabeza en señal de agradecimiento y se marchó.
“A los pocos minutos regresó y de su cartera sacó un billete de 50 pesos. Lo extendió para que yo lo tomara, pero lo rechacé. Insistió diciéndome que lo tomara para un refresco, añadiendo que estaba contento y agradecido por mi gesto de obsequiarle una gordita. Seguí negándome, me agaché para agarrar una bolita de masa para hacerla gordita… al levantar la cara, el hombre había desaparecido sin hacer ruido”.
Finalmente informó que, a la fecha, mucha gente prefiere llevar sus “Gorditas de la Villa” envueltas en papel encerado transparente, pues así se conservan frescas y enteras por más tiempo. Apurada haciendo sus delicias, no con la palma de la mano, sino con el músculo que está entre el dedo gordo y la muñeca, agradeció a equisgente la visita a su puesto.