Juan Carlos Flores Esquivel ha pasado 26 de sus 36 años de vida aprendiendo, cultivando y engrandeciendo una de las profesiones más nobles y bendecidas por el amor, la buena voluntad, la tolerancia, y la paciencia. Es restaurador de arte sacro, “un oficio que nació de la fe de las personas, de la gente de buen corazón”, dijo en entrevista con equisgente.
Todo el año trabaja en el taller familiar “Helen”, dedicado básicamente a la restauración y venta de Niños Dios e imágenes religiosas, localizado en el municipio de Chalco en el Estado de México. El taller es de su tío Francisco Miranda Vázquez, quien le enseñó las entrañas del oficio; sobre todo, le inyectó el afecto y vocación para hacer bien ese trabajo.
“Mi tío, junto con su esposa, mi tía Joana Alvarado, y mi prima Helen, hija de ambos, me sigue enseñando los secretos y las fórmulas que me permiten satisfacer a la gente que pone en mis manos sus Niños Dios o cualquier otra imagen religiosa”, completó Juan Carlos al tiempo que no dejaba de mirar a la figura que sometía a una reparación mayor.
Pasta, resina, madera, porcelana, barro o cerámica, sea cual sea el material con el que fue elaborado el Niño Dios, si se rompe o sufre algún desperfecto, el entrevistado, sus tíos o su prima lo reparan. Lo mismo rehacen partes del cuerpo que lo pegan si se ha hecho pedazos; lo pintan e igualan los colores hasta dejarlo, incluso, mejor que cuando nuevo.
Los recuerdos de lo hecho hasta ahora se agolpan en su mente hasta que deja escapar uno: “El año pasado trajeron un Niño Dios roto y quemado. Era una pena verlo así. Me lo encargaron muchísimo. Lo trabajé con mucho cuidado y paciencia hasta que quedó en perfecto estado. Ver el rostro de júbilo de su dueña me provocó una enorme alegría”.
Sin embargo, no todo ha sido alegría, y las penas han ido más allá del sufrimiento y de las lágrimas. Suspira, se le quiebra la voz, y explica: “El «Niño Cieguito de La Merced» es muy famoso y venerado. No ve, en los cuencos de su rostro tiene sangre porque sus ojos los tiene en sus manitas. Al conocerlo sentí una tristeza profunda y lloré mucho”, añadió.
Aún con ese sentimiento que le oprimía el pecho, “El Niño Cieguito de La merced” fue reparado en todo lo que requería. Ya reluciente, siguió y sigue causando dolor a quien lo observa, por el dramatismo de su rostro, la sangre que parece real y por llevar sus propios ojos en sus tiernas manitas. Juan Carlos Flores lo evoca y su pena se aviva una y otra vez.
Durante la temporada del 6 de enero al 2 de febrero, “Helen” instala un puesto semi fijo en la calle de Roldán en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Cada día, son hasta 15, 16, 17 o más Niños Dios los que llegan hasta él y su familia suplicando a gritos ser restaurados. Don Francisco Miranda Vázquez tiene 36 años en el oficio. Es un maestro.
Por eso mucha gente ya lo ubica y lo busca. De acuerdo con su sobrino Juan Carlos, hay gente que viene de pueblos alejados dentro del Estado de México, de colonias y barrios de difícil acceso pertenecientes a la capital del país, e incluso de otras entidades. Y lo mismo repara figuras de 3 centímetros de alto que de 1.80 metros. El tamaño no importa.
Sobre las reparaciones, la más económica cuesta 80 pesos, mientras una más complicada, grande o de material costoso, alrededor de 5 mil pesos. Y respecto a la edad de los Niños Dios, por sus manos han pasado piezas que datan de la Época Colonial, uno cuyos dueños aseguran que acompañó a Pancho Villa en la Revolución, y muchos de los años recientes.
Al tomar la palabra, Doña Joana recordó que “una dama me trajo a su Niño para hacerle una reparación. Ella se fue llorando y posteriormente, cuando lo recogió, me confesó que alejarse de él aunque fueron pocos días, le provocó tal sufrimiento y dolor que pasó horas llorando, se enfermó y fue a parar al hospital; se alivió al tenerlo de nuevo en sus manos”.
La restauradora de arte dijo sentirse muy orgullosa de su trabajo, y aunque cuenta con una formación académica que por un tiempo le permitió tener un importante empleo de oficina, su esposo le contagió el amor por el oficio que ahora ella ha elevado, junto con el resto de los miembros del taller, al rango de arte que le granjea muchos agradecimientos.
Joana: “Muchas personas nos confían y ponen en nuestras manos al depositario de su fe, de sus anhelos, de sus deseos e ilusiones, me refiero a su Niño Dios”. Juan Carlos: “Mi tío me enseñó este oficio que no cualquiera aprende porque se requiere sensibilidad para advertir que además de darnos de comer todo el año, nos ayuda a nutrir la fe de la gente”.
No hace muchos días que los Santos Reyes Magos estuvieron aquí en la Tierra. ¿Qué les pidió Juan Carlos Flores? “Nada. Estoy a gusto con lo que tengo. He obtenido todo lo que necesito. Acaso, les he pedido que detengan las guerras y malas acciones que hacen que muera gente inocente… y que no muera la tradición de cuidar y amar al Niño Dios”.