Existe una deslumbrante muestra de
joyas minerales al alcance de todos
La ostra es pequeña. Aunque el plateado nácar de su interior refulge, si no se observa con atención, el asombroso detalle puede pasar desapercibido, confundido entre el resto de las piezas que muestra la vitrina: un diminuto pez, que parece saltar dentro de la concha, se muestra inmóvil, convertido en una original, brillante perla. El singular objeto es sólo una de las miles de muestras que pueden admirarse en el Museo de Mineralogía “Ing. Eduardo Villaseñor Söhle” de la Universidad de Guanajuato (UG), recinto escasamente conocido y menos visitado, pese a poseer una de las colecciones minerales más grandes e interesantes de Latinoamérica. Un gran despliegue de creaciones naturales de variadas formas, colores y tamaños.
Quienes edificaron la Escuela de Minas de la UG pensaron, tal vez, en la inagotable energía que caracteriza a las y los jóvenes estudiantes, pues para llegar hay que subir más de 120 escalones, que ascienden por la ladera del cerro en que fue construida. Afortunadamente, también puede accederse por la Carretera Panorámica, sitio donde se encuentra el estacionamiento de la institución y parte de una ruta del transporte público, entre los barrios de San Javier y Carrizo.
El legendario ingeniero Ponciano Aguilar —artífice de dos obras fundamentales para Guanajuato: la Presa de la Esperanza, que permitió instalar la red de agua potable, y el túnel del Coajín, que la puso a salvo de las desastrosas inundaciones— fue quien inició la colección. Desde 1870, comenzó a clasificar las miles de muestras minerales con que contaba el entonces Colegio del Estado.
Sin embargo, fue uno de sus alumnos, Eduardo Villaseñor Söhle, mejor conocido como Tío Lalo, a raíz de su nombramiento como director del plantel en los años 1960, quien impulsó no sólo la carrera de ingeniero minero, que él mismo siguió, sino también quien consideró necesario dar a conocer las numerosas formas extraídas del subsuelo con que contaba la UG. Fallecido el 14 de agosto de 2011, a los 101 años de edad, el museo recibió su nombre.
El ingreso al recinto no tiene costo. De entrada, al primer vistazo abruma la sucesión de vitrinas en el amplio espacio museístico. Es imposible una visita detallada y cuidadosa en un solo día, debido a la magnitud de la colección, así que, si no se cuenta con suficiente tiempo, debe uno conformarse con realizar un recorrido general, confiando en poder captar los aspectos más relevantes.
Es posible observar, por ejemplo, blancos cristales translúcidos extraídos de la famosa mina de Naica, en Chihuahua, así como un trozo del meteorito Allende, caído en el poblado coahuilense del mismo nombre en 1969 y al que se considera el más estudiado de la Tierra y la pieza de condrita carbonácea más antigua conocida, con más de 4 mil 500 millones de años, la edad de nuestro planeta.
Las formaciones presentan las más diversas formas: algunas parecen castillos en miniatura, maquetas de montañas o seres fantásticos. Los minerales tienen igualmente los nombres más estrambóticos, entre ellos la guanajuatita, descubierta en 1873 por los químicos Vicente Fernández Rodríguez y Severo Navia en una mina de la sierra de Santa Rosa. No faltan algunos fósiles, grandes y pequeños.
Especialmente atractivos son los cristales que, con sus diversos colores y magnífico brillo, explican el porqué suelen despertar la admiración y la ambición de la gente, joyas preciosas o semipreciosas que deslumbran al observador: diamantes, esmeraldas, rubíes, granates, aguamarinas, topacios, amatistas…
Piezas de relumbrante amarillo delatan al azufre. Otras, grises con venas de plata u oro, demuestran que hasta los metales más valiosos tienen humilde origen. Concreciones blancas semejantes a hongos luminosos adornan oscuras piedras. Unas más presentan llamativos colores azul, rosa o púrpura, como el cuarzo que —dicen—, atrae energía positiva. Un pequeño trozo color miel no es una roca, sino la resina fósil conocida como ámbar, frecuente prisión de insectos arcaicos.
Tampoco faltan cubos dorados de pirita, “el oro de los tontos”, cuyo aspecto áureo es un engaño, pues al fundirse se convierte solo en vapor de azufre y sulfuro de hierro. Y cerca se ve un gran pedazo de obsidiana, el negro vidrio volcánico que fue materia prima fundamental para los ejércitos y artesanos prehispánicos. Asimismo, destacan las geodas, piedras esféricas con cristales en su interior.
Finalmente, el museo destina una estancia para honrar la memoria de Ponciano Aguilar, cuya colección de más de 9 000 piezas fue donada por sus descendientes al Museo en 1999, para sumar un total superior a las 24 000 muestras. En ese sitio, fotografías de gran formato del personaje ilustran aspectos de su vida familiar y académica, así como algunos de los muebles, instrumentos y herramientas que utilizó durante su fecunda existencia.
Así como, hace siglos, los gambusinos españoles encontraron en el subsuelo guanajuatense la anhelada riqueza argentífera, a costa de grandes esfuerzos, los visitantes contemporáneos de mente inquieta pueden hallar el tesoro que es, por sí mismo, el Museo de Mineralogía de la UG, aunque para ello deban pagar el precio de ascender por una larga, zigzagueante y agotadora escalinata.