sábado, noviembre 23, 2024
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LAS CUEVAS DE LA BUFA: DE ADORATORIOS CHICHIMECAS A SANTUARIO CATÓLICO

De ranas sagradas a San Ignacio de Loyola

La leyenda de la Cueva de San Ignacio cuenta que, en 1616, el religioso jesuita Antonio de San Buenaventura decidió retirarse a la cima del Cerro de la Bufa para meditar y orar y se le apareció el ánima del todavía beato Ignacio de Loyola, quien le pidió que construyera una capilla en la cueva que se encontraba a sus pies.

Ignacio de Loyola murió en 1556 y dejó como legado la orden religiosa de los jesuitas. Tenía apenas el reconocimiento de beato cuando se apareció en Guanajuato. Antonio obedeció al que habría de ser canonizado el 12 de marzo de 1622 y construyó la capilla dedicada al fundador de la Compañía de Jesús. Desde ese momento, la cueva se convirtió en un lugar de peregrinación y oración para los católicos de Guanajuato y de toda la región.  

Sin embargo, las pinturas rupestres, con manos estampadas y dibujos de figuras humanas predominantes, así como la espiral que simboliza al viento (en honor al dios tolteca Ehécatl), indican que fueron, antes de la llegada de españoles y aún de la invasión purépecha a la zona, refugios y adoratorios de chichimecas.

Lucio Marmolejo explicó en su obra cómo se realizó la transformación de la Bufa, de un sitio originalmente chichimeca a uno de ritual católico español. 

Son “otros datos”: los españoles “santificaron” a las cuevas de La Bufa y la región para borrar la herencia y evidencia de la religiosidad chichimeca. 

La región se llamó primero Mo-o-ti (“lugar de metales”, en lengua chichimeca), luego fue Paxtitlán (“lugar de heno”, en lengua mexica), como resultado de una incursión otomí al servicio de Moctezuma en 1446, y terminó como Quanashuato (“lugar montuoso de ranas”, en lengua purépecha).

Por Mo-o-ti se puso Mogote al barrio que supone está donde se encontraba el asentamiento chichimeca y Pastita en referencia al poblado mexica-otomí. Lucio Marmolejo ilustra los datos anteriores en el tomo I de sus Efemérides Guanajuatenses o datos para formar la historia de la ciudad de Guanajuato.

El Dios-Rana

Marmolejo explica por qué el nombre de Quanashuato: “por haber encontrado los indios, en una de sus montañas, una enorme piedra, que semejaba la figura de una rana, á la cual tributaron culto religioso; siendo tal vez este culto el origen de la existencia de la aldea chichimeca de Quanashuato, en un lugar tan escarpado, y tan poco á propósito para fundar una población, sin tener todavía el atractivo de la riqueza de las minas” (p. 87).

Luego describe lugares donde en su momento encontró otros vestigios de presencia chichimeca: Cuevas, Presa de la Olla y Pastita. Según el religioso, había seis mil chichimecas en el pueblo.

El efemeridista aclara que los españoles conocieron el lugar con el nombre de Quanashuato, de origen “tarasco”, debido a la vecindad entre e influencia entre chichimecas y purépechas (p. 89). 

Las alturas de La Bufa cautivan sin lugar a dudas con su majestuosidad y su influjo histórico, ancestral, con ribetes míticos. Desde ese sitio, la ciudad de Guanajuato puede contemplarse como recostada entre las montañas.

Marmolejo señala que españoles llegaron en 1554 a una zona despoblada porque “los chichimecas abandonaron sus hogares desde el momento en que sintieron en sus cuellos el yugo de la conquista y, resueltos á no soportarlo, se retiraron á los montes a hacer á los invasores una guerra sin tregua, desapareciendo por esto en muchas partes aun los vestigios de sus antiguas habitaciones” (p. 93).

Los ataques eran principalmente desde un cerro situado al oriente de la ciudad: el del Meco, llamado así como apócope de “chichimeco”. Añade: “parece probable que, si los chichimecas emprendían de preferencia sus excursiones por este punto, sería porque de él, como de su antiguo hogar, conservaran más recuerdos y simpatías” (p. 91).

Esa aldea chichimeca, afirma Marmolejo, “ha sido olvidada”, frase que ilustra que la historia de la ciudad se centró en destacar su desarrollo económico y su composición cultural desde la llegada de los españoles y omitió sus raíces indígenas. 

Adoratorio tolteco-chichimeca

En las cuevas de La Bufa y sus alrededores persisten rastros casi invisibles de pinturas rupestres de carácter tolteco-chichimeca. Por eso el historiador José Luis Lara Valdés, profesor e investigador de la Universidad de Guanajuato, considera que los españoles colocaron en esos recovecos figuras de sus santos para desplazar cultos ancestrales de los pueblos originarios.

