Soy un mirón incurable, un voyeur acorralado. Soy también un patanazo, un viejo pervertido, un pésimo amante, macho y misógino… Todos esos adjetivos me los han gritado de frente, de perfil y a mis espaldas.
Nunca fui un hombre de muchas palabras, de muchas palabras habladas, quiero decir. La palabra escrita me encanta, pero hoy no tocaré ese tema. Un individuo silente, de bajo perfil, no tiene muchos amigos. Por si esto fuera poco, tampoco fui un alcohólico entusiasta. En uno de mis trabajos reconocían mi trabajo como editor, como articulista, pero me advirtieron que no haría carrera porque no salía a tomar, ni de putas, con el grupo que en ese entonces detentaba el poder de la redacción. A la larga, no sé qué fue de ellos, si hicieron carrera, terminaron regenteando cualquier lupanar o quizás con ambas piernas amputadas a causa del binomio alcohol-diabetes. No sé, no me importa.
Debo decir que el poco alcohol que he bebido en mi aburrida existencia fue en compañía de mujeres y hombres. No me gusta tomar exclusivamente con hombres, porque al final de la velada termina uno enganchado en pláticas insulsas de futbol o trenzado a golpes con el cabrón que no te simpatizó desde un principio.
Bebía también un par de copas cuando asistía a los espectáculos de striptease que ofrecía el Manolo’s, un hediondo sótano donde las mujeres se desnudaban al ritmo mal tocado de una orquesta compuesta por cuatro músicos sin porvenir definido.
Soy un mirón incurable, lo he sido desde niño, un voyeur acorralado. Soy también un patanazo, un viejo decrépito pervertido, un pésimo amante, macho y misógino, cuyas parafilias son rechazadas por propios y extraños. Todos esos adjetivos me los han gritado de frente, de perfil y a mis espaldas.
Antes, mi personalidad me incomodaba, pero en el silencio he encontrado alivio, también en el aislamiento, porque en nuestra santa sociedad de cánones occidentales una persona puede ser socialmente el alma de la fiesta, aunque al llegar a casa sólo piense en irse a dormir sin escuchar una palabra más, pues su día estuvo saturado de frases sin capacidad para ensamblar una charla apenas interesante.
Dormir se ha convertido en el mundo de hoy en la ruta de escape para esa nueva raza que habita debajo del asfalto y respira por las alcantarillas. Déjenla ahí, está bien, sólo quiere escuchar el latido de sus recuerdos.
(FOTO: Peter Stackpole, 1949/ Pinterest)