Posee una perenne cubierta vegetal,
con inspiradores y ancestrales parajes
Puede verse desde cualquier punto más o menos alto de Guanajuato, hacia el norte. Con su cono vegetal siempre de color verde oscuro, interrumpido solo por un balcón rocoso asomado a la izquierda. Contrasta, en época de lluvias, con el tapete esmeralda claro de las colinas cercanas, diferencia aún más notable durante el estío, cuando los tonos amarillo y marrón invaden el panorama, con la notable excepción de ese punto bautizado con sonoro nombre: Chichíndaro.
¿Es esa montaña residuo de un bosque primitivo que fue devastado por la acción de los habitantes, o los cerros que rodean a la ciudad siempre han sido pelones y Chichíndaro no debido a su mayor altitud? No lo sabemos, pero la acción humana es altamente sospechosa de la deforestación, si se toman en cuenta las ingentes cantidades de leña que se requerían antiguamente para la actividad minera y las necesidades domésticas.
Pero además el cerro de que hablamos parece no resentir las sequías, pues se muestra siempre fragante, las hojas de sus encinos no cambian al tono gris-verdoso de otras áreas similares en verano y la tierra mantiene cierta humedad pese a la altura. Mucho ayuda la capa de vegetación que obstaculiza la llegada directa de los rayos del Sol al suelo, donde bajo el humus se desarrolla una vida animal siempre activa a cargo de variados insectos, roedores y reptiles.
Aunque no es difícil llegar, es mucho menos visitado por senderistas y paseantes que otras cimas cercanas, quizá debido a que el macizo arbóreo hace imaginar un lugar lóbrego, sombrío, y no un sitio abierto que aleje el sentimiento de claustrofobia. Y sí, efectivamente, una vez recorrido alguno de los caminos que parten del Cerro de los Leones, o la vieja ruta que inicia en Calderones, se entra primero a un denso macizo de matorrales donde resulta difícil encontrar los senderos hacia la cima.
Luego se llega a la linde del bosque. Los árboles extienden en todas direcciones sus ramas, el follaje llena de sombras el espacio e incluso baja la temperatura. Las pisadas pueden escucharse con claridad en la seca hojarasca seca o bien se hunden en la húmeda y mullida superficie durante la temporada pluvial, con hongos que brotan por todas partes: en el suelo, sobre el musgo o encima de ramas y troncos caídos… el dominio del reino fungi.
En ciertos lugares, afloraciones de rocas interrumpen el verde continuo y forman claros que asemejan viejos adoratorios abandonados. Algunas oquedades son restos de exploraciones mineras convertidas ahora en madrigueras de zorros, linces, conejos, comadrejas u otros mamíferos pequeños. Las aves, como es lógico, abundan y pían por todas partes al amanecer y cuando cae la tarde.
Llegar a la cima es un logro y una sorpresa. Quien arriba por vez primera, se sorprende al encontrar restos de obras humanas: una pequeña construcción y una gran plataforma de concreto junto a una gran roca con grafiti, recuerdo de que alguna vez estuvieron allí las antenas de radio, TV y telefonía, trasladadas posteriormente a una cima en la zona de Las Comadres.
Muy cerca, se llega a un sitio ideal para apreciar el horizonte guanajuatense: un magnífico mirador natural que forma parte de una línea de enormes rocas que sobresalen de los árboles y permiten atisbar la ciudad acunada a lo lejos, Los Picachos en el centro y el Faro de la Presa de la Olla a la izquierda, mientras un viento constante amenaza con arrojar al distraído hacia la empinada ladera.
Respirar hondo, admirar la vista y reencontrarse con un entorno casi prístino, poco alterado por el avance urbano, son remedio eficaz contra el estrés. La pureza del aire, la soledad, el entorno, cautivan. Chichíndaro, desde donde se mire, promete una sublime recompensa al aventurero, al caminante, al curioso, y nunca decepciona.