Afirma que hay figuras de manos y de personas en la cueva que los naturales dejaron a los invasores y que la verdadera, la principal, fue tapada para protegerla del invasor. Es la caverna más alta, casi en la cima.

El investigador José Luis Lara Valdés (en la fotografía de en medio) demuestra que en las cuevas de La Bufa y sus alrededores persisten rastros casi invisibles de pinturas rupestres de carácter tolteco-chichimeca.

Cito al estudioso:

“Éste es uno de los sitios más antiguos de la región, donde los invasores buscaron minerales preciosos, acompañados por purépechas que trajeron desde Tzinzunzán y Pátzcuaro, sedes del poderío religioso de Michoacán, en 1533”.

Lara Valdés explica que los invasores hicieron de las cuevas espacios para la religiosidad católica para quitarle a los originarios sus “costumbres diabólicas, perversas, de embriaguez y otras cosas que la moral católica no podía soportar”. Prosigue: “Este lugar ha sido un sitio ritual de paso, un ritual o varios en una fecha específica. Se sustituyó el ritual de los pueblos originarios por el del catolicismo”.

Hacia los Picachos se ven más oquedades: ahí hay más pinturas, afirma Lara Valdés; en El Cedro, hacia la zona de Calderones, existe otra cueva donde también hay pinturas rupestres. Afirma que hay cuevas tapadas y reitera que la principal fue cubierta por los originarios, para evitar que la usaran los conquistadores.

Y otro dato: esta zona era importante para los chichimecas porque será abundante en cinabrio, base para sus pinturas.

Los chichimecas eran nómadas cazadores y con la fundación de las primeras ciudades se establecieron nuevos modelos culturales con centros religiosos. En el caso de La Bufa, era sólo una zona para rituales, resalta.

Los chichimecas hostigaron a los pueblos de la región durante el resto del siglo XVI. Fue hasta finales del mismo cuando cesaron de atacar ante el poderío militar colonial y el poblamiento y mestizaje de los asentamientos establecidos en la región. La paz se había firmado en San Luis con los pames y las últimas resistencias huachichiles y huamares se opacaron. Así llegaría la nueva centuria.

[Más detalles de lo declarado por el doctor en historia pueden ser consultados en la edición de equisgente.com del 31 de julio de 2023 (https://equisgente.com/2023/07/31/el-dios-del-viento-y-las-piedras-encantadas-contemplan-a-guanajuato/).]

Del modo que sea, y al parecer desde poco después de 1622, en el Cerro de La Bufa se lleva a cabo la tradicional celebración de La Cueva en honor a san Ignacio de Loyola, cuyo rasgo popular ha sido plasmado en fotografías así como en pinturas, por ejemplo de Manuel Leal, y en promocionales que invitan a la celebración. 

La Fiesta de la Cueva

Marmolejo ilustra que el 31 de julio de 1616 comenzó la Fiesta de la Cueva en honor al, en ese momento, beato Ignacio de Loyola: “fue desde entonces un día de regocijo popular: se declaró festivo, las funciones eclesiásticas que en él se celebraban eran espléndidas, se jugaban carreras de caballos, conforme al gusto de la época, en la calzada que conduce del cerro de San Miguel á la garita del Hormiguero, por cuya causa se llama hasta ahora de las ‘Carreras’ se consagraron al santo dos pintorescas grutas que se encuentran en el cerro de la Bufa, dándoseles el nombre de ‘Cueva vieja y Cueva nueva de S. Ignacio’, habiendo llegado alguna vez, según se dice, á celebrarse misa en la nueva y siendo innumerable el concurso que anualmente la visita” (p. 139).

El sacerdote describe pormenores del festejo, disfrutado lo mismo con rezos que con alcohol y fiesta en estos espacios de la naturaleza que los nativos amaron a pesar de no ser alabados por los profanos, como cita las palabras de Juan de Dios Fernández de Suosa cuando describía a la ciudad de esa época:

“Guanajuato, confuso conglobado de fragosos cerros: altos unos, otros bajos, y todos tan horrorosos a la vista, que más parecen habitación de fieras, que estalaje (estancia o casa) de racionales: como que en este aborto de la naturaleza, intento de ostentar su armonía con la escabrosidad, negando planes en que situarse poblaciones de gentes”. Y añade que al pie de esos cerros visualizaba a la ciudad, “Refugio de muchos pobres, á quien recibe con entrañas de plata. Madriguera consiguientemente de hombres viciosos, que cansando con su muchedumbre, confusión y desorden, no reconocen otra ley que la de su apetito, temeridad y osadía, y baraxados individuos de varias infames calidades, componen un pueblo montuoso de brutales costumbres” (p. 79).

Federico Velio Ortega
Federico Velio Ortega
Periodista, maestro en Investigador Histórica, amante de la lectura, la escritura y el café. Literato por circunstancia y barista por pasión (y también al revés)
